‘En llamas’, de Naomi Klein

En llamas

Naomi Klein

Traducción de Ana Pedrero Verge y Francisco J. Ramos Mena

Paidós

Barcelona, 2021

383 páginas

 

Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca

Estas son algunas de las cosas que más se echan en falta en este mundo: la poesía, la sensibilidad, la inteligencia, la madurez, la armonía, la imaginación, el respeto, el descanso, la compasión y hasta un sentido del prójimo que se asemeje al del Nuevo Testamento. A cambio, nos presenta toda una caterva de sociópatas y versiones de la sociopatía que estamos demasiado hartos de soportar. Frente a la empatía y los mejores deseos para que triunfe lo que debería ser más humano, la bondad, la sociopatía ha impuesto sus normas y ha ido implementando sus programas de miseria planificada, que es la acertada expresión que utilizó Rodolfo Walsh. A su alrededor se ha elaborado un discurso emocional que afecta a la parte más egoísta de nuestro ADN, y en muchas personas, demasiadas, esa parte ocupa casi toda la doble hélice. De ahí que se permita imponer una explotación planetaria que acabará con la vida, sin duda, amparándose en que su oposición oculta la privación de libertades, y se entiende por libertades los derechos de posesión. En realidad, la ley de la selva que esconde el discurso neoliberal ha demostrado ser una fórmula para asesinar banalmente a la naturaleza, y a nosotros con ella.

Naomi Klein será una de las voces más representativas de quienes se niegan a ceder, de quienes reclaman que otro mundo es posible y que estamos a tiempo de alcanzarlo, pues todavía asomamos la nariz por encima de la superficie del agua. No nos hemos ahogado y a tiempo estamos de recuperarnos, de salir a flote. Pero eso supone un esfuerzo no sólo individual. De eso versan estos artículos recogidos bajo el título En llamas. Klein demuestra una fe inquebrantable en lo que ella llama la comunidad: no parece tratarse de lo mismo que el Estado, aunque bien podría ser el Estado el sistema si consiguiéramos que ésta fuera algo más que una forma de distribución de riqueza en manos de sociópatas. La comunidad sería cualquier fórmula digna en la que se organizara la sociedad con un único fin: hacer del planeta un lugar mejor. Y no sólo para uno mismo, ni para su vecino, sino también para el desconocido. Será en ese sentido en el que se refleje el espíritu del prójimo que defendía Jesucristo, ese que reflejó en la parábola del buen samaritano. Klein sigue confiando en el hombre en tanto que ser político y desconfiando en los economistas, porque éstos han demostrado una falta de ilusión que les impide ahondar en la materia gris para buscar soluciones. La fe en el crecimiento económico como fórmula única es descorazonadora, entre otros motivos por la escasa imaginación que demuestra.

Aquí va denunciando la nueva colonización, el espíritu reaccionario, la política impuesta desde arriba por administraciones como la de Trump, frente a la política real, que sería la del hombre como miembro activo de la polis, la comunidad. Reniega del paradigma económico y reconoce que sí, que cualquier estrategia para salvar el planeta del cambio climático -y por ende de todo lo demás, pues sin planeta no habrá causas de justicia- pasa por lo que se conoce como políticas de izquierdas frente al egoísmo narcisista de la rabia:

“Tendremos que reconstruir la esfera pública, revertir privatizaciones, relocalizar grandes parcelas de la economía, reducir el consumo excesivo, recuperar la planificación a largo plazo, regular e imponer impuestos contundentes a las corporaciones e incluso tal vez nacionalizar algunas de ellas, recortar el gasto militar y reconocer nuestras deudas con el sur global”.

“Tener razón sobre algo tan aterrador no le hace ilusión a nadie. Pero a los progresistas nos hace sentir responsables”.

El truco que se maneja en la bancada de la derecha es el de afirmar que cada uno es dueño de su destino, que nos labramos nuestra propia suerte. De esta manera, uno elude hasta la responsabilidad de sentir un poco de culpa por no contribuir a mejorar la situación de otro ser humano. Y mucho menos del planeta, cuando la salud del planeta depende de lo más invisible que existe, que es el aire. Pero Klein no se queda en el análisis de la perdición climática y las relaciones entre la economía y el calentamiento global; Klein reivindica el espíritu holístico de la lucha por las causas que merecen la pena, que todas ellas tienen que ver con formas de violencia, con los abusos, con la maldición de la sociopatía, y que estamos hartos de enunciar: sí existe un lado débil en cada una de las decisiones que tomamos, y es por ello que debemos tomarlas pensando en lo mejor para quien no puede defenderse por sí solo con la eficacia con la que se defienden los directivos del IBEX 35:

“El cambio climático actúa como un acelerador del muchos de nuestros males sociales (desigualdad, guerras, racismo, violencia sexual…), pero también puede actuar en sentido contrario, como un acelerador de las fuerzas que trabajan por la justicia económica y social y contra el militarismo”.

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