«El curandero», de Brian Friel, por la Compañía Guindalera

Por Horacio Otheguy Riveira

Una de las obras más aplaudidas mundialmente, y también de las más complejas, del irlandés Brian Friel (1929-2015), trasunta un doloroso amor por su tierra y la doliente miseria económica y moral de su gente.

En gran medida una obra de carretera, es sobre todo una pieza en la que expone la historia de tres personajes marginados a la manera de una narración oral, cara a cara con el público, ávidos de confesarse.

Mantiene un espíritu narrativo de buena factura literaria, que cautiva, convence y conmueve al tiempo que su teatralidad está a cargo del bravío talento de sus intérpretes, ya que la estructura dramática se desarrolla en cuatro partes que son cuatro monólogos con mucha acción interior, expresada en contenidos movimientos físicos, reducidos a la euforia o el dolor que Francis, Grace y Teddy nos expresan. Brota su drama, a ratos tragicómico, en la espesura de los días con sus noches entre vasos de whisky, botellas de cerveza, lluvia torrencial, espesa niebla, muertes prematuras… y repentinas hermosas jornadas. La espectacular naturaleza irlandesa, que siempre entrechoca con las sufrientes vidas de sus marginados alcanza una estatura poética que Juan Pastor conoce muy bien, responsable de varias puestas en escena de obras de Friel, único en Madrid y tal vez en España, conocedor profundo del devenir localista que traspasa fronteras en un escritor prolífico, angustiado en busca de sosiego en el compromiso con sus criaturas, gente profundamente frustrada.

Miembro del Partido Nacionalista Irlandés reflejó activamente las preocupaciones de sus obras, ya que llegó a ser senador. También traductor, director, escritor de ensayos, poemas y narrativa además de dramaturgo. Lo uno y lo otro se dan la mano en este país extraño que es la memoria (como escribió Harold Pinter) cuando se expone sin ataduras. Es lo que hacen estos personajes al contarnos algunos episodios clave de su existencia.

Frank Hardy, el curandero ambulante que duda sobre su don, y retorna a su Irlanda nativa con la esperanza de recuperar unos poderes curativos bajo eterna sospecha, y que se enarbolan en una larga gira de fracaso en fracaso, pero, eso sí, con algunos éxitos sobrenaturales; Grace, su amante durante muchos años, que renunció a su carrera como abogada por amor absoluto por el bueno, terrible, pertinaz adicto a las infidelidades, y fascinante charlatán. Y Teddy, el representante que ha acompañado a la díscola pareja con una devoción que engrandece su pequeña y solitaria existencia.

En cada uno de los monólogos, muchos detalles son completamente diferentes, según los caprichos de los propios recuerdos, pero a la vez se despliega una historia central, hecha de amargura y sorprendentes brotes de felicidad. Cada intérprete de esta versión vuelca su amplia experiencia en la dimensión misteriosa de sus personajes, siempre a caballo de la interpretación que a su vez haga el público. Pero el material con que cuentan les permite redondear la tensión singular de su experiencia en las húmedas tierras por donde han pasado.

Buen oficio y mucha inspiración para entrar en personajes oscuros es lo que los tres aportan.

Bruno Lastra asume el histrionismo de su personaje con el desparpajo de un embustero que se maravilla cuando el juego en que está metido se convierte en verdad. Lo cierto y lo falso, la sombra de sus dudas y la indigencia de sus espectadores-clientes que buscan sanación para sus males conforman el teatro de su cotidiano deambular por un despeñadero en busca de redención. Encantador charlatán que, de pronto, es hacedor de milagros en un vaivén temerario que afecta a quienes le adoran.

Su amante que nunca ha querido casarse aparece con mano temblorosa, entre cigarrillos y güisqui. Prematuramente envejecida, derrumbada, recuerda cómo se enfrentó a su padre por defender a su ídolo y marchar con él, mientras vemos a un ser incapaz de histrionismo alguno como ese Francis que ama y odia. María Pastor logra el desgarro femenino en una sociedad de hombres para hombres, y la delicada ruptura con la realidad la va trastornando. Se aboca al grito y al susurro —infinitamente triste—, y toda ella deja a un lado la notable cantidad de grandes personajes que ha interpretado para consolidar esta Grace en una dimensión trágica sublime.

El bueno de Teddy con su pajarita y su elegante chaleco bajo una bata abierta, desgastada, fiel compañero de botellas de cerveza, feliz de encontrarnos a nosotros, “queridos”, para contarnos sus aventuras como representante de artistas, conmovido en el recuerdo de su perro galgo que tocaba la gaita, como un músico obsesionado con el instrumento.

Felipe Andrés hace de su personaje un entrañable hombre roto que, a diferencia de Grace, no lo reconoce. Apenas una sombra de su admirado Francis, sobrevive envuelto en un delirio del que no está dispuesto a despertar. En su memoria encuentra los gloriosos momentos en que Francis y Grace fueron felices como niños inconscientes, traviesos, que pasaban de martirizarse a amarse con locura, y él allí, recibiendo las migajas de una ternura inalcanzable. Los matices de su creciente borrachera alimentan una poderosa escena en la que la narración que le divierte deja traslucir un doloroso infortunio.

Muy interesantes resultan el vestuario y la ambientación creados por Teresa Valentín-Gamazo, donde algunos detalles enriquecen la dinámica de los textos: una pequeña lámpara de colores en un rincón, las sillas vacías a un lado, el vestido rojo que torna fugazmente adorable a Grace, las pantuflas que calzan Grace y Teddy, invitándonos así a prestarles la debida atención en la intimidad de su pequeña habitación…

Por su parte, la traducción de Manuel Benito resulta un prodigio de precisión ante el dificilísimo texto del autor, que se ha representado en numerosos idiomas con versiones a menudo criticadas por la falta de delicadeza, la vulgaridad de algunas escenas. Benito —también buen dramaturgo con obras como Un cadáver exquisito— ha logrado traducir las cadencias que la actriz y los actores han de dominar física y emocionalmente: un ejercicio que parece natural, pero que es el resultado de esa clase de intenso trabajo que no se ve. En este caso se escucha muy placenteramente un lenguaje con una carga poética coloquial extraordinaria.

Solo un fallo que resulta incomprensible. En un marco escénico muy equilibrado hay un efecto de la puesta en escena utilizado en otras ocasiones en la sala original de La Guindalera que aquí resulta muy molesto: iluminación bien nivelada para los actores, y a su vez, reflectores para el público durante toda la función, seguramente en busca de unión familiar entre personajes y espectadores. En la Sala Negra de Los Teatros del Canal resulta sumamente desagradable por el ancho del patio de butacas, provocando un efecto muy desagradable, ya que resulta fácil distraerse mirando los movimientos de la gente, en lugar de seguir prendados por la cautivadora actuación. Un anticlímax que contradice la pureza exquisita, sinfónica, de la propuesta.

País: España
Idioma: Español
Duración: 1h y 55min (sin intermedio)

Texto: Brian Friel

Traducción: Manuel Benito

Reparto: Bruno Lastra, María Pastor y Felipe Andrés

Espacio escénico y dirección: Juan Pastor

Diseño de iluminación y coordinación técnica: José Espigares
Vestuario y ambientación: Teresa Valentín-Gamazo
Diseño de cartel: María de Alba

Espacio sonoro: Escuela Nuevas Músicas
Fotografía y vídeo: Susana Martín

Regiduría: Íñigo Elorriaga
Producción ejecutiva: Mariano Rochman (Doble Sentido Producciones)

TEATROS DEL CANAL. SALA NEGRA. HASTA EL 28 DE MARZO 2021

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