‘La mujer que no envejecía’, de Grégoire Delacourt
DAVID ALFARO.
Como cuando cruzas la mirada con alguien especial a quien no conoces de nada en el andén del Metro, conectáis, parece que se detiene el mundo, no puedes apartar la mirada ni un instante, pero ves la luz aparecer por el túnel, el vagón ya asoma por la estación, os va a joder el momento mágico y, de repente, suena por megafonía: “Este tren no admite pasajeros”; así, con ‘La mujer que no envejecía’.
Desde ‘Seda’ de Baricco no me había sumergido en una novela para leerla del tirón sin saber el porqué, sin ser un tema con el que me identifique, sin una trama que me arrastre con sus fauces, sin una causa por la que ir a la batalla… Sin embargo, el libro te lleva tras él como perro que busca cariño porque, a fin de cuentas, todas las obras maestras que se te cuelan por dentro hablan de lo mismo: de sentimientos. Y de eso tenemos todos.
El texto de Grégoire Delacourt es de una sencillez apabullante. Su poesía directa logra que vayas flotando por el tiempo de la mujer protagonista, desde su infancia hasta la vida adulta, concretamente los 30 años, momento en que se detiene el tiempo para Betty. El sueño de muchas mujeres, la pesadilla de la única persona a la que se le cumple.
Hasta ese momento la novela avanza a un ritmo trepidante, con constantes referencias a la cultura francesa que, a poco que reconozcas, te planta un nudo de melancolía en el estómago que explota por dentro queriendo rebobinar el tiempo, algo que no se puede hacer, si acaso congelarlo.
Recuerda esa primera parte del libro al inicio de la película de Pixar ‘UP’, donde nos explicaban que el devenir del amor en pareja era envejecer juntos en armonía, subir la colina de la mano con el protagonista de tu vida y que no se quede a medio camino. Y en este caso se queda a mitad de camino, aunque de una manera radicalmente original.
Muchas veces y en muchos formatos hemos podido contemplar qué pasaría si el tiempo se invirtiera, si empezáramos siendo viejos y termináramos siendo bebés. Esta obra tiene ese algo juguetón y trascendente que tenían desde “El político” de Platón a “El curioso caso de Benjamin Button” de Scott Fitzgerald, pasando por Mark Twain, Lewis Carroll o H.G. Wells. Pero, sin duda, lo más cercano a lo que podemos sentir con este truco narrativo que utiliza Grégoire Delacourt lo viví cuando de chaval vi ‘Los inmortales’ aquella película protagonizada por Christopher Lambert y Sean Connery en la que los personajes, llegado un momento, dejaban de envejecer, teniendo que someterse a la angustia de que sus seres queridos sí lo siguieran haciendo.
En la novela, el paso del tiempo en nuestra protagonista empieza a romperse con la muerte de su madre, a partir de ahí, siente el frío, y nos lo cuenta con un párrafo que te emociona hasta el punto de ganarte a la causa para el resto de la historia, cuando narra la reacción del padre ante el cuerpo de la madre sin vida: “Más tarde se quitó el abrigo y cubrió con él el cuerpo de mamá. Aquí va a coger frío, dijo, y fue él quien cogió frío ese día”. Y remata: “Con trece años entendí que la belleza no dura”. Emocionante, bellísimo, cruel, verdadero.
Como hizo García Márquez con ‘Crónica de una muerte anunciada’, no pasa nada por adelantar el final en el título: sabemos que la mujer no envejecerá, pero seremos absorbidos por la sencillez poética del relato, por la tristeza vital que lo posee. Como muestra, un botón; tras abortar y no decírselo al marido, nos susurra Betty: “A los hombres no les gusta pensar que se pueda morir allí donde se ha amado”.
He de confesar que me sorprendí a mí mismo en mitad de la lectura diciéndome: “Pero qué bien nos radiografía este hombre a las mujeres”, para recordar al instante, apenado, que no formo parte de ese selecto grupo al que página a página creía entender mejor, logrando ser parte de algo que, aunque no por fuera, sí llevo por dentro.
Para terminar, dos frases gancho para quien quiera se anime a adentrarse en este universo Delacourt, frases de esas que quitan corazas y remueven entrañas.
—André hablaba en una lengua extranjera, la de la pasión.
—También soñaba con un hermano o una hermana, pero papá no quería tener más hijos en un mundo que mataba a los niños.
‘La mujer que no envejecía’: Lectura sencilla, emocionante, poética, directa, una fábula que nos recuerda constantemente aquello tan manido de que el amor y la vida, mientras duran, son eternos.
Hermosa lectura,nos da una enseñanza que en la vida de debe vivir plenamente sin tanta preocupación y vivirla con una gran plenitud. Y que de sienta uno más vivos que nunca. El cuerpo envejece pero el alma no.
Bellas palabras, gracias por leer!!!