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«Los remedios»: el pasado de dos amigos en una función conmovedora

Por Horacio Otheguy Riveira

Podría ser un apéndice del reciente éxito de Cluster en ExLímite, la sala habitual de esta Compañía. El complejo espectáculo con ocho en el reparto tenía mucho de autoficción de todos los integrantes, uno de sus intérpretes era Pablo Chaves, y Fernando Delgado Hierro firmaba la dramaturgia. Aquí, Fernando es autor del texto y con Pablo los únicos protagonistas, amigos de infancia que se reinstalan en el mundo procurando reconstruirse. Una fuga de Los Remedios, el barrio sevillano en que nacieron y vivieron hasta bien entrada la juventud y del que intentaron huir para reencontrarse con todos los estigmas, traumas y maravillas concentradas en la buena gente que les dio sosiego. Y el director, otro que también es actor y fue responsable de la puesta en escena de Cluster. Talentos en familia, la intimidad creativa de sus integrantes hacen posible que afloren rasgos autobiográficos aprovechando sus muchos recursos escénicos para traspasar la llamada cuarta pared que divide metafóricamente a los artistas de los espectadores.

En busca de abrazos nuevos, Fernando Delgado Hierro y Pablo Chaves ofrecen un espectáculo de rara intensidad en el que destaca su necesidad de expresar pensamientos en voz alta, angustias compartidas no solo con sus propios fantasmas, sino con el público anónimo que asiste a cada representación donde desnudan cuerpo y alma y tienden sus manos sin temor a que ya nada ni nadie pueda cortárselas.

Esencialmente es un ritual (todo teatro lo es) en el que desacralizan el exceso de ceremoniales católicos de Los remedios (distrito sevillano con unos 25000 habitantes, con triunfo electoral de la derecha); parodian y sonríen dulcemente acompañando a los seres que más presentes estuvieron en su infancia y adolescencia. El desarrollo de numerosos episodios cruzados con sueños, delirios y emociones de diverso tipo ha sido escrito por Fernando Delgado Hierro de manera brillante y tortuosa porque por momentos se desmadeja, pierde el control de sus personajes, pero en la medida que esos personajes son los propios actores, las repeticiones, caídas de ritmo o desdibujamiento de situaciones (todo bien apuntalado desde la dirección de Juan Ceacero) forman parte de propia respiración de un texto apasionado que resulta apasionante ver y escuchar.

Desde el niño que quiere saber por qué Dios le robó a su pato muerto hasta el descubrimiento del sexo o los primeros amores hay un mar de sensaciones que van seguidas de cerca por abuelos, hermanos y misas: en todo están los intérpretes asumiendo con muy eficaces recursos, especialmente admirables en el caso de una abuela cuando estaba viva en casa y cuando recibe ya en el cielo. O el proceso voluptuoso en el que un nazareno penitente vibra con modos y maneras sorprendentes.

Cada actor-personaje tiene momentos muy altos de esplendor y resultan conmovedores cuando todo acaba en una explosión psicofísica desesperada que entronca con la magia de la amistad perdurable, sin decaimiento, como un fenómeno que permite volver a andar y respirar cuando todo parece perdido.

La dirección de Juan Ceacero logra, como en el espectacular Cluster —eminentemente coral—, que el desgarramiento, el humor, la algarada y los manotazos en el vacío de estas vidas adquieran una trascendencia escénica de gran riqueza expresiva. Dominan los actores una expresión corporal propia de quienes han trabajado la confianza de exponerse y recrearse como en un vertiginoso psicodrama, en gran medida gracias a la guía de Ceacero, arquitecto de esa casa en la que se pueden sentir parte de sí mismos y a la vez actores que componen personajes. El ser y la nada, ser y deshacerse, una creación en la que el director también es un mago que logra poner en pie una experiencia teatral completa.

Actores que se rompen para volver a armarse, queriendo huir de un ambiente con el que no se identifican acaban por comprender que allí están sus raíces y cuanto más renieguen de ellas mayor será su angustia. No pertenecer a ninguna parte produce un vértigo que Chaves y Delgado afrontan con mucha audacia y gran talento. Entre los mayores aciertos de la puesta en escena destaca la banda sonora por donde desfilan desde una ranchera hasta un emocionante dúo operístico, la alegría y el desgarro con una voz femenina que nos regala una de las muchas versiones de la canción francesa de 1969 que popularizara en inglés Frank Sinatra, My Way, A mi manera.

 

He amado, he reído y llorado.
Estuve harto, tuve mi parte de fracaso.
Y ahora que las lágrimas ceden,
encuentro todo aquello tan entretenido,
pensar que hice todo eso.
Y permíteme que lo diga, sin timidez,
oh, no, oh, no, no yo, yo lo hice a mi manera.

Por qué se es un hombre, ¿por lo que tiene?
Si no es él mismo, entonces no tiene nada.
Decir las cosas que realmente siente
y no las palabras de alguien que se arrodilla.
Mi historia muestra que encajé los golpes,
y lo hice a mi manera.

Sí, fue a mi manera.

 

El padre intenta explicar la existencia de Dios y algunas de las cosas que tiene la muerte. El niño duda y pregunta y vuelve a preguntar ante el lío fenomenal de explicaciones por parte de alguien que en realidad tampoco conoce las respuestas: ¿Por qué Dios me robó a mi pato?

 

 

Texto Fernando Delgado-Hierro

Dirección Juan Ceacero

Creado e interpretado por Pablo Chaves y Fernando Delgado-Hierro

Escenografía y vestuario Paola de Diego (AAPEE)

Iluminación Juan Ripoll

Ayudante de dirección y audiovisuales Majo Moreno

Fotografía Luz Soria y La dalia negra

Producción La_Compañía exlímite

TEATRO LARA

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