«La Colmena» de Mario Camus
Por Rosa Chaneta.
Todos hemos oído hablar alguna vez de La Colmena, la famosa novela del Nobel Camilo José Cela, pero hoy en día pocas personas conocen la adaptación cinematográfica dirigida por Mario Camus, otra obra de arte.
El director, en su film, sigue de forma bastante fiel el argumento de fondo del libro: la vida y milagros de la sociedad madrileña en la posguerra española. El ambiente que refleja está impregnado de pesimismo, ruina económica –al igual que en la obra literaria, la mayoría de los personajes son pobres-, muerte -que sigue latente a pesar del fin de la guerra-, hambre, frío, tristeza, miseria, falta de moral, indecencia… En definitiva, retrata las penurias de una época muy dura de la historia de nuestro país.
Frente a todo lo anterior, parece querer contraponerse un tenue destello de esperanza. El comportamiento digno, humano y honesto de Martín Marco (José Sacristán) -y todos los anónimos como él-. Se trata de un escritor, dato nada casual. Pero que es un auténtico desgraciado, dato muy significativo. Un ser pobre y desamparado, que no tiene rumbo, ni encaje y es un auténtico prescindible para esa sociedad – ¿de qué le sirve alguien que sólo puede aportarle: cultura, sensibilidad, imaginación, reflexión, escritura y ¡poemas!?-. Que, aunque vivo y real, no tiene documento oficial que lo reconozca -lo que le hace estar en continuo peligro-. Que para comer y vestirse depende de su hermana -con cuyo marido está enemistado-. Que anda siempre apurado. Que es un eterno sospechoso. Que sobrevive, siempre al filo de la navaja, entre la miseria, la eterna desesperanza y el miedo. Un infortunado infeliz que no cuenta y que cualquier día -más próximo que lejano- acabará mal. Y es que la sinrazón, el abuso y la fuerza mandan sobre el discernimiento, la justicia, la humanidad y los sentimientos.
Para poder contar la novela, sin por ello desnaturalizarla, el cineasta elimina y fusiona muchos personajes de la obra original, quedándose sólo con sesenta y dando mayor relevancia a algunos, como Victorita (Ana Belén), don Leonardo (José Luis López Vázquez), Purita (Concha Velasco), Martín Marco (Sacristán) –verdadero protagonista-, doña Elvira (Elena María Tejeiro), doña Rosa (María Luisa Ponte), el señor Suárez (Rafael Alonso), Ventura (Emilio Gutiérrez Caba), Julita (Victoria Abril)…, pero manteniendo la coralidad de la historia. A partir de ahí, sus pequeñas acciones, sus cosas triviales y sus rutinas son el germen de todo lo que cuenta.
Para facilitar el seguimiento de la película, Camus decide darle continuidad cronológica -mañana, tarde y noche-, alterando el desordenado orden de la novela. Sin perjuicio de ello, coincide con esta en no seguir el clásico esquema de planteamiento, nudo y desenlace. Respecto del mismo, don Ricardo Sorbedo (Francisco Rabal) –amigo de Martín Marco (Sacristán) y cliente habitual del café La Delicia de doña Rosa (Ponte) – pronuncia la frase siguiente –que aparece de una forma bastante similar en la novela, pero no en su inicio-: “sin planteamiento, nudo y desenlace por más vueltas que quiera usted darle no hay nada, […] hay fraude y Modernismo”.
Como conclusión final, la película brilla por sí sola. El director, un completo maestro en adaptar obras literarias y transportarlas al mundo del cine, nos muestra una época en la que el tiempo se detiene, todos los días transcurren de igual forma, los personajes siguen su misma rutina… todo es un círculo que se repite una y otra vez; consiguiendo así emocionarnos de nuevo, dejándonos con una sensación de tristeza abrumadora.
Muy acertada crítica y resumen de la película, Rosa. ¿Qué quedó después de nuestra incivil guerra? Una sociedad marcada por la desgracia y detenida en el tiempo. Un panal de celdillas, vaciadas de humanidad y marcadas con un sentimiento común de supervivencia, donde conviven opresión, miseria, desigualdad, violencia larvada, vileza, picaresca e iniquidad. Un nuevo tipo de espécimen social: el invisible. Un ser no reconocido oficialmente (paria, insignificante, prescindible y despreciado), siempre mirado con desconfianza y al borde del precipicio, pero que tiene el único remedio que puede sacar a la sociedad de la oscuridad: la cultura, la reflexión, la escritura y la humanidad.
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**** LA COLMENA (1982) Mario Camus
Si sumamos “Los santos inocentes” (1984), Mario Camus logra con estas dos películas la cima de una etapa del cine español. Se trata de un periodo que se inició en los primeros años de los setenta y que corrió paralelo al destape más socorrido y a las comedias menos afortunadas. Un cine de calidad, sobrio, muy centrado en un revisionismo latente pero, tal vez, que tiraba más hacia la amargura y la desazón.
“La colmena” es la radiografía de la posguerra a través de las múltiples personalidades de quienes se vieron obligados a sobrevivirla. Tal vez haya ausencias en esta representación. Sin embargo, hay un sensación de existencia conjunta que dibuja un danza en la cual podemos reconocer el pasado reciente de España. Una danza que todavía zumba alrededor si prestamos atención a nuestra manera de ser, a nuestras ilusiones frustradas o, simplemente, a esa cadena de contradicciones que nos iguala a todos.
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