‘Tiempo de eclipse’, de Fernando Martínez López

JOSÉ LUIS MUÑOZ.

Fernando Martínez López, afincado en Almería desde la infancia, en ese paisaje excepcional que es el Cabo de Gata, es un escritor consolidado como lo demuestra el haber ganado los premios Felipe Trigo y Ciudad de Jumilla de novela, ser finalista  en el Premio Fernando Lara y el Premio Andalucía de la Crítica y además atesorar innumerables premios de relato. Miembro de la Asociación Andaluza de escritores y críticos literarios, ha publicado las novelas Tu nombre con tinta de café, Fresas amargas para siempre, Los últimos recuerdos del reloj de arena, El mar sigue siendo azul, El rastro difuso, El jinete del plenilunio y la antología del relato corto Arteratura.

En su última y más ambiciosa novela, Tiempo de eclipse,  en mi opinión el mejor trabajo literario del autor, construye una compleja narración que bascula entre muy diversos géneros que le sirven para armar un complejo fresco literario, poblado por una multitud de personajes, y salir airoso de su empeño.

El lector encontrará entre las páginas de este magnífica libro elementos de novela histórica, los de la Barcelona del pistolerismo con sus sangrientos enfrentamientos callejeros entre miembros de la CNT y pistoleros del Sindicato Libre de la patronal Barcelona se había convertido en campo de batalla desde hacía demasiados años, demasiado tiempo, demasiado insoportable. — a través de los que el autor analiza, en boca de personajes enfrentados ideológicamente, muchos de ellos reales como Ángel Pestaña, el Noi del Sucre— Volvió a levantar la mirada. Escuchaba embelesada al Noi del Sucre. Era de esas personas que habían descubierto el poder que atesoran las palabras y sabían como usarlo, como un trueno, como una avalancha. —, un Primo de Rivera antes del golpe de estado—Los ojos de Miguel Primo de Rivera fueron luciérnagas. —, o el siniestro gobernador Martínez Anido, el de la ley de fugas, entre otros, la caótica situación política que reinaba en la Ciudad Condal, inmersa en una lucha de clases sangrienta, y las diferentes estrategias que fraccionaban el movimiento anarcosindicalista tan potente en Cataluña— La lucha no la abandonaremos nunca, replicó El Noi del Sucre, pero una lucha obrera basada en la protesta, la reivindicación y la huelga, no en el asesinato.

Sin dudas Tiempo de eclipse es también una brillante inmersión del autor en el género negro. Hay una serie de tramas criminales a lo largo de la novela, desde las protagonizadas por esa banda violenta de anarquistas autodenominada Los Cuatro Evangelistas,  que pretende una revolución a sangre y fuego al margen de las directrices oficiales de la CNT, a los asesinatos de dirigentes obreros orquestados por la patronal con la connivencia de los cuerpos de seguridad al mando de Martínez Anido, bestia parda de los anarcosindicalistas—Por su parte, los pistoleros blancos del Sindicato Libre devolvían la moneda, o los del somatén, o la policía, o la Guardia Civil. Había un tropel de balas, de muerte, de llanto, demasiado horror, la pesadilla enseñoreada de las calles de Barcelona.

Y en medio de este convulso tiempo histórico, la figura de Albert Einstein que no se inserta gratuitamente en la narración. Puede que haya sido la pasión por la ciencia de Fernando Martínez López lo que le haya inclinado por meter en este relato a un personaje de su relevancia al hilo de esa extraña visita que de muy joven hizo a la ciudad de Barcelona para dar una conferencia en 1923, etapa final de una gira que lo había conducido también a Japón y Palestina. El científico, que es retratado como mujeriego y seductor, además de genio, y preocupado por las causas sociales— Eres un monstruo, Albert Einstein, tratar así a Mileva que lo dio todo para que tú triunfas, con la que formaste un equipo envidiable, desentenderte por completo de tus hijos, solo tu trabajo, obsesivo, nada más en este mundo, bueno, sí, tus flirteos esporádicos, y sin embargo ofreciendo una imagen de sabio bondadoso y rasgos dulces que ha cautivado al mundo —, ya preludiaba el nazismo en su Alemana natal —Ha cometido el crimen de ser pacifista y judío, formas parte de la letra de Alemania, de los responsables de su desmembramiento—y preparaba su exilio con ese viaje que realiza a España. El personaje del sabio inventor de la teoría de la relatividad le sirve también al autor  para reflexionar sobre el papel de la ciencia en el mundo. — A veces se preguntaba dónde quedó aquel sueño del siglo pasado de que la ciencia y la tecnología contribuirían a crear una sociedad feliz.

Y hay en Tiempo de eclipse, por último, una muy potente trama sentimental cuyo vértice es el personaje más apasionante de la novela, Olimpia Balaguer, la trabajadora que desata pasiones incontroladas, a su pesar, a causa de su belleza —El corpiño también se convertía en seguida en una prenda prescindible, revelándose una piel con la pureza exquisita de la juventud, unos pechos firmes y el pubis de insinuantes geometría, una muestra de que a veces la genética se vuelve caprichosa creando una obra sublime, de percepción inusual, y ese era el caso de Olimpia, la hilandera y ahora secretaria traductora de francés. —, una especie de euménide que propicia la tragedia de los que la rodean y la desean, y la suya propia. Casada con un anarquista violento que forma parte de la banda de Los Cuatro Evangelistas— Partida perdida, jaque mate punto la muerte era un buitre que rondaba sobre la sangre de su vientre. El Murciano comprendió que la vida se le iba en cada gota y le dedicó una última mirada a su esposa. En su iris, Olimpia vio algo en la estremeció, veneno en un bote de cristal. —y deseada hasta perder la razón por su jefe Gerard Rovira, otra de las grandes personajes de este drama, que la convierte en secretaria y a toda costa quiere hacerla su amante— ¿Quedarse sin Olimpia? imposible, no podría soportarlo. Era su droga, su cocaína personalizada, no verla le causaría estragos, un corazón pulverizado. — Olimpia lucha en todo momento por mantener su independencia que le hace tener una visión crítica de todo lo que está pasando.

No es la primera vez que esa Barcelona convulsa de principios del pasado siglo protagoniza una novela. Ahí está La ciudad de los prodigios de Eduardo Mendoza, que llegaba hasta el 1929, o Cabaret Pompeya de Andreu Martín, que retrataba la Ciudad Condal en un período histórico algo posterior al que lo hace Fernando Martínez López, y la novela del almeriense en nada desmerece a sus ilustres predecesoras. El autor de Arteratura, finalista al premio de la Crítica Andaluza, cruza dos historias motrices, la que se fragua en Barcelona como preludio del enfrentamiento fratricida que anegará de sangre todo el territorio nacional —Se habían incrementado descomunalmente los atentados, la sangre salpicada las aceras. Ni un solo empresario estaría tranquilo hasta que aniquilaron a los anarcosindicalistas que apoyaban la lucha armada—y esa tortuosa trama sentimental capitalizada por Olimpia Balaguer y en la que también entra el enamoradizo Albert Einstein seducido por la belleza y la personalidad de esa mujer inteligente, independiente y luchadora.

Las ráfagas de violencia —Pere Bartomeu y un par de pistoleros romperían fuego, a Lucas una bala en la frente, Joan y Marc acribillados, sus cuerpos convertidos en aspersores de sangre, trémulos con cada impacto, las paredes, el suelo, en escaso mobiliario empapados de viscoso bermellón, orgía sangrienta. —se alternan con descripciones sensuales —Su cuerpo mantenía la proporción áurea, las equilibradas dimensiones de una escultura griega; cuál atinados estuvieron sus padres al llamarla Olimpia, diosa que había descendido desde más allá de las nubes para encenderle el deseo, piel sedosa y sin mácula, les afecta longitud de sus piernas, la esfericidad seductora de sus caderas, de sus senos, el atrevimiento retador de sus pezones—y reflexiones científicas que surgen hasta en los momentos más dramáticos de la novela— La muerte, el final del flujo vital, del ininterrumpido bombeo del corazón, cada una de las funciones del organismo detenidas para siempre dando comienzo a la lenta degradación, cumpliéndose la ley entrópica que admite que la tendencia natural es hacia el desorden, a que el cuerpo se convierta en cenizas.

Todas estas subtramas, perfectamente engarzadas, dan lugar a este espléndido edificio que es esta novela, bien escrita de principio a fin en donde el lector encontrará magníficas construcciones literarias —Aquella forma de mirar la que era cómo mezclar la broca de un taladro y un lamido lascivo. — y frases redondas —Él la miraba en ese exacto punto del iris dónde se desmenuzan las almas. —. Tiempo de eclipse  atrapa al lector en sus más de doscientas páginas y no lo deja hasta la última línea en un alarde de buena literatura. Fernando Martínez López cuida los detalles ambientales de su historia rigurosamente documentada, recrea ante el lector esa Barcelona convulsa, nos hace partícipe de los diferentes dramas de sus humanos personajes perfectamente dibujados, hasta los malvados y monstruosos como ese guardián deforme de Gerard Rovira enamorado también de la heroína de la novela,  y nos regala un personaje femenino apasionante y apasionado, esa Olimpia Balaguer a la que ni su belleza, inteligencia y bondad le libran de su destino. ¿Para que le había servido su belleza, Deseos, celos, envidia, también una violación.

Sobre todos esas fuerzas tectónicas que sacuden esta novela coral, clases enfrentadas a muerte y personajes esclavos de sus pasiones, el autor toma partido por la razón. Existía otro tipo de poder en el ser humano, no el que emana del dinero ( como era el caso de Gerard Rovira) o de la belleza ( su caso mismo), sino el que surge del cerebro, de la inteligencia y el conocimiento, nada comparable a los anteriores, sólido e imperturbable, subyugante, maravilloso. Novela grande e inteligente.

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