Los diarios de Chantal Maillard

La arena entre los dedos  (Diarios reunidos)

Chantal Maillard

Editorial Pre-Textos

Valencia 2020  648 páginas

 

LOS DIARIOS DE CHANTAL MAILLARD

 

Por Íñigo Linaje

 

Bélgica es el país donde nació. Y Bélgica es el título que cierra La arena entre los dedos, la tetralogía diarística que Chantal Maillard ha reunido en un volumen y ha publicado la editorial Pre-Textos. La escritora, Premio Nacional de Poesía en 2004 y profesora de filosofía durante años en la Universidad de Málaga, vuelve en Bélgica a su país de origen en lo que supone un intento de recuperación de su memoria. Y ese ensayo se convierte en un viaje a la infancia que cierra de forma magistral esta obra voluminosa que abarca un arco temporal de quince años, los que van de 1996 hasta 2010.

Antes de abordar el primer diario recogido en el libro, la autora incluye un texto prologal titulado La escritura como método. En esas páginas, Chantal Maillard expone la razón que le impulsa a escribir, que no es otra que el hábito innato de observar, una costumbre que, pasado el tiempo, se convertirá en método. Su obra diarística, tamizada por un tono lírico y un aliento filosófico que no se ajusta al canon del diario tradicional, responde -básicamente- a la necesidad de consignar estados de ánimo o pensamientos que le sugiere la realidad.

Cada título de la tetralogía encierra un motivo que enlaza con el siguiente mediante lazos sentimentales que la autora denomina “husos”. Así, explica, si el tercer volumen de La arena entre los dedos es un cuaderno de duelo donde quedan expuestas todas las variantes de la desolación humana (la tristeza, el pánico, el horror, la extrañeza), Filosofía en los días críticos tiene su origen en las dos caras de la pasión amorosa. El prefacio recogido en este título da las claves -acaso- de todas las variantes de su escritura. “Todas las cosas conspiran por la desaparición”, escribe. Y argumenta: “El ser es limitado, ser es estar cercado, vivir en un cerco”. En esa amenaza constante de la nada, en ese vacío existencial y ontológico reside la génesis de su pensamiento.

Escritos a lo largo de varias estancias en el país asiático, los Diarios indios componen una serie de anotaciones de una observadora “que acaba siendo objeto de su propia observación”. Dividido en tres apartados, lo que trabaja aquí es la mirada de la autora, su atención escrupulosa a todo lo que le rodea: los sucesos de la naturaleza, los actos de los hombres. Al final del relato, Maillard se pregunta: ¿qué vine a hacer aquí? Y se responde: “Vine a no saberme. Vine a estar. Hago: leo, estudio, escribo, miro, estoy”.

Si en la obra anterior apuesta definitivamente por una escritura fragmentaria, Husos presenta una oratoria tan lacónica que su discurso se adelgaza -en ocasiones- hasta el simple enunciado de un verbo. La primera nota del diario describe una escena cotidiana: una mujer llega a su casa, se ducha y ese acto irrelevante da lugar a toda una reflexión acerca del suicidio. Al final del fragmento anota: “Escribo porque escribir es lo único que cabe hacer cuando ya nada hay que deba hacerse”. A veces, las notas son variaciones de un mismo pensamiento. Y a lo largo del libro se repite -como una letanía- este mantra: “Para sobrevivir”.

Los husos conforman una geografía mental que se corresponde con cada estado de ánimo. Y ese tomo de su diario es un cuaderno de duelo por la muerte de su hijo y un registro de la enfermedad que ella misma padece en el momento de su escritura. Por la repetición de sus motivos y su estructura permutada, Husos semeja un poema circular guiado por la música de las palabras: una música dulce y horrísona cuya voluntad es expresar el vacío. Al final de la obra, Chantal Maillard interpela al lector: “Vuelve atrás, detente. Estoy tratando de decir algo que no se acierta a decir. Porque no puede. Entonces digo impotencia”.

El último libro recogido en el volumen, Bélgica, supone un regreso a la infancia de la autora y una reconciliación con su pasado. Cifrado en siete viajes y escrito durante cada una de las estancias y en sus intervalos, las páginas iniciales rememoran anécdotas familiares y constituyen un (re)aprendizaje del paisaje en el que vivió 40 años atrás. Cada expedición le dará pie a seguir desatando el huso de la memoria y a seguir registrando pequeños detalles cotidianos: un rayo de sol entrando por una ventana, la presión de una mano sobre una mesa, el acto de acariciar las páginas de un libro. Aprendizaje sereno de la vejez (“Tengo que aprender a despedirme”, afirma hacia el final del relato), el último tramo de la travesía cierra esta recopilación de manera sobresaliente.

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