100 años de… “La carreta fantasma”
Por Gerardo Gonzalo.
Hace 100 años, concretamente el 1 de enero de 1921, se estrenó en Suecia La carreta fantasma, de Victor Sjöström. Una historia que evoca una leyenda según la cual, si un gran pecador es la última persona que muere al acabar el año, durante el siguiente tendrá la penosa tarea de recoger en una carreta las almas de los muertos.
La película está basada en una novela publicada en 1912 titulada Korkarlen (El carretero) de la autora sueca Selma Lagerlof, que ha pasado a la historia de la literatura por ser la primera mujer que recibió el Premio Nóbel. Si bien hay que reconocer, que en el caso concreto de la obra que aquí se adapta, esta no suele encontrarse entre las más reconocidas de la escritora.
En lo primero que habría que detenerse al hablar de esta película es en su director y a la vez protagonista, Victor Sjöström (1987-1960). Él, junto a Mauritz Stiller, son las grandes figuras de los inicios del cine sueco, país con una de las mejores industrias cinematográficas de la época. Lamentablemente, hoy a Sjöström apenas se le recuerda por protagonizar ese clásico del cine que es Fresas salvajes (Ingmar Bergman, 1957). Pero en cualquier caso, debemos reivindicar al director sueco como uno de los más grandes creadores del cine, perteneciente al selecto grupo de artistas y pioneros que articularon el lenguaje fílmico en sus inicios. Con una filmografía que casi se desvaneció con la llegada del sonoro, algunas de sus películas son auténticas cumbres en la historia del cine, tanto desde el punto de vista narrativo como por sus innovaciones técnicas. Entre sus obras maestras destacaría, junto a la peli que nos ocupa, El que recibe el bofetón (1924) y El viento (1928), ambas realizadas ya en Estados Unidos.
Con La carreta fantasma, nos encontramos ante una película singular por su concepción fantasmagórica y evanescente y al mismo tiempo compleja por su estructura narrativa asentada en flashbacks. Un film que desarrolla una supuesta leyenda, pero lo hace como mera excusa para deambular por los territorios de la moralidad, el pecado, la crueldad, el mal y la adicción, pero también la bondad, el perdón y la enfermedad.
Además técnicamente, aporta un avance significativo que es la sobreimpresión con imágenes superpuestas, algo sin apenas precedentes en el cine de la época. Muy bien encajadas, le dan ese tono espectral y traslúcido muy logrado a una película que es además un relato de fantasmas.
Por otro lado, resulta igualmente innovadora la dirección de los actores y la labor interpretativa llevada a cabo por estos. Si normalmente el cine mudo, visto desde una mirada actual, suele llamar la atención por sus excesos expresivos y una gestualidad exagerada, en esta ocasión los actores muestran una sobriedad poco habitual. Contenidos y naturalistas, ejecutan unas interpretaciones singulares para la época y pertinentes para el tono de hondo dramatismo y mensaje ejemplarizante por el que quiere transitar el film.
Como curiosidad a la hora de dirigir actores, Sjöström tenía una preocupación muy especial porque estos dijesen en el rodaje las palabras que luego iban a aparecer en los rótulos de la pantalla.
Pero quizás la importancia real de esta obra se percibe aún más, viendo la influencia que ha tenido en creadores posteriores, que la han acogido como una referencia básica al hacer su cine. Es fácil notar su influjo en Qué bello es vivir (Frank Capra, 1949) reverso luminoso de esta cinta. Pero llama aún más la atención la copia casi exacta que de algunos planos hace Stanley Kubrick en El Resplandor (1980). Concretamente, la icónica secuencia de Jack Nicholson rompiendo una puerta con un hacha y acechando a su familia, es casi un calco de lo realizado por Sjöström 60 años antes.
Por otro lado, en el argumento de La carreta fantasma hay claros ecos de la obra de Dickens, sobre todo Cuento de Navidad con su tono moralizante y navideño. En cuanto a su pulso narrativo, desde lo fílmico entroncaría con el mejor cine de D. W. Griffith y su mezcla de emoción y tensión. Además, Sjöström también parece beber del arquetipo de alguno de sus personajes femeninos, que recuerdan a los que Lillian Gish interpretó para el director norteamericano. De hecho, el director sueco trabajaría posteriormente con Gish en La mujer marcada(1926) y El viento (1928) en su periplo estadounidense, donde por cierto, cambió su apellido por el de Seastrom, más accesible y anglosajón a la hora de pronunciarlo.
En cuanto a su influencia sobre Ingmar Bergman, este siempre consideró esta película como uno de los referentes centrales sobre los que cimentó su cine. Un reconocimiento que queda sellado con la presencia de Sjöström protagonizando una de las películas más relevantes de Bergman, la ya nombrada Fresas Salvajes, que en su secuencia onírica (la más famosa del film), hace un homenaje expreso a La carreta fantasma.
A pesar de lo dicho, resulta reveladora y en cierta forma desmitificadora, la visión que sobre Sjöström nos transmite Bergman en sus memorias La linterna mágica (1987) a raíz de su convivencia con él durante el rodaje de Fresas Salvajes:
“Nunca pensó que sus películas Ingeborg Holm, La carreta fantasma o El que recibe el bofetón fuesen especialmente notables. Lo que veía eran sobre todo los defectos y le fastidiaban su flojera y su falta de talento. Se maravillaba constantemente de la insolente genialidad de Stiller y nunca soñó en compararse con su colega.”
Por último, un elemento que hoy resulta muy perturbador se suma a los anteriores. El protagonista, un auténtico pecador, borracho y pendenciero, condena a muerte a uno de los personajes que pretende redimirle y lo mismo intenta hacer con su familia, a través del contagio de la tuberculosis que padece y que intenta transmitir deliberadamente con su tos. Algo cruel de por sí, pero que visto hoy y en el momento que vivimos, impacta enormemente.
En resumen, nos encontramos ante una película esencial en la historia del cine, una fuente iniciática de la que han bebido muchos autores posteriores y una obra que aún hoy transmite fuerza y audacia. Una de esas películas que deben formar parte de todo canon cinematográfico que se precie y que debería ser objeto de atención para todo aquel apasionado del séptimo arte, curioso por conocer las obras que lo cimentaron.