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Tengo un nombre

Chanel Miller

Tengo un nombre

Traducción: Laura Ibáñez

Ilustrador de cubierta: David de las Heras

BLACKIE BOOKS

 

«Me llamo Chanel. Soy una víctima, no me da reparo utilizar esta palabra, pero sí creer que eso es todo lo que soy. Sin embargo, no soy “la víctima de Brock Turner”. No soy su nada. No le pertenezco».

La historia de Chanel Miller cambió el mundo para siempre. En 2016, Brock Turner, de diecinueve años, la violó en el campus de Stanford. Lo que llegó después fue vivir bajo un pseudónimo y uno de los juicios más mediáticos de la historia de EE. UU., tras el que Turner fue sentenciado a tan solo seis meses de cárcel.

Decidió compartir en la red la carta que leyó a su violador en el juicio: «Tú no me conoces, pero has estado dentro de mí, y por eso estamos aquí hoy», empezaba. Once millones de personas la leyeron en cuatro días, y provocó la indignación de un país y la reacción internacional. Después de cuatro años viviendo en el anonimato ha dado el paso de hacer pública su identidad. Y ha contado su historia.

«Tengo un nombre» son unas memorias íntimas y profundamente conmovedoras, que transformarán para siempre nuestra percepción sobre la violencia sexual y que reclaman justicia, sobre todo, pero también el derecho a seguir viviendo.

 

Chanel Miller nació en Palo Alto, California, en 1992. Su madre llegó a Estados Unidos desde China para ser escritora, su padre es psicólogo. Es artista y escritora. Su nombre en chino es Zhang Xiao Xia (张小夏), que significa ‘pequeño verano’, porque llegó al mundo en el mes de junio. Tiene una hermana pequeña a la que adora, y le gusta leer y hacer teatro. Por eso estudió en la facultad de Artes Creativas de la universidad de Santa Barbara, en California, donde obtuvo la licenciatura en Literatura en 2014. Chanel reivindica que tiene un nombre, y que es mucho más que el salvaje acontecimiento que sacudió su vida una noche de enero de 2015, cuando la encontraron inconsciente y semidesnuda, sin nombre ni identidad. Por eso nosotros no queremos que su condición de víctima eclipse su existencia y por eso queremos decir cosas como que era una niña tímida que prefirió hacer de hierba en una función de primaria sobre un safari mientras el resto de sus compañeros hacían de animales. Que devuelve siempre el carrito a su sitio en el supermercado, y acepta todos los folletos que le ofrecen por la calle. Que quería ser la mascota de un equipo para poder bailar libremente sin que nadie la reconociera… Pequeños rasgos que conforman una personalidad y una vida que tuvo que ocultar cuando se vio obligada a vivir tras un nombre inventado, Emily Doe, para preservar su anonimato durante el vergonzoso juicio que siguió a la agresión. Su violador fue condenado a la insignificante pena de seis meses de prisión de los que solo cumplió tres. Ella tardó tres años en reunir fuerzas para sentarse a escribir su historia, se repuso al dolor con resiliencia y humor. Y con dibujos. Porque durante el doloroso proceso de escritura de este libro no paró de dibujar, y esos dibujos le recordaban que la vida puede ser también divertida e imaginativa. Defiende que tenemos la obligación como sociedad de crear el espacio para que los supervivientes de cualquier tipo de violencia sexual cuenten su verdad y puedan expresarse libremente, sin ser juzgados ni señalados. También para que las mujeres, todas y cada una de ellas, puedan volver a casa sanas y salvas. Y para que el sistema se encargue de garantizárselo. «Cuando la sociedad apoya en lugar de culpar, se escriben libros, se hace arte y el mundo es un poco mejor por ello», dice Chanel. Y nosotros no podríamos estar más de acuerdo

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