Peter Strickland. Solo para cinéfilos extremos
Por Gerardo Gonzalo.
Llega algo tarde, dos años después de su estreno y a través de Movistar +, la última película del inclasificable Peter Strickland (Reading, 1973). Una buena excusa para hablar de este autor diferente, que con solo cuatro películas, ha logrado ocupar un espacio en el universo cinéfilo contemporáneo, formando parte de ese espécimen que son los directores de culto, capaces de suscitar amores y odios, pero nunca indiferencia. Lo que yo denominaría, uno de los nuestros.
Tras un par de cortometrajes y alguna experiencia teatral, el director realiza su primera película, Katalin Varga (2009) en Rumanía, con escasísimos medios y un presupuesto minúsculo. Si bien los condicionantes no le permiten entroncar con la sofisticación técnica del Strickland actual, ni sus referentes cinematográficos más recurrentes, no cabe duda de que es una buena película y un espléndido debut. De corte clásico, es una historia de venganza, donde una mujer, espléndidamente interpretada por Hilda Peter, busca a dos hombres, en el entorno rural y oscuro de los Cárpatos, que años atrás la han violado y dejado embarazada. A pesar de su precariedad de medios, la película tiene tensión, brío y audacia y es evidente que detrás de ella hay un creador consistente. Con algunos momentos fascinantes y un final portentoso, se ven atisbos de su cine posterior en la incomodidad y el desasosiego que transmiten las andanzas de la madre y su hijo, por este viaje oscuro y a veces algo irreal, rodeado de amenazas e incertidumbres.
Es sin duda su siguiente película, Berberian Sound Studio (2012), ya con medios suficientes para desarrollar su estética y concepción de cine, la que le sitúa dentro de la singularidad cinéfila en la que habita en la actualidad. Resulta difícil definir la película, aunque una sinopsis clásica de la misma, nos daría unas claves de la originalidad de la propuesta. La película versa sobre el trabajo de un ingeniero de sonido inglés, que es llamado por un estudio italiano para sonorizar un film de terror. Más que una excusa para contar algo, con este argumento, lo que hace Strickland es presentarnos la señas de identidad más vigorosas de su obra. El tratamiento del sonido por un lado y la referencia a un determinado tipo de cine de terror, que engarza con el giallo italiano, en concreto Suspiria (Dario Argento, 1977), impregnan de forma enfermiza toda la cinta.
Berberian Sound Studio es una película claustrofóbica en la que sentimos una mezcla de lástima y antipatía por su protagonista, un excelente Toby Jones, que aquí encarna a un extranjero ignorante de lo que le rodea y algo mezquino, encerrado en una especie de grotesco castillo kafkiano de burocracias absurdas y respuestas incompletas, donde nunca vemos la luz natural. Aquí su personaje es continuamente aplastado por el peso de los egos y las manías de un carrusel de individuos que le manipulan, ignoran y utilizan. Strickland desasosiega e incomoda a su protagonista y lo mismo hace con el espectador, que asiste a un ejercicio de estilo y metacine con referencias reconocibles, llevadas aquí por senderos poco transitados.
Y es que Strickland intenta inocular el terror en el espectador desde premisas arriesgadas e improbables como es inquietarle, no por la película que ve, ni por la película de la que se habla, sino por los sonidos artificiales que se la implantan. Una pirueta de la que el director sale bien parado y quien lo ve un tanto abrumado por la inmersiva puesta en escena y el ambiente enfermizo. Pero sobre todo, por esos continuos efectos de sonido, que abruman sensorialmente a un espectador que acaba también desorientado y algo perturbado, como el propio protagonista.
Más luminosa, pero igualmente transgresora es su siguiente película, The Duke of Burgundy (2014). Se habla de una especie de homenaje al cine de Jess Franco, a lo que yo también añadiría, que se trata una obra que sería muy del gusto de Luis Buñuel o de Alfred Hitchcock. Estamos ante la historia de dos mujeres que protagonizan un continuo ritual donde la dominación, el sexo y el fetichismo, son el núcleo de una relación desconcertante, llevada a diferentes niveles por cada una de ellas.
Una película, como no, especial y protagonizada por dos espléndidas actrices. La improbable para este tipo de cine, Sidse Babett Knudsen (protagonista de Borgen) y la semi desconocida Chiara D´Anna, que acaparan toda la película con una interpretación sujeta a la mayor de las exposiciones, pero también al mejor de los resultados. Un juego de silencios, miradas, crueldad, sexualidad y sensualidad donde nada es obvio pero todo resulta fascinante.
Strickland vuelve a crear un mundo ajeno, hermético al exterior, con unas reglas propias, donde el tiempo y el espacio se desvanecen. Un universo donde sólo existen dos mujeres, sometidas a sí mismas, autocomplacientes, pero a veces acechadas por la sombra del hastío y la rutina.
Capaz de entremezclar la pasión de las protagonistas por el estudio de las mariposas y las polillas, con un erotismo elegante y sutil que transita por los meandros del sadomasoquismo, The Duke of Burgundy se constituye como una propuesta sensorial, estimulante en cada una de sus cuidadas secuencias. La atemporalidad, los sonidos y la cuidada estética, se erigen nuevamente en señas de identidad de la obra.
Llegamos así a su última película y la excusa para abordar la figura de Peter Strickland, In Fabric (2018). Aquí el director sigue con ese sello innovador y como en las anteriores, utilizando remedos previos y reciclando piezas de tradiciones en desuso, a las que dota de un barniz de calidad y respetabilidad que las relanza, desde la base de ópticas pasadas. En esta ocasión lo hace con una estética setentera, un esquema central que alude a la mejor tradición del giallo italiano, con algunas dosis de peli de serie B y un fino sentido del humor, que aporta unas veces perplejidad y otras cierto desahogo a una trama tan indefinible.
Porque esta película es abigarrada rozando lo estrambótico, por cuanto la historia que nos narra es la de un vestido rojo asesino, no exagero, eso es exactamente de lo que va la peli. Pero una cosa tan a priori zafia incluso para una serie B, en manos de Strickland resulta fascinante. La textura corpórea de las imágenes, los diálogos, el misterio diletante, pero sobre todo la fisicidad del ruido, casi un personaje en sí mismo, te enlaza con el universo del director y su paleta de sonoridades retro con tintes hipnóticos, que son el mayor hallazgo del cine de Stickland y la forma de sumergir al espectador en sus propuestas.
Brillante, interesante, desconcertante, con un mayor aparataje sensorial que las anteriores, In Fabric siendo un compendio de su cine, tiene una mayor ambición al mostrar diversos escenarios. Todo, eso sí, dentro de su mundo exclusivo, donde destacan unos grandes almacenes alucinantes y alucinatorios con unas dependientas, maestras de ceremonias de una historia que nos lleva por caminos inexplorados, surrealistas y llenos de sorpresas, pero que a la vez, y a diferencia del resto de su cine, resultan permeables a cierta cotidianidad mundana.
Es evidente que la visión de sus cuatro películas supone una apuesta por lo sensorial frente a lo narrativo y requiere del espectador que se deje llevar y se convierta en cómplice para entrar en un universo inaprensible y desconcertante como receptor de una experiencia visual y acústica singular. Un autor interesante y fascinante al que yo por supuesto seguiré en sus próximas andaduras. Un creador que toma impulso desde la plataforma del terror de serie B y el giallo, hacia terrenos que a veces evocan al David Lynch más oscuro y opaco, pero también más fascinante y sugerente y que es capaz de alzarse con una mirada propia entre todas estas referencias.
Y es que un tipo que, como él mismo ha declarado, prefiere vivir en Budapest a hacerlo en Londres, y al que le encanta llevar ropa de segunda mano, por las experiencias que los tejidos han podido tener con sus anteriores propietarios, me resulta tan ajeno a mí, como fascinante explorarlo. Yo lo hago con los ojos muy abiertos, como los de un explorador que recorre territorios ignotos, transitados por sonidos espectrales y alucinatorios y que a veces siente que recorre regiones prohibidas en las que no tiene derecho a estar. Ese es Strickland, ese es su mundo, lanzaos sin miedo, pero también sin prejuicios ni equipaje previo, sólo se necesita una mente abierta y… dejarse llevar.