Lord Byron en el Cabo Sunion
Por Antonio Costa Gómez.
Lo evoqué en Sintra, al lado de Lisboa, cuyo castillo en la floresta le pareció un paraíso y le provocó nostalgia. Lo evoqué en Yanina, una ciudad amurallada junto a un lago en el norte de Grecia donde se unió a Alí Pacha, el caudillo que se rebeló contra el imperio turco con gran parte de Albania.
Lo evoqué en la misma Albania, donde en Tepelene una placa lo recuerda. Recorrió con hermosos caballos el sur de Albania y escribió sobre ella. Le gustaban sus montañas solitarias y sus ríos bravos. Le gustaba que los albaneses fueran indómitos y solitarios como él.
Lo evoqué en La Spezia, en la Riviera italiana, donde navegaba con Shelley. Lo evoqué en el lago Leman donde en unas tertulias nocturnas sus amigos inventaron a Carmilla, la vampira, y a Frankentein. Lo evoqué al otro lado del lago en el castillo de Chillon, donde un mártir de la libertad le inspiró un famoso poema.
Lo evoqué en Venecia frente a la islita de los armenios a donde acudía a estudiar armenio. Lo evoqué en Estambul donde atravesó a nado el Helesponto para emular a unos amantes mitológicos. Pero sobre todo lo evoqué en Grecia, donde perdió su vida para luchar por los mármoles griegos contra los cañones turcos.
Llegamos al atardecer al cabo Sunion. Conseguimos localizar el grafitti que él dejó en una de las columnas alucinantes sobre el mar. Había una roca que parecía una cara que protestaba como él ante el infinito. Y allí evoqué uno de sus poemas más bellos (traducción mía):
Ella camina en la belleza como la noche
de climas sin nubes y de cielos estrellados.
Y todo lo mejor de la oscuridad y el brillo
se reúne en su aspecto y en sus ojos.
La suavizaba la suave luz de la noche
como no lo hace la vulgaridad del día.
Una sombra más, un rayo menos
habría estropeado su gracia sin nombre.