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La mercantilización de los clásicos: el caso de las tragaperras online

No es ninguna novedad que la literatura se ha vuelto un producto de consumo adaptado a las leyes del mercado. Algunos teóricos incluso piensan que el auténtico arte actual es aquel que desafía las leyes editoriales y los gustos de la audiencia, al tiempo que respeta cierta tradición cultural. De cualquier manera, es indudable que los grandes títulos clásicos han sido apropiados por la industria y se han convertido en mercancías.

Esto no quiere decir que hayan perdido su valor estético intrínseco, pues aun los clásicos más reeditados, reproducidos y comercializados pueden ser abordados con las premisas contextuales relevantes para darle un enfoque auténticamente literario. Sin embargo, esta mercantilización de la literatura trae aparejados algunos riesgos, en especial para las audiencias que reciben los grandes títulos a partir de su versión más masticada por el mercado.

Apps de tragaperras para jugar desde el móvil

Las tragaperras son uno de los productos del entretenimiento online más solicitados. Esto hace que estén disponibles en numerosas plataformas. Se puede visitar www.casinos-online.es para comparar las tragaperras desde el móvil con las tradicionales.

La alta demanda hace que sea necesario producir nuevos títulos todo el tiempo. Éstos deben ser tan variados como sea posible, pues los casinos online se sostienen a partir de la constante incorporación de nuevos usuarios. Al atraer a personas con intereses diferentes, la industria del juego se garantiza un permanente flujo de actividad.

En esta maratón por sacar nuevos títulos, los desarrolladores de juego han creado tragaperras con la estética de clásicos de la literatura universal, como Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne o Alicia en el País de las Maravillas de Lewis Carroll. El procesamiento de estas obras por parte de la industria cultural es impiadoso, sobre todo si se tiene en cuenta el cercenamiento de sentido que propone la versión para los casinos online.

En este caso, no solo se trata de una traducción intersemiótica para acoplar la obra al gusto del mercado (como sucede con el cine), sino sucede algo aun más grave. Las piezas literarias son convertidas en juegos completamente despojados de ingenio ni trama, donde la única atracción consiste en apretar un botón a la espera de una combinación ganadora. Es un auténtico triunfo del mercado sobre el arte: convertir los clásicos de la literatura en entretenimientos llanos y compulsivos.

Las tragaperras mantienen a sus jugadores pendientes del juego a través de una combinación de música e imágenes visuales. Los sonidos y los colores de estos juegos proporcionan una gratificación instantánea al cerebro, aun cuando el jugador esté perdiendo su dinero. Esta recompensa cognitiva fácil e inmediata es todo lo contrario al ejercicio enriquecedor de la lectura real de los clásicos, que conlleva tiempo, concentración y produce premisas mentales indelebles.

Qué hacer con los clásicos

Muchos libros, como Frankestein de Mary Shelley o el Quijote de Cervantes, parecieran haber tocado fondo al ser procesados por la industria del juego online. ¿Esto quiere decir que ya no le pueden hablar honestamente a la audiencia contemporánea? ¿Hemos de abandonar su enseñanza y su estudio para entregarlos de una buena vez a la merced del mercado?

La situación propone un cambio de foco y una reapropiación de los clásicos. De hecho, los libros voluminosos como todos los citados presentan una característica que es incompatible con los tiempos frenéticos en los que vivimos: su extensión. En épocas donde todos los estímulos tienen recompensas volátiles e inmediatas, la lectura un clásico de 600 páginas, independientemente de su manipulación por el mercado, puede ser visto como un auténtico ejercicio de rebeldía contra los estructura ideológica actual.

Los clásicos requieren tiempo, introspección, paciencia, pausa, todas las características que van en contra del modo de ser contemporáneo. Por eso es que su lectura y relectura es un modo de enfrentarse no solo contra el mercado y su manipulación de las obras, sino contra la industria cultural actual. En épocas donde se publican libros que desalientan la lectura, resulta sensato volver a las bases. Una revisión minuciosa de un libro tan trillado como Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas puede arrojar un luz sobre la realidad que pone de manifiesto sus relieves ocultos y sus sombras.

Así pues, lejos de alejarnos de los grandes títulos a causa de su apropiación por parte de la industria cultural, la posición verdaderamente revolucionaria consiste en acercarnos a ellos otra vez, para redescubrirlos y ayudar a otros a hacer lo mismo. Un retorno de la crítica literaria a los clásicos universales puede ser un modo de luchar contra los mandatos del mercado.

 

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