‘Adiós muñeca’, de Raymond Chandler
ANDRÉS G.MUGLIA.
Adiós muñeca es la segunda novela de Raymond Chandler. Su héroe Philip Marlowe, que había hecho su primera aparición en El sueño eterno, reaparece en este libro publicado por primera vez en 1940, que tiene una estructura más ambiciosa que su novela debut. Esta vez Marlowe se ve envuelto en una serie de episodios, algunos muy peligrosos y que lo ponen al borde de la muerte, que se suceden dentro de la trama sin que el lector pueda hacer otra cosa que dejarse llevar por la evolución de cada uno, pero sin necesariamente relacionarlos entre sí. Como si Chandler hubiese decidido escribir varias historias, separarlas en capítulos y mezclar todos esos capítulos en una suerte de baraja literaria, para dar finalmente como resultado Adiós muñeca.
Todo comienza con el encuentro fortuito de Marlowe con un hombre llamado Moose Maloy. Un gigante que evidentemente no está en sus cabales y obliga a Marlowe (lo invita entre amistoso y amenazante) a entrar a un bar a tomar una copa con él. Marlowe accede y juntos penetran a un establecimiento que al instante el protagonista advierte es exclusivo para afroamericanos. Con el mismo semblante un poco alelado con que interpeló a Marlowe, Maloy consulta educadamente al matón que viene a expulsarlos del bar, sobre el paradero de una mujer llamada Velma que trabajaba como bailarina en aquel lugar ocho años atrás. Allí nos enteramos que durante ese tiempo Maloy ha estado en la cárcel y que Velma era su antigua novia antes de caer preso. Todos: el barman, el matón (menos amablemente) intentan hacer entender a Maloy que allí no hay ninguna Velma, que ocho años antes ese bar tenía otro dueño y que por esa época era un establecimiento para blancos. Pero Maloy no entiende razones. La violencia estalla y el gigante mata al guardaespaldas para luego, en medio de la estampida de la concurrencia, entrar en la oficina del dueño del bar y, siempre buscando a Velma, asesinarlo también.
Marlowe contempla la dantesca escena con su habitual pragmatismo, intentando no involucrarse pero impidiendo que el barman dispare a quemarropa sobre Maloy con una escopeta recortada que oculta debajo del mostrador. Después de que el estallido termina y todos se han ido, recorre el campo de batalla y entra en la oficina del dueño que ha sido sorprendido por Maloy mientras intentaba sacar un arma para ultimarlo. Advierte que el gigante casi le arrancó la cabeza con sus manos.
Sin quererlo, Marlowe se ve involucrado en este crimen doble y es citado por la policía, a cuyos miembros evidentemente no simpatiza, para testificar. Librado de responsabilidad con respecto al crimen y seguro de que la policía no hará nada por buscar a Maloy, inicia su propia pesquisa para encontrarlo. Investiga al antiguo dueño del bar pero solo encuentra a su viuda, una alcohólica que vive en la miseria y se muestra esquiva cuando Marlowe le hace preguntas sobre Velma.
En medio de este embrollo que lleva adelante por motus propio, Marlowe recibe una llamada de un misterioso personaje, Lindsay Marriot, que le pide vaya a verlo. Marriot contrata los servicios del detective para una misión sencilla, tiene que hacerle las veces de guardaespaldas mientras él paga un rescate a los ladrones que le han birlado un valioso collar a una “amiga” suya. Marlowe es reacio a colaborar con Marriot, pero la paga es buena, así que lo acompaña hasta un descampado donde se realizará el intercambio. En medio de la noche y mientras investiga el terreno, es atacado y dejado inconsciente. Cuando despierta descubre que han matado a Marriot. En tanto investiga el cadáver, una bella y joven pelirroja llamada Anne Riordan, aparece en escena y amenaza al detective con un arma. Después de algunas idas y vueltas, Anne, que es la hija de un policía y se ha acercado a la escena del crimen porque escuchó un disparo, ayuda a Marlowe a salir del entuerto.
Comienza entonces una segunda investigación del detective para dilucidar quién y por qué mató a Marriot, durante la cual conoce a la dueña del collar robado, Helen Grayle; una auténtica mujer fatal con todas las de la ley y con la que naturalmente Marlowe sostiene una tórrida relación preñada de erotismo. Todo esto con el conocimiento del marido de la señora, un rico hombre maduro que hace ojos ciegos a los deslices de su esposa.
Presentados los abundantes personajes, las dos historias se empiezan a entretejer a un ritmo desconcertante. Marlowe va tras la pista de un narcotraficante relacionado con Marriot, un supuesto gurú al que acuden algunos habitantes de Berverly Hills. Sus investigaciones lo confrontan con este extraño personaje y la vida del detective corre peligro una y otra vez. En medio de todo aquello su relación con Helen Grayle se vuelve cada vez más tortuosa y para colmo de complicaciones la bella Anne Riordan sigue rondando al atribulado detective.
En este laberinto de historias y personajes cruzados, Marlowe se ve sometido a un torbellino de acción al que el lector, tal vez sin comprender del todo lo que está pasando, también se ve arrastrado; hasta llegar a un punto donde de golpe y con una muestra del enorme talento de Chandler, la trama encarrila y todos los elementos de este complejo rompecabezas encajan milagrosamente.
Algunos críticos apuntan que Adiós muñeca es la mejor novela de Raymond Chandler. Sin estar seguro de que esto se verifique, pues mucho depende el gusto de cada uno en este sentido, sí se puede afirmar que es su novela más ambiciosa en cuanto a la estructura narrativa. Con los elementos típicos de la novela negra: gente muy mala, disparos, asesinatos, misterio, mujeres bellas y peligrosas, hombres duros de moral dudosa y el inconfundible estilo de Raymond Chandler, con sus descripciones detalladas (a veces en exceso), sus personajes que hacen pensar en el Hollywood de la época dorada y el escenario inconfundible de los bajos fondos de Los Ángeles que el escritor convirtió en su coto de caza literario.