Viajes y libros

‘La escritura indómita’, de Mary Oliver

La escritura indómita

Mary Oliver

Traducción de Regina López Muñoz

Errata Naturae

Madrid, 2021

186 páginas

 

Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca

La belleza debería ser algo muy sencillo. Mary Oliver (Ohio, 1935 – Florida, 2019) lo sabe y su proyecto vital no es una lucha por demostrarlo, pues luchar implica un tipo de acción con resistencia, actuación dinámica o contra la dinámica, voluntad de victoria y mucha, muchísima tozudez. Nada de esto existe en el aliento de Mary Oliver que, sin empeño, pero sin descanso, sin fatigarse, pero sin renunciar a la bondad, no cesa de identificar la belleza con el mundo natural. En estos textos que se recogen bajo el título de La escritura indómita, Oliver hace muestras de una prosa poética sencilla, casi hasta demasiado humilde, y por tanto bella. La rigurosidad teórica, las fuentes, la sobriedad expositiva que deberían poseer de ser leídos como ensayo, provienen de un único lugar, de esa parte de la inteligencia que se da la mano con la sensibilidad, de esos gramos que la propia Mary Oliver llama alma. O de “los tres ingredientes de la poesía: el misterio del universo, la curiosidad espiritual, la fuerza del lenguaje”, si es que esos ingredientes no son la mejor definición de alma que hemos leído en mucho tiempo.

“Pienso como ecologista. Pero siento como miembro de una gran familia; una que incluye al elefante y a la espiga de trigo tanto como al maestro de escuela y al industrial”.

Ese conocimiento directo, esa manera de destilar lo observado, lo sentido, se aproxima a una versión balsámica de la sabiduría, tal vez a aquella que nos reconforta. Los textos provocan, por encima de cualquier otra sensación, descanso. Son hijos de Thoreau y de Emerson, de John Muir y de Henry Beston, pero, por encima de todos ellos, son hijos de Walt Whitman. “Apredí de Whitman que el poema es un templo -o un campo verde-, un lugar al que acceder y en el que sentir”, asegura esta escritora que, a juicio de Elena Medel, en su excelente prólogo, se caracteriza por “la mirada atenta, la escritura fiel, la escritura; corregir, limar las aristas, luchar por la imagen más bella”. Despojada de las cosas más sucias de la vida, de la ambición y de las malversaciones del ego, Mary Oliver nos muestra cuál ha sido la conclusión de haber pasado por la Tierra, que siempre es muy sencilla: aprender a separar el grano de la paja y dejar que las pequeñas cosas se las lleve el viento. Y así, leer estas reflexiones el leer a la persona, posiblemente a una de esas personas que todos, en algún momento, desearíamos ser, alguien que vive con poesía al margen de su obra escrita: “Comprendí enseguida que ciertas cosas -la atención, la energía desbordante, la concentración absoluta, la ternura, el riesgo, la belleza- eran elementos poéticos”.

“Comprendí que el poema era un constructo, que requería forma, elegancia, objetividad”, comenta, pues las últimas páginas de la obra no están dedicadas a la naturaleza como tal, sino a otra vida que ella ha sentido como natural, la literaria, la de la creación poética. Que alguien se desnude hablando sobre el proceso creativo, y nos muestre al yo poeta, al yo de las buenas cosas buenas, siempre será un descanso. Y es posible que descansar sea la función más militante de la literatura.

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