‘Mi padre y su museo’, de Marina Tsvietáieva
Mi padre y su museo
Marina Tsvietáieva
Traducción de Selma Ancira
Acantilado
Barcelona, 2021
81 páginas
Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca
No siempre las piezas breves son cuentos, relatos. La extensión y la redacción en prosa marcan bastante el género, pero lo hace esencialmente para su catalogación. Una pieza breve puede rondar la poesía, como sucede siempre con todo lo escrito por Marina Tsvietáieva (Moscú, 1982 – Yelábuga, Tartaristán, 1941) incluso cuando escribe sus diarios respondiendo a los días de la revolución.
Ahora llega este pequeño libro en el que la autora se sumerge en la figura del padre, un hombre que se empeñó en abrir un museo de escultura, del que apenas pudo disfrutar un año y tres meses. Fallecería entonces, dejando a Marina del todo huérfana, condenada a la tristeza enferma que atraviesa su obra, curada, eso sí, por su talento para la poesía, por su extrema sensibilidad, por su capacidad de lucha y descripción. En estas piezas breves, que no terminan de ser redondas como deberían serlo si respondieran a las técnicas del relato, Marina crea un mito: un padre. Será ese padre el que nos explique, con su actitud, las constantes bondades de la condición humana. Se podrá achacar al efecto de la memoria, que tiende a desechar lo malo, este anhelo, pero en el caso de Marina esa memoria funciona con una libertad inaudita, con una libertad semejante a la que pone en marcha el mecanismo de los sueños.
Lo que sucede es que a la memoria-sueño Marina añade la intención. Tiene muy claro hacia dónde quiere encaminarse, qué mensaje transmitir: entre la raza de los hombres se esconde la bonhomía, y ella tuvo la suerte de conocerla. Las piezas fluyen así con naturalidad, como un reflejo de la realidad, y con pesimismo: “Todos han muerto ya, y yo debo contarlo”. Como siempre, Marina Tsvietáieva mantendrá su pulso conciso, en palabras de su traductora, Selma Ancira: evoca, sugiere, apunta.