«Las uñas rojas»: intensa introspección teatral con Emilio Gómez
Por Horacio Otheguy Riveira
Entre la autoficción y muchas luces y sombras de hechos reales del mundo del espectáculo, Las uñas rojas se erige en un envolvente espectáculo para un solo actor, Emilio Gómez, quien a poco de empezar vestido de astronauta para hacer un Hamlet imposible, se enfrenta a sí mismo y al público en una serie de máscaras a cual más interesante. El humor es un compañero muy gratificante, y de él tira para adelante en una crónica angustiosa en busca de un rumbo vital mientras recuerda episodios de su pueblo manchego, el garbo de un niño que canta canciones de Camilo Sesto por la calle mientras la insultan, la feminidad del mismo niño con un vestido de su hermana; la hombría de un ser que brega contra prejuicios, la valentía de un hombre dispuesto a conquistar los escenarios y que éstos lo conquisten a él.
Atraviesan la función varios nombres de la historia del teatro con gritos y susurros (Daniel Day Lewis y su abandono de Hamlet en el 89, porque se encontró en escena con su padre muerto en su adolescencia; y uno de los grandes hombres de teatro españoles, Miguel Narros, muerto hace siete años, una y otra vez recordado), pero en todas las idas y venidas sumamente originales, el único intérprete va y viene cabreado, feliz, liberado y encadenado a toda clase de impulsos y fantasmas; lo más importante es que siempre logra concentrar nuestra atención, conmover y divertir.
Emilio Gómez coescribe, el actor Jacinto Bobo dirige, Javier Ruiz de Alegría se ocupa del espacio escénico y la iluminación, y entre todos convocan a los ángeles y demonios del teatro para que renazca la emoción de poder decir, de corazón, con la dirección precisa, el ambiente interior-exterior adecuado, un texto clásico que no se ha podido decir cuando se creía posible. Pero llega el instante mágico, y con él la justa ovación del público.
Lo que empezó por una rabieta al querer actualizar un clásico, acaba con un reencuentro con las palabras mayores del arte escénico en un juego dramático muy logrado ante la angustia del actor, muy alejado de los recursos de otros artistas que perduran una vez muertos como músicos, cantantes, pintores, escritores, muchos de ellos revaluados al desaparecer, más aún si mueren jóvenes, esos sí que tiene un plus también en los actores que fueron famosos en el cine. Pero es en el teatro, en la efímera emoción de una noche o muchos años con sus muchas noches donde el dolor de ausencia se hace patente. Contra esa cruel fascinación se eleva esta función en manos de un intérprete que lamenta de no ser una primera figura ultra solicitada, y a la vez se entristece por las grandes figuras que hoy ya nadie recuerda.
Todo ocurre con mucho talento en la dosificación de la temperatura dramática y humorística. La energía de Emilio Gómez domina ampliamente la difícil empresa de ser niño y hombre, saltimbanqui, cantante a capela, y actor por encima de todo.
dramaturgia Emilio Gómez y Guillermo Perujo
dirección Jacinto Bobo
ayudante dirección Inma Cuevas
espacio escénico e iluminación Javier Ruiz de Alegría
vestuario Almudena Bautista
espacio sonoro Eduardo Ruiz “Chini”
diseño gráfico, fotografía y video David Ruiz
técnico Xabi Arana
distribución y prensa Marea Global
producción ejecutiva Jesús Sala
produce Kendosan Producciones
Todo ocurre con mucho talento en la dosificación de la temperatura dramática y humorística.