«El bar que se tragó a todos los españoles», una luminosa apología de la felicidad
Por Horacio Otheguy Riveira
Es imposible condenar la felicidad en cualquiera de sus interpretaciones, pero crear una apología concibiéndola como una fuente de jubilosa energía con su éxtasis, siempre por encima de los sofocos, entre buenos amigos, buenos amores, manos tendidas… sí es factible, sobre todo si detrás del invento hay un creador como Alfredo Sanzol, autor-director de numerosas funciones en las que ha prevalecido la ambición de colmar el escenario de personajes cercanos y esperanzados.
En El bar que se tragó a todos los españoles, nueve formidables intérpretes dan vida a una veintena de personajes en torno a un cura que quiere dejar de serlo para vivir y enamorarse.
Transcurre en los años 60 desde un pueblo de Navarra a Orange, Tejas, luego San Francisco, el Vaticano y Madrid: una obra con mucha carretera y algunos aviones, inspirada en la vida del padre del autor. Fluye la comedia costumbrista y el drama de época en un contexto escenográfico fascinante para crear un espectáculo de tres horas que al final, con todos de pie en la ovación final, la sensación general es de pena porque se acaba la fiesta. Si fuera una película la volveríamos a poner después de comernos un bocata, pero es teatro con su omnipresente herida de lo efímero, pero para ponernos a la altura de la función, es decir, para no romper el aura mágica que la recorre, evitamos el lamento y nos comprometemos a volverla a ver cuanto antes.
En el lado panorámico de su puesta en escena hay muchas situaciones leves que se pierden porque hay mucho por ver, entre el asombro y la empatía: miradas, silencios, un vestuario delicadísimo en contrastes y armonías, voces perfectamente calibradas que pasan muy rápido, caracterizaciones asombrosas en tiempo récord, y ya entrando a fondo en sus múltiples escenas intimistas, las creaciones de los intérpretes, por donde campean nuestros propios aplausos en obras anteriores, refrendados aquí con una suerte de magistral composición en muy diferentes situaciones.
El invento de vivir se encuentra gozosamente atrapado por el hechizo de un mundo lleno de calidez, de manera que, incluso en medio de dictaduras, racismo y guerras, el homenaje a la felicidad de que somos capaces destaque sobre todo en la manera de afrontar la adversidad.
De entrada, las actrices y actores escogidos tienen una fuerza coral prodigiosa.
Así, Jesús Noguero abre y cierra la función; al comienzo y a ritmo de una ranchera abre el bar donde pronto abrazará a quien será alter ego del propio autor de la obra, Camila Viyuela. Ambos guían la historia, la cuentan, la viven, la sueñan… y a su vez son otros en el agitado camino del relato: lo mismo un sorprendente hombre de éxito que un cura temeroso o un pícaro de cuidado; y Camila, de narradora pasa a ser una jovencita frustrada ante quien esperaba vivir un gran amor o una monja atribulada por la muerte del Papa…
Nuria Mencía es la solitaria atractiva que seduce a un hombre desamparado, pero también, con otra apariencia, la encantadora dama que obsequia a los presentes con un discurso sobre la poesía en la vida cotidiana, y a la vez se mofa de lo ambicioso de su discurso; Elena González nos desarma como la granjera todo corazón y, más adelante asusta como la bella Gina Zanella, una brava italiana de armas tomar; Jimmy Roca, es el generoso padre Robert, y luego un conmovedor Martin Luther King cinco años antes de ser asesinado; David Lorente, gran profesional desde el primer cura de pueblo a los perfiles de una serie de hombres clave, aunque estén de paso; Albert Ribalta destaca generando muchas risas en el tramo final con una composición alucinante de un cura singular en la burocracia vaticana en el día de la muerte de Juan XXIII…
Todos ellos tienen además fogonazos de personajes más o menos breves dentro de una concepción escénica muy coreográfica, en cuyo centro siempre están: Francesco Carril y, ya avanzada la representación, Natalia Huarte, que surge como una emanación sobrenatural de belleza y sensualidad en medio de una fiesta de disfraces, manteniendo su carismático encanto hasta el final.
Por su parte, en el absorbente protagonista, Francesco Carril ofrece un portentoso recital de recursos actorales, desde el primer momento a cargo del nervio, la vehemencia, la transparencia y el optimismo de su fabuloso personaje, ya inscrito en las páginas de la historia del teatro en lengua hispana.
La capacidad lúdica de los espectáculos de Sanzol más personales, hace que lo más pedestre adquiera visos de mito y elocuencia poética, de ensueño con ojos abiertos y de vuelo entre bailes y canciones de la época como si todos viviéramos en un musical de nuestra propia creación.
El resultado final, de rara plasticidad y conmovedoras interpretaciones se apoya en gran medida en la escenografía de Alejandro Andújar: un bar convertido en muchos bares y variados ambientes por donde circula una acción trepidante en la que sus mesas, comidas, bebidas, sillas, paredes… ¡y hasta aseos! ayudan a rubricar la atmósfera necesaria para que el espíritu de Sanzol expanda su contagiosa energía:
El Bar que se tragó a todos los españoles cuenta la historia de Jorge Arizmendi, un cura navarro que en 1963, con treinta y tres años, decide cambiar de vida, dejar el sacerdocio, y viajar a Estados Unidos para aprender inglés y marketing. El lugar en el que aterriza se llama Orange, en el estado de Tejas. Allí una congregación de padres escolapios le ayuda a encontrar trabajo como vendedor de aspiradoras…(…) A principios de los años sesenta del pasado siglo la Iglesia promovió una pequeña revolución de consecuencias históricas, al facilitar los procedimientos que concedían la dispensa a aquellos sacerdotes que querían dejar de serlo. Miles de sacerdotes por unas causas o por otras, se acogieron en España a esta novedad promovida por Juan XXIII y Pablo VI. Entre ellos se encontraba mi padre.Desde luego no he contado la realidad tal y como fue. Puede que la realidad siempre supere a la ficción, pero la ficción hace que la realidad tenga significado, y para dar significado me he apoyado en las historias de viajes y aventuras que contaba mi padre, y a partir de ellas he creado la vida de Jorge Arizmendi. Mi padre siempre nos contó muchas historias de su vida, pero no nos contó la principal. Salirse de cura en 1963 en España suponía un seísmo personal, familiar y político. Esta obra quiere dar luz y devolver la dignidad a todos aquellos hombres y mujeres que decidieron cambiar de vida, y que se arriesgaron a hacerlo. Alfredo Sanzol