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‘Quien quiere ser madre’, de Silvia Nanclares

DAVID ALFARO SIMÓN.

Ha llegado un libro a mí por casualidad, como llegan a veces los hijos a nuestras vidas. Tengo prejuicios, no lo voy a negar; por el tema, por la inercia propia, por el enfoque ajeno. Lo toco, lo husmeo, quién sabe qué puedo encontrar. Me digo a mí mismo que para que una obra exista necesita de autor y lector, igual que para que un chiquillo cobre vida necesita un óvulo y un espermatozoide. Siempre dos, hacen falta dos. Así que lo abro, pensando que ahora que soy padre y tengo la edad de las protagonistas podría atraerme. Me acerco con mucha cautela, prejuzgando, y me sucede de repente como pasa a veces con esas personas que te ganan para su causa con unas pocas frases, por su ingenio, por su valentía, porque parece que os conocéis de toda la vida. Silvia Nanclares me ganó al instante con apenas un puñado de palabras, las que utiliza su madre para decirle tras la reciente muerte del padre que a partir de ahora sí que podrá cuidar de su hijo. El que todavía no tiene; el que no sabe si podrá algún día tener.

Es verdad que los libros autoreferenciales con muerte del padre incluida y crisis de los 40 de fondo están hasta en la sopa (yo mismo tengo uno escrito), pero si nos ponemos exquisitos, también sobran libros de mujeres que sufren en sus matrimonios o de investigaciones sesudas de asesinatos y por ello no dejas de leer a Gustave Flaubert o a Agatha Christie.

El libro tiene verdad, no solo realidad, y es eso lo que te hace que intentes apremiar a los personajes para que te cuenten la suya propia, su verdad, la externa y la interna, haciéndote pronto su amigo, su confidente, parte de su vida, tanto que por momentos crees estar inmerso en un thriller en el que al final, en la última página, te desvelarán si finalmente se queda embarazada. Aunque, llegados a ese punto, ya qué más da.

Como con ‘Crónica de una muerta anunciada’, página a página vas descubriendo que lo de menos es ese final. Porque te ilusionas con la protagonista, la propia Nanclares, porque sufres con ella, te sientes identificado en cosas que a ti te han pasado, pero también en otras que no, conflictos internos que rondan la sociedad, temas de conversación y circunstancias que a veces le suceden a gente de tu entorno.

Particularmente angustioso es el pasaje en el que la pareja va perdiendo la pasión para centrarse en la reproducción, van abandonando la chispa del amor entre dos para ir haciendo hueco en la mitad a un ente deseado que les roba el deseo, a un deseo etéreo que ya les va separando antes de aparecer en sus vidas, porque van a ser tres. La idea del niño que empieza a separar la pareja antes de que el niño aparezca. Tan triste como real.

Por momentos me ha dominado la angustia y veía a la infertilidad cómo se volvía corpórea y me perseguía como si fuera el maníaco de ‘El cabo del miedo’. Para más inri, la tecnología se adueña del amor y también por momentos crees estar en ‘Her’, cuando la tecnología sabe más de ti que tú mismo.

No puedo dejar de sentirme culpable porque en ocasiones me ha asaltado un pensamiento muy machista en forma de duda: ¿Y si a las mujeres que rondan los 40 se les sincroniza el pensamiento de tener un hijo a toda costa igual que se les sincroniza la regla cuando viven juntas? En mi descargo he de decir que la autora emplea el sarcasmo y la autocrítica como armas que nos ayudan a luchar contra nuestros propios pensamientos. Llegas a meterte en su vida a partir de su literatura, porque sus letras se han metido en la tuya, en tu cerebro, entre tu piel, te crees con derecho a juzgar, así de cercano es el vínculo que ha sido capaz de crear con el lector.

Sí, es una lectura obligatoria para madres, para mujeres que desean serlo, para jóvenes que ni se lo plantean, pero alguna vez lo han pensado…, pero, sobre todo, es un libro imprescindible si no eres un gilipollas con prejuicios; un libro necesario si quieres dejar de serlo.

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