OpiniónPoesía

El poeta enamorado. Joan Maragarit

Por Gaspar Jover Polo.

Es frecuente dar con personas muy aficionadas a la lectura que, sin embargo, encuentran muy difícil, casi impenetrable la poesía, y es que el género lírico, por la menor extensión de sus obras, implica concentración de ideas y de ocurrencias formales. Es cierto que suele resultar más difícil, en general, disfrutar de los textos poéticos; pero este no es de ninguna manera el caso de Joan Margarit, del poeta que habla de sentimientos muy intensos y a la vez comunes para la mayoría de los seres humanos, que nos transmite la desesperación que se siente tras la muerte de un ser querido, de una hija por ejemplo. Nadie puede quedar indiferente ante el dolor que un padre siente tras la pérdida de su hija, y esto es lo que sin duda le sucede al lector que se enfrenta al poema de Margarit titulado “Un pobre instante” (Joana, 2002):

 

La muerte no es más que esto: el dormitorio,
la luminosa tarde en la ventana,
y este radiocasete en la mesita
-tan apagado como tu corazón-
con todas tus canciones cantadas para siempre.
Tu último suspiro sigue dentro de mí
todavía en suspenso: no dejo que termine.
¿Sabes cuál es, Joana, el próximo concierto?
¿Oyes cómo en el patio de la escuela
están jugando los niños?
¿Sabes, al acabar la tarde,
cómo será esta noche,
noche de primavera? Vendrá gente.
La casa encenderá todas sus luces.

 

El lector queda, sin duda, impresionado por la intensidad del sufrimiento que expresa el poeta al describir el minuto siguiente a la muerte de Joana; pero este poema nos impresiona también porque comienza de un modo un tanto desconcertante, comienza con una paradoja, y luego se estructura hasta el final alrededor de esta fascinante figura retórica. Empieza diciendo: «La muerte no es más que esto», como si fuera a tocar el tema de la muerte desde un punto de vista racional, empírico, en el sentido de que se trata, por desgracia, de un fenómeno más que corriente; pero la paradoja reside en que, a partir del segundo verso, vemos que, para el narrador, la muerte de Joana supone al mismo tiempo todo lo contrario, que se trata de un acontecimiento de consecuencias trágicas e incalculables: las consecuencias de un amor truncado antes de tiempo.

Joan Margarit, Premio Cervantes 2020, es un poeta que incluye argumentos en sus poemas, que desarrolla anécdotas, que incluso incorpora datos y hechos autobiográficos fácilmente rastreables en su trayectoria familiar y profesional, y eso, como es lógico suponer, ayuda mucho a entender lo que nos quiere decir con sus versos. Nos habla del amor por su hija y también del amor por su esposa, tanto en en su etapa de novio como a lo largo de su vida conyugal, y del amor que sintió por su madre en la lejana infancia por tierras catalanas; pero Margarit es al mismo tiempo un poeta de brillantes recursos formales, un artista que introduce complejas figuras retóricas en medio del argumento y del tema, por lo que, a menudo, nos llama la atención también por su capacidad para producir poderosas imágenes, el símil o comparación sobre todo. Nos cuenta por ejemplo que, durante un paseo por el bosque cubierto de nieve, alguien «halló un nido caído, un nido grande / como la cuna de una niña muerta». Y en un poema ambientado en la Guerra Civil y dedicado a la protección que, justo después de acabar los bombardeos, recibía de su madre, incorpora la siguiente comparación: «y tú estabas allí en la oscuridad,/ sentada en la cocina / igual que una gaviota en una grieta / de la roca durante el temporal».

La importante presencia del argumento y de la nota humana hacen que el texto resulte emotivo sin necesidad de dejar de lado la preocupación por la belleza formal, porque un poeta accesible al público puede ser a la vez un consumado esteticista. Otro ejemplo lo tenemos en el poema titulado «Último paseo». En este caso la anécdota consiste en que la protagonista nos cuenta, en primera persona, que se siente de pronto mucho mejor, que parece recuperada, como por arte de magia, de una grave enfermedad, por lo que decide salir de su casa para dar un paseo. Nos embarga la emoción del instante narrado, pero además, también aquí el dramatismo aparece acompañado y potenciado por un llamativo símil: «Nunca había podido andar así. / Sentí que me volvía la alegría: / cayó la enfermedad como una piel / sudorosa, dejada allí en la calle».

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