Roma y el poder del lenguaje
CÉSAR ALEN.
En cualquier época de la historia la educación ha representado un valor decisivo para el desarrollo de la sociedad. Eso es un hecho incuestionable. Sin embargo, actualmente, en estos tiempos confusos, ebrios de poder. Excesivos, pueriles, hipócritas e interesados, se ha utilizado como arma arrojadiza, como argumento contra el otro. Son innumerables las leyes educativas que se han sucedido. Cada cambio de gobierno va irremisiblemente unido a una nueva ley de educación. Hecho que demuestra la importancia estratégica que se le otorga. Según eduques de una manera u otra, conformarás a un tipo de ciudadano determinado, el que más interese al gobierno de turno.
En este sentido, los griegos y los romanos hicieron mucho hincapié en la educación. A partir de la época Arcaica se empiezan a tener noticias de los métodos que utilizaron los romanos y la importancia que le otorgaban. Ya Horacio en una de sus odas recuerda el rigor con que se aplicaba los métodos pedagógicos para formar ciudadanos honorables: «la estirpe varonil de rústicos soldados». Por el contrario, pensaba que los tiempos que le habían tocado vivir a él, el sistema estaba en franca degeneración, pues se habían abandonado los procedimientos del pasado.
De esta manera, para los romanos, la esencia de la educación, la matriz estaba en la propia familia. La madre (mater familias) se ocupaba de la educación de los hijos hasta los siete años. A partir de entonces era el padre (pater familias) quien tomaba las riendas.
Lo nuclear de la educación consistía en dar ejemplo. El padre debería tener una conducta ejemplar en todos los sentidos. Debía ser coherente, honesto, franco, digno. Tenía que representar un modelo a imitar. No se concebía el fariseísmo. No entendían la abierta hipocresía de predicar una cosa y hacer la contraria. Para Catón el censor la educación de los hijos resultaba «una obra maestra, formándolo y moldeándolo según el modelo de la virtud romana». Lo mismo podíamos decir de Escipión o del gran Augusto que dedicó gran parte de vejez a educar a sus nietos. Recordemos que la cultura romana tenía unas raíces eminentemente rurales. En la sociedad agraria los valores personales eran de suma importancia. Conceptos como virtus, humanitas, fides, eran los pilares donde se asentaba su identidad. Hay que establecer un paralelismo inevitable entre el sedentarismo, la agricultura y su significado social. Lo bien plantado, las cosas bien hechas. Dedicar tiempo a lo que necesita tiempo. Resulta pertinente nombrar Las Geórgicas de Virgilio, en donde plasmó los valores agrarios, pero con una proyección mucho más ambiciosa. En el texto subyace toda una declaración de intenciones, una manea de reivindicar el trabajo y las cualidades innatas de la tradición agraria. Todo ello envuelto con un lenguaje poético, la recreación de un ambiente bucólito. Aspectos que en la Edad Media conformarían el locus amoenus o La Arcadia de Sannazaro.
A este respecto, ya desde la época Arcaica las costumbres romanas eran de un declarado carácter doméstico y familiar (la familia como núcleo, como embrión que debería eclosionar en una sociedad sana, decidida y organizada). Tenían, a su vez, un sentido pragmático de la existencia, y algo muy importante conocido como mos maiorum, que consistía en la aceptación de las costumbres de las generaciones anteriores, es decir, respeto a los mayores. También hay que destacar la importancia que se le daba a lo público, lo que se conocía como Rex publica.
Para completar la ecuación la literatura se encargó de representar este tipo de valores. Los textos hacen llegar a gran parte de la sociedad el mérito de los héroes tradicionales. Los autores forjan un modelo para ser imitado, para que sirva de referencia a la sociedad; mitos y adalides, dioses antropomórficos, hazañas homéricas. Las letras como representación de lo realmente importante, las humanidades referentes. La literatura exalta los valores que servirán de ejemplo al pueblo. Para eso es imprescindible el conocimiento exhaustivo de la lengua. El lenguaje resulta un instrumento fundamental para la consecución de grandes logros sociales y políticos. A través de lo escrito ( sea o no verídico) se crean unos arquetipos, que a su vez, servirán para reconocerse, para identificarse. Los protagonistas son referencia civilizadora. Y lo que está escrito permanece. El lenguaje como la argamasa que concreta lo etéreo, lo incognoscible, los sueños y aspiraciones. Una lengua tiene un enorme poder de cohesión. Fuerza vehicular que cohesiona la sociedad, que ofrece sentimiento identitario.
Es por ello, que en la educación se le da tanta importancia a la retórica, la dialéctica y la gramática, lo que en la Edad Media se denominó Trivium, que junto al Quadrivium ( geometría, aritmética, astronomía, música medicina y arquitectura) completaba el programa escolar. Este interés por las letras es de clara influencia griega, ya que fue una de sus grandes obsesiones. En aquel entonces se conformó el Koiné, la lengua unitaria del mundo griego que se extendió entre las clases acomodadas romanas como símbolo de cultura y sofisticación.
La escuela secundaria romana se basó en las artes del gramático grammaticus. Se daba especial importancia a los aspectos filológicos de los textos, a la interpretación de los clásicos. El lenguaje como eje alrededor del cual giraban los demás saberes. Existía una obsesión filohelénica de manejar perfectamente el lenguaje. Los grandes oradores como Ciceron sabían del poder de la palabra. El estudio de la retórica tenía como fin formar grandes oradores. Uno de los textos fundacionales sobre la gramática fue De grammatica de Varrón (116-27 a. C.). Otro hecho coadyuvante al desarrollo de los textos fue la utilización del pergamino con formato de códice en el siglo I a. C. que acabaría definitivamente en el libro. Los grandes estadistas eran conocedores del poder que entrañaban el manejo de la lengua, la oratoria como posibilidad de manipulación de masas. Por eso la primera escuela de oradores en lengua latina fue prohibida por con un edicto firmado por Domicio Aenobardo y L. Licinio Craso.
Reivindico por tanto el poder de la filología para profundizar en los textos, para desarrollar la comprensión lectora de la que de forma alarmante carece gran parte de la sociedad. Como ciencia que rastrea los textos escritos para acercarnos la historia y el conocimiento.