“No le busques cinco pies a un verso. Ni un blues más”, de José Ángel García
Por Rafael Talavera.
Los pilares de la personalidad de José Ángel García son nítidos: ética, verdad, amor y belleza. Y posee dos formas de acceso a la realidad a través de ellos: la ironía creadora y el puro lirismo. Ambas formas se ejemplifican nítidamente y por separado en el presente volumen, es decir, cada una actúa de protagonista en uno de los dos libros que lo componen. Trato de imaginar su sentimiento de un mundo que tiende a la fatuidad y a la desvergüenza mentirosa, a la entropía como derroche de estupidez, al ruido, a la fealdad y el desasosiego; un mundo que evoluciona hacia una mayor complejidad sólo en lo referente a la tecnología, pero que en lo que concierne a lo individual, a lo personal e íntimo, padece de una progresiva caída indetenible en la insignificancia, una inflexible involución, una progresiva atrofia, un acelerado aterrizaje en el encefalograma plano. Un mundo que envuelve a sus habitantes en la intrascendencia de sus vidas al tiempo que se aleja de la belleza con indiferencia y desprecio.
El volumen, No le busques cinco pies a un verso. Ni un blues más, editado en Vitruvio, como todo rostro dotado de complejidad, posee dos caras. Luz y sombra. Sorprende, de entrada, la bipolaridad de su lectura. Como si hubiera dos autores con el mismo nombre, pero con intenciones dispares. El primer libro fluye como un río laberíntico que se retuerce por una gran urbe lamiendo los umbrales de todas las formas de comunicación social, un río que en teoría comunica a todos con fórmulas inocuas de lenguaje para dotarlos de información desactivada, profundidad de trampantojo y cultura de cibernada hecha de agua fácil que busca su llanura: río donde José Ángel opera una transformación tan irónica como sutil para mostrarnos su barroquismo hueco y resonante, así como la falsa riqueza de su despilfarro. El segundo, en cambio, es un río fresco y libre de muchedumbres, que se despereza en la intimidad de cumbres nevadas o verdores tropicales donde pájaros rojos pintarrajean los ramajes, para acabar arrojándose al gozo del vuelo en cataratas límpidas como sueños donde no sería raro encontrarse con Adán y Eva e invitarlos a unas cañas.
Venía a decir Proust que la comunicación social es una pérdida de tiempo, ya que, para facilitar la pertenencia al grupo, sólo se habla de lo que todos saben, mientras se beben copas y uno se vuelve de madrugada a casa y tarda en encontrarla más de la cuenta. Y Borges, en una de sus conferencias dictadas en una famosa universidad, aseguraba que, en poesía, los temas se reducen a seis o siete, pero que infinitas son las formas de decirlos. Y lo que decía Borges es lo que les dice en verso José Ángel a los tataranietos de aquellos que frecuentaban los salones cuando Proust. Y este es, a mi modo de ver, el fundamento ético que sostiene los sorprendentes poemas del primer volumen, titulado No le busques cinco pies a un verso.
Asistimos aquí a una intervención quirúrgica tan especial como ingeniosa. De un lado tenemos, debidamente anestesiados, a los enfermos, que no son otros que las carcasas de lenguaje que adoptan dispares formas que van desde la crónica social periodística al manual de instrucciones de un electrodoméstico, pasando por el parte médico o el meteorológico, la instancia o el escrito oficial, o las noticias de sociedad que adulan la frivolidad más ridícula y que albergan un irónico eco, en el paródico estilo de José Ángel, del viejo romance de ciego.
Uno tras otro van pasando por el quirófano estos continentes de logorrea social, responsables de la banalización y el desteñimiento de los profundos requerimientos del espíritu que no son otros que aquellos seis o siete de que hablaba Borges, evitando con lo refractario del lenguaje envolvente su asistencia a la fiesta social y que se muestren en su desnudez, en su peligro vital, con su grito en petición de atención al hombre verdadero que vive en lo recóndito y profundo, y en ellos opera José Ángel una modificación tan irónica como inteligente y, sobre todo, eficaz, valiéndose de un caballo de Troya: el vaciamiento o evisceración de cada uno de ellos y el trasplante o cambiazo de los mismos por contenidos importantes, poéticos, vitales, capaces de generar lo que los otros detestan: la higiénica y tan necesaria armonía entre lo personal y lo social, entre lo bello y lo humano, entre poesía y verdadero hombre.
El efecto no se hace esperar, crece con cada poema leído: en la vaciedad social tan deseada por los albañiles del sistema se abre paso el auténtico hombre, aquí representado por el poeta, recitando, o haciendo magia. El manierismo de periódico da paso al contenido hace tanto tiempo deportado, que, adoptando la torpeza del diseño de la carcasa, muestra lo que el bicho era: una estratagema que volvía paralítica la belleza y le robaba la agilidad con tan adulterado lenguaje, la emoción de existir como ser original. Digamos que, mostrando lo que las características del continente le roban, se hace evidente la riqueza y la profundidad de lo robado. Y se ve, vestida con modestia, tímida y sonriendo, aparecer a la belleza en el vestíbulo.
Todo cambia en el segundo libro, que lleva por título Ni un blues más. Aquí todo se vuelve libre, veraz, íntimo. El poeta habla a su amada con diversas emociones, describe con metáforas el decurso de su vida, o reflexiona acerca de los misterios del poema, o piensa con nostalgia en el tiempo que transporta los recuerdos y los deseos futuros mientras huye de nuestra felicidad. El agua canta como un pájaro, el pájaro se abrasa en el sol. El poeta escribe versos como estos: “de consuno con la / mirada / sueña la memoria el mundo”; “el tiempo es / esta tarde / un cazador / que ha caído / en / su / propia trampa”; o los impresionantes: “todo es siempre / para / siempre”; “allá donde la palabra es / silencio / reside / la elocuencia”; “no expliques lo que está / descubre / lo que falta”; o este otro entre sombras: “nada como una máscara para / traicionar / la intimidad”; o mi preferido: “nadie sabe qué noche / oculta el gato en su huida”.
A diferencia de las espirales vagabundas del primer libro, este otro es directo, veloz, certero al dar en la diana. Emoción veloz y nítida. Decir sólo lo que se escapa del silencio. Agua que, a diferencia del primer libro, donde buscaba el reposo de la planicie por imposiciones geológicas, se precipita aquí con la emoción de la libertad por cascadas delgadas, bellas, gozosas, uniendo cielo y tierra.
No sabría yo decir qué libro me gusta más. Es, para mí, este volumen, No le busques cinco pies a un verso. Ni un blues más, un único alegato desde dos ángulos muy diferentes. Se trata de la ética y la belleza dándose la mano: el primer volumen muestra prisionera a la poesía, el segundo nace de la plena libertad. Cárcel y paraíso. Dos aspectos que, lejos de disentir, se refuerzan: lo público contra lo privado enfrentados en el lenguaje, pero unidos en defensa y a la gloria del hombre y de sus complejísimos contenidos, cosa que sin duda preocupa, y mucho, a José Ángel García. Un volumen cuyas dos caras no nos muestran a un individuo escindido, sino a otro más sólido, más fuerte y armonioso, de pie en la profundidad de espíritu de quien es todo un poeta. Léanlo y luego me dicen.