«Hijos del carbón»: el viaje de Noemí Sabugal por un mundo en declive
© MANUEL RICO
Hace un par de años, Noemí Sabugal me dijo —creo que fue en la Semana Negra de Gijón— que estaba trabajando en un nuevo libro. No fue más explícita salvo en una vaga referencia al género: no se trataba de una obra narrativa, sino de un ensayo. No volvió a aludir a ese trabajo en nuestros encuentros posteriores o solo a lo compleja que estaba siendo su labor, hasta que un buen día, a principios de septiembre de este año pandémico, me llegó a casa un ejemplar, en fase de edición todavía, de Hijos del carbón. Fue una sorpresa especialmente agradable. Intentaré explicar por qué.
No es muy habitual en nuestro panorama literario afrontar el relato de un declive sectorial y empresarial relacionado directamente con la industria y con la economía adentrándose en el corazón y en la experiencia de sus protagonistas y sin renunciar a la ambición literaria. Hijos del carbón (Alfaguara, 2020) es un viaje. Es, también, la novela de un mundo abolido o a punto de serlo. Un viaje que se inicia en los recovecos de la memoria de Noemí Sabugal (nacida en la localidad leonesa de Santa Lucía de Gordón), que tiene su primera etapa en los escenarios de la infancia y de la vida de los antepasados, los abuelos, y su etapa última en la mirada, escéptica y descreída, de los nietos que contemplan el futuro. Es un recorrido por el paisaje policéntrico de la España del carbón que se sintetiza en las siguientes palabras de la autora: “Las últimas líneas de la crónica de la muerte anunciada de la minería del carbón se están escribiendo ahora. Sus estertores se oyen en los pozos cerrados, en los cielos abiertos que faltan por restaurar. El minero es una especie en extinción en España, como los linces”.
Reconozco haber leído pocas novelas cuya acción se desarrolle con el telón de fondo de la actividad minera. También que entre esas pocas hay una que me marcó especialmente: La mina, de Armando López Salinas, una novela escrita en pleno auge de la novela social española en los años cincuenta y sesenta, finalista del Nadal en 1959, que a los jóvenes revolucionarios del tardofranquismo nos mostraba lo que había sido el peregrinaje desde el ámbito rural empobrecido de la segunda década de posguerra hasta la tierra “prometida” de los pueblos y ciudades mineras, y cómo de la pobreza material se había pasado a una modesta dignidad económica aunque con las infamias y humillaciones propias de una dictadura y el afán esquilmador de un empresariado que crecía e invertía a su sombra: sin sindicatos, sin derechos, sin libertades.
Noemí Sabugal hace, en este libro, un portentoso ejercicio de memoria. Estamos acostumbrados a la memoria solipsista, al recuento de intimidades y perversiones con que a veces nos regalan autores literarios que nos muestran un mundo cerrado o con precarias ventanas al exterior. La memoria que nos seduce y a la vez nos golpea en la conciencia que sorprendemos en Hijos del carbón es la memoria colectiva de una parte esencial de nuestra sociedad, de la raíz de nuestro desarrollo económico y de parte de nuestro bienestar del siglo XXI. Pero es también la memoria íntima de la autora. Su percepción, como hija y nieta de mineros, de lo que fue la vida cotidiana en la infancia y del legado que recibió: costumbres, olores, recuerdos del colegio, destellos del ocio de niñez y adolescencia, frustraciones familiares, conciencia de la desigualdad… todo ello con una pátina de añoranza que más que mitificar el pasado poetiza, cargándolo de emoción, el esfuerzo y el compromiso de los padres (y de su generación: amigos y vecinos, conocidos más o menos lejanos) por construir un mundo mejor, solo cumplido parcialmente. Evoca un mundo en claroscuro, de vida y muerte, en el que la sombra de los accidentes en las minas, casi siempre con muertos, se prolongaba hasta los hogares a la vez que se encarnaba, paradójicamente, en una suerte de mitificación de la vida minera. El orgullo atemperado por el miedo a la catástrofe. La dignidad siempre a flor de piel que se muestra en el recorrido que Noemí Sabugal hace por los accidentes ocurridos en distintos lugares de España, la conciencia de ser testigo, desde sus años más tempranos, de las emociones, de los miedos y de las incertidumbres de sus mayores.
Es inevitable que en ese recorrido, la autora se interne en el territorio de la crítica social (y política) cuando se enfrenta, mediante el encuentro, el paseo y el diálogo con los más diversos protagonistas de lo que fue y es la vida en la minería, a ciudades que vivían del carbón y que distintas reconversiones de gobiernos de distinto signo han convertido en lugares de huida, de emigración interior o de mera supervivencia sin alicientes: términos como ERE, reindustrialización (casi siempre fallidas), polos de desarrollo, promesas institucionales, reconversión, industrias alternativas, jalonan el viaje de la escritora leonesa y las historias que le cuentan personajes reales, todavía vivos la mayoría, al dar testimonio de un declive inevitable, derivado de las políticas ambientales y de los designios de la Unión Europea. Viejos sindicalistas, alcaldes, concejales, camareros, mujeres que trabajaron en las minas, esposas de mineros, profesores o profesoras, periodistas, familiares de muertos en accidente, propietarios de bares o pequeños comercios, jóvenes airados o vencidos por el desencanto….
Esa “crónica de un declive” también nos asoma a un pasado que estuvo preñado de esperanzas (incluso con ciertos tintes utópicos) en los pueblos y ciudades mineras y que también está en trance de desaparición. Me refiero al urbanismo con que ayuntamientos y empresas mineras dieron salida a la necesidad de vivienda y de otro tipo de servicios de los trabajadores y sus familias. Colonias con una arquitectura uniforme que en algunas ocasiones mostraba cierta originalidad, pequeños pueblos dentro de los pueblos que, además de viviendas, tenían cine o teatro, economato (casi una metáfora de la conciencia diferenciada de la «clase minera»), centro de salud, zona comercial, escuelas, centros de formación profesional… Un urbanismo, con alguna excepción, muerto o agonizante que la autora recorre con sus entrevistados para encontrarse con todos esos servicios y equipamientos abandonados o semi abandonados. Colonias o urbanizaciones que tuvieron su paralelismo en grandes ciudades como Madrid o Barcelona debido al paternalismo empresarial, mitigador de su mala conciencia y compensador de la ausencia de derechos cívicos y laborales, de la época: en Madrid conocemos barrios como Ciudad Pegaso, la colonia Barreiros, la colonia Suanzes o “del INI”, la colonia Loreto de trabajadores de Iberia…
Ese recorrido emocional y testimonial por el universo de la minería del carbón y por las vidas que aún resisten o sobreviven se sustenta también en un viaje físico, real, no exento de circularidad. El itinerario geográfico que Sabugal traza tiene algo de «vuelta a España»: se inicia en Asturias, continúa en León y Palencia, pasa por lugares situados en provincias que nunca imaginé vinculadas a la minería del carbón como Teruel, Barcelona o Sevilla, y concluye en Galicia, en As Pontes de García Rodríguez.
Noemí Sabugal ha escrito un libro excepcional y sorprendente. Puede leerse como novela, como libro viajero, como ensayo y documento, como crónica periodística o reportaje… O como todo eso a la vez. Es literatura con mayúsculas. Yo lo calificaría como novela-documento sustentada y crecida en la realidad. Y como soberbio homenaje a un mundo que ha sido esencial en la construcción de nuestra economía y de la identidad progresista, resistente, reequilibradora y reivindicativa de varias generaciones de hombres y mujeres, de niños y adolescentes, que dieron vida a un mundo que fermentó y maduró en la minería del carbón. Nadie, tras la lectura de Hijos del carbón, puede salir indemne ante el acarreo de dignidad que se contiene en sus páginas. Y de calidad literaria.
Me apetece mucho leerlo es parte de nuestra historia uhe vivido muy de cerca lo de la mina mis colegios en Santa Lucía de Gordon estaban enfrente de la montaña donde bajaban y subían las vagonetas del carbón . Cuando sonaba la sirena todo patas arriba, los profesores corriendo al hospital que está pegando ,por si necesitan sangre y los alumnos temblando ,casi todos tenían alguien allí dentro y ya no de podía hacer gran cosa ,recuerdo con cariño a dos de mis compañeros que sufrieron accidentes esa maldita mina ,pero de la que vivimos todos en algún modo. Mi abuelo minero ,tíos mineros primos uno se quedó allí descansen en paz todos y ahora parece que se abre una esperanza para uno de los colegios , el de las monjas donde yo estudié me parece muy bien fenomenal y ánimo a todos