Entrevista con Antonio Manilla, autor de ‘Todos hablan’
JESÚS CÁRDENAS.
Todos hablan (Premium Editorial y Storytel) es la primera incursión en el género narrativo, del leonés, Antonio Manilla, articulista y reconocido poeta por títulos como Suavemente ribera, Momentos transversales o Canción gris. La novela, merecedora del XIII Premio de Novela Corta Encina de Plata, constata la versatilidad de su escritura. En ella se caricaturiza el mundo imaginario que se sitúa en Entrerríos a partir de la investigación de la muerte de unas prostitutas. El universo narrativo de la indagación lleva a Manilla a configurar toda una serie variopinta de personajes: desde políticos, periodistas, empresarios hasta poetas. El fracaso de los personajes se antoja el fracaso de toda una sociedad.
- En Todos hablan el espacio, Entrerríos que, podría ser un pequeño pueblo situado en León o el mismo León, adquiere una vital relevancia, de hecho parece configurar el carácter de los personajes que viven en él, pero ¿hasta qué punto el escenario ha propiciado la creación de la novela? ¿Es tan fundamental la creación del espacio para entender cómo son los personajes?
En su concepción, están muy presentes ciertos crímenes reales, pero a ellos se suman otros inventados. Como bien dices, el escenario en este libro es muy relevante, acaso el protagonista principal no sea ninguno de los muchos que pululan por sus páginas sino el que los acoge a todos: la ciudad cuyo misterioso pero poderoso influjo los hace ser como son y los lleva a protagonizar los hechos que se van sucediendo. El espacio como un motor de las almas. Y, aunque efectivamente tiene unos «exteriores» próximos a mí León natal, aspiran a cierta universalidad o al menos a que el lector los haga suyos porque, como expresa la cita del poeta Czeslaw Milosz que encabeza la obra, «si algo existe en un lugar, existirá en todos». La conclusión que puede extraerse —porque digamos desde el principio que, aunque tiene asesinatos, tampoco es una novela negra— es que esa ciudad que se llama Entrerríos aboca a todos sus habitantes a creerse algo que no son y a actuar como si lo fueran.
- Se cuestiona que la narración de Homero fuese real. Para algunos críticos y escritores como Joyce, todo lo que escribimos es autobiográfico, ¿tan difícil resulta borrar esa frontera entre la ficción y la realidad?, ¿cómo reaccionas con el mundo que contemplas?
Depende. Stendhal habló de la novela como de un espejo que ponemos en el camino, aunque está claro que es quien lo sostiene quien lo dirige hacia un reflejo u otro. Cesare Pavese, de que el escritor debía prepararse «para ser un cristal», que trasluce y deja pasar a través de sí. También nos dijo el autor italiano que la belleza de escribir proviene de que la escritura reúne dos alegrías: «hablar solo y hablarle a una multitud». Igual depende de cuál de esos gozos prime sobre el otro en la cuestión de borrar esa frontera. En cualquier caso, creo que cualquier ficción es irrebatible, no se la puede juzgar con parámetros de la realidad, porque es imaginaria. En el caso de Todos hablan, mi reacción ante el mundo contemplado fue la caricatura, que siempre es una manera de juicio en el que la ironía tiene mucha presencia. La caricatura, con su trazo exagerado, lo que hace es presentar un prototipo reducido a sus rasgos primordiales. Pese a ello, algunos lectores han creído reconocer a personas de carne y hueso. Mi respuesta siempre es la misma: se trata de personajes, no de personas; es ficción, no historia.
- En varios de tus poemas has reflexionado sobre el tiempo y sobre el sentido de la vida, esto último se visualiza mejor en los diálogos de varios personajes de Todos hablan (¿de dónde venimos?, ¿por qué vamos hacia dónde vamos?…), ¿acaso los humanos estamos abocados al extravío?
Es natural que las inquietudes de quien escribe salten entre los géneros a través de los que aborda su intento de expresarse. Pero estos géneros son radicalmente distintos en origen. Se reflexiona sobre ello en el texto para concluir con un proverbio del infierno de William Blake: «La cisterna contiene, el manantial rebosa». Acaso toda vida sea un ensayo de llegar a conocerse uno a sí mismo, una tentativa que además se realiza en sociedad, así que el extravío, los cambios de dirección y de camino, es una posibilidad muy cierta. El universo de Todos hablan es una especie de corte de los milagros habitada por seres marginales, que contemplan transcurrir la normalidad desde la orilla de sus particularidades. Pero en esa búsqueda de uno mismo existen los oasis. Dentro de la novela, por ejemplo, está ese bar con un reloj cuyas manecillas corren al revés, marcando las horas que nos quedan, en donde nadie está triste, todos se divierten y las copas resuenan al entrechocarse celebrando los más disparatados brindis.
- Como los personajes (corruptos, inmorales), los microcosmos de la novela tienen una dudosa honestidad (escabrosos, desprestigiados) y tienden a la violencia o a la crueldad, bien podrían encabezar un noticiario, ¿tan sucio es el mundo en que sobrevivimos?, ¿o acaso es el cristal cóncavo con que Manilla lo mira?
El punto de partida es una ciudad menguante en la que aparece un psicópata obsesionado con las prostitutas, una especie de Jack el Destripador de medio pelo que amenaza con desestabilizar el falso sosiego de sus habitantes y dar al traste con el turismo al que esa pacata sociedad ha encomendado su futuro. Así que la crueldad está servida y durante muchas páginas se juega con el género negro pero, sobre todo, con el reflejo de la realidad en un espejo curvado como los del callejón del Gato de Valle-Inclán. Ese cristal cóncavo permanece ahí todo el tiempo. Y lo está porque esta novela nace como homenaje a otra anterior en el que también estaba. El hombre a menudo construye sobre las ruinas, edifica sobre lo anterior, y aquí he buscado una actualización de Las estaciones provinciales, de Luis Mateo Díez, una brillante ficción que transcurría en los años
cincuenta del pasado siglo. La corrupción ha degenerado en corruptelas, el caciquismo en tráfico de influencias, la posguerra en globalización, pero he intentado que por ella transiten con pasos desharrapados y quijotescos los mismos soñadores, a cuyo alcance no está evitar ser como son.
- En Todos hablan puede leerse «Los poetas que más me gustan son Vargas Llosa y usted». El vate tiene un momento de duda, pero al final responde: «Pero Vargas Llosa no es poeta». El hombre, con el libro dedicado ya seguro bajo el brazo, finiquita: «Bueno, usted tampoco y, además, a mí no me gusta la poesía». Se da la vuelta y desaparece mientras el escritor, estupefacto, continúa atendiendo a los lectores (o no) que hacen cola. En este sentido, ¿son necesarias la ironía y unas gotas de humor para destensar la acción?
La ironía preside el relato. No existiría sin él. Aunque con matices, casi te diría que cuanto parece irreal es real y lo que parece real es inventado. En cuanto al humor, en general, no es un humor tanto de frases como de situaciones. Cosas serias que, por el mero hecho de contemplarlas con otros ojos, como ocurre en muchos casos con las tradiciones, resultan ellas mismas cómicas, ridículas o grotescas. Se tocan muchos gremios: desde los engreídos empresarios provincianos a los presuntuosos aspirantes a literatos sin obra conocida, pasando por gobernantes, obispos, universitarios, camareros, madamas, investigadores policiales, miembros de una secta secreta y periodistas. Pero no todo está pasado a través del cedazo del esperpento, hay personajes ingenuos, dulces muchachas idealistas e inocentes asesinadas.
- Sin embargo, Todos hablan no es un discurso de la actualidad, sino una novela donde el lenguaje, como no podía ser de otra manera, está empleado en su grado máximo. Estando acostumbrado a los rigores del lenguaje poético y a los ejercicios de estilo, ¿te costó saltar a la narrativa? ¿Con qué has disfrutado más componiendo Todos hablan?
Tengo que decir que tardé menos en escribir esta novela que cualquier libro de poemas, quizá porque era una pretensión a la que le llevaba dando vueltas bastante tiempo: escribir sobre la existencia de un asesino inocuo, un criminal de conciencia, pero aprovechando todo el potencial del género negro, aquello de que «el crimen siempre es una excusa para descender a las alcantarillas de una sociedad y un momento de la historia», como dijo Alejando M. Gallo. Tenía muy claro el deseo de buscar esa parábola de una realidad que se saca de sus casillas y, al presentarse trascendida, acaso resulte más verdadera. En cuanto a lo más grato en su composición, sin duda los capítulos de número redondo, múltiplos de diez, en los que se cuelan unas voces que cambian el ritmo a la narración y suponen una ruptura del relato de los acontecimientos, cumpliendo una función semejante a la del coro en la tragedia griega. Es importante la tragedia griega en la composición de Todos hablan, pues en aquella las muertes suceden fuera de escena, no las vemos sino que sabemos de ellas por palabras. Y tampoco hay malos, pues todo responde a un destino, no a una voluntad.
- Hablemos de la estructura del relato. La novela se nos aparece fragmentada. Parece que la urgencia nos impone leer textos cortos y jugosos (aforismos, sentencias, cuentos, haikus, coplas…) o ver series. ¿En Todos hablan es el afán detectivesco lo que provoca realizar estas divisiones?
Más allá de los capítulos decenarios de los que acabamos de hablar, que tienen una clara voluntad de ruptura y cierta capacidad visionaria, la estructura en capítulos breves responde a la naturaleza fragmentaria de cualquier relato. La realidad y la vida son una sucesión de momentos correlativos, una continuidad, pero para contarla se hace necesario seleccionar unos detalles y eludir otros, es necesaria la elipsis. Si no, contar una vida precisaría toda una vida. La elipsis, cuando está lograda, además le viene muy bien a las ficciones, porque, como decía Voltaire, «el secreto de aburrir es contarlo todo».
- Por último, quisiera incidir en un aspecto común, en los últimos años, que sobrevuela en las mejores series televisivas (Big Little Lies, True Detective, Broadchurch, Mindhunter, The Sinner, Creedme, Hierro…), la curiosidad en indagar en un asesinato. ¿Tal vez sea la indagación sobre la muerte el mejor tema para revelar a los personajes y descubrir nuestra crueldad como seres humanos?
Desde luego que el asesinato, como poco, es una lente de muchos aumentos, uno de los extremos del comportamiento humano, el que precisamente quizá delimita la frontera entre la humanidad y el salvajismo. De todas maneras, déjame que termine insistiendo en que en la novela las muertes importan mucho menos que los oscuros deseos, Todos hablan tiene también algo cervantino premeditado, como es la admiración por la novela negra que impulsa a alguien a vivir y contar una realidad bajo la figura de esa negritud de género, aunque, como se sugiere en el frontispicio del libro, esta no es una novela negra, o al menos intenta, como ocurre en el Quijote con las de Caballerías, ser algo más que una novela negra.