Vivir sin tocar
No resulta fácil escribir desde que la vida se ha convertido en un compendio de los libros de Saramago: la COVID se contagia casi como la ceguera de su ensayo y, en pleno siglo XXI, en la cumbre de nuestra modernidad, no nos ha quedado más remedio que recurrir a la estrategia centenaria de la cuarentena y el confinamiento como si viviéramos en La historia del cerco de Lisboa.
La pandemia amplía las grietas de la pared de La caverna en la que se proyectan todos los prismas de una sociedad de consumo que, arrogante y pretenciosa, se creía en crecimiento infinito y que, en un giro imprevisto del guion escrito por esta crisis, invierte luces y sombras recuperando algunos valores que cotizaban a la baja: la disponibilidad del espacio personal y el rechazo a la aglomeración, el desplazamiento corto, el pueblo, los espacios al aire libre y la vida local siempre que, eso sí, se disponga de una ventana digital bien conectada por la que se acceda en pantalla plana a todo lo imaginable.
Las actitudes partidistas y la ambición por el poder, la pérdida de perspectiva y todo ese ruido político cuyos protagonistas yerran al llamar diálogo, justificarían la revolución ciudadana pacífica que Saramago narró en su Ensayo sobre la lucidez que consiguió que el voto en blanco ganara en todas las elecciones. Y sería un experimento sociopolítico interesante si no estuviéramos en un contexto de tanto sufrimiento en el que, ansiosos y llenos de tristeza, ansiamos el momento en el que lleguen y nos den una tregua, las intermitencias de la muerte.
La abrumadora dimensión de los cambios que se están produciendo en este año, la velocidad y el ruido de fondo hacen muy difícil asimilar este momento histórico en el que se tensa como nunca la cuerda de la responsabilidad individual y social y asistimos con espanto a la verdadera distopía del nuevo milenio: el amor, el afecto y el cuidado no se demuestra con caricias sino guardando las distancias; la supervivencia de todos pasa por reducir al mínimo el contacto físico y en el mismo edificio en el que la enfermera del quinto malvive agotada por la carga de trabajo y el estrés de hospitales desbordados en los que faltan medios y mueren miles de personas, los del tercero (que aplaudían febrilmente desde su balcón el pasado marzo) viven indignados porque están hartos de que no les dejen salir a tomar unas cervezas.
La historia nos lo contará con la perspectiva necesaria que da la distancia y las manifestaciones artísticas nos ayudarán a entender y destilar los terremotos emocionales que recorren el mundo en esta época. Para muestra de esto último, un botón: en un fascinante proyecto multidisciplinar dirigido por la dramaturga y coreógrafa Juliana Reyes, la prestigiosa compañía colombiana de danza contemporánea L’Explose reúne sobre un escenario, a ambos lados de una mesa de muchos metros de distancia, a sus integrantes con diez profesionales cuyo trabajo depende directamente del contacto físico: una enfermera, una terapeuta de reiki, una puta orgullosa, una tanatopraxista, una odontóloga, una tatuadora etc. Las conversaciones en la que narran sus historias personales y cómo les ha afectado la pandemia, las cuales quedan emotivamente documentadas en un libro digital que forma parte del proyecto, se convierten después en diez sugerentes coreografías breves, brillantemente producidas en un escenario de ambiente futurista, aséptico y esterilizado en el que se combinan proyecciones de video, personal vistiendo equipos de protección y gel limpiador de manos…
El libro digital, con prólogo de Carlos Granés, incluye además los relatos y reflexiones de 10 escritores colombianos tan reconocidos como Héctor Abad Faciolince, Piedad Bonet, Juan Gabriel Vásquez, Yolanda Reyes, Ricardo Silva Romero, Jorge Franco, Laura Restrepo, Giuseppe Caputo, Margarita Posada, más uno del abajo firmante que ha tenido el honor de ser invitado a participar en este proyecto.
Artes del contacto es un sugerente diálogo entre la danza, las artes visuales, la investigación, la música y la literatura con el que podrán darse un respiro de creatividad, belleza y sensualidad y, ojalá, sea también un torrente de inspiración e ideas para reflexionar sobre todo lo que nos está pasando y que pueden ver, estén donde estén, desde la extraña semi-soledad de su confinamiento a través de su ventana digital.