‘La noche de la verdad’, de Albert Camus

La noche de la verdad

Albert Camus

Traducción de María Teresa Gallego Urrutia

Debate

Barcelona, 2021

428 páginas

 

Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca

Uno se enfrenta a diario a dilemas de lo más absurdo y los cataloga de dilemas morales: mantener las maneras en la mesa, frente a los compañeros de trabajo, tal y como las enseñó el abuelo o siguiendo las normas de protocolo, es un debate a la orden del día, y es un dilema carente de interés. Cómo se concilia justicia y libertad, sería, sin embargo, un asunto que a uno le puede ocupar tantas vidas como pueda vivir, e incluso conseguir que se ocupe de ello las vidas enteras de los demás. La justicia no está relacionada con la venganza, como nos hace creer la ética de las películas más taquilleras, sino con la armonía. La libertad es una sensación que se asemeja mucho a la alegría pura, a la felicidad sana. Podrían gastarse ríos de tinta en intentar definir esa impresión de armonía alegre, pero lo que es seguro es que resulta fácil reconocerla cuando surge, porque es un sentimiento muy claro.

Ese sentimiento se va convirtiendo en una obsesión necesaria en la voz de un Albert Camus que sobrenada el final de la Segunda Guerra Mundial: Francia tiene que reconstruirse y alguien debe dar voz a una moral que nos impida caer en cualquiera de las sartenes de Satanás. El Diablo tentó a Jesucristo desde la colina, ofreciéndole el reino del mundo, porque el reino del mundo le pertenecía y es ese dominio el que vuelve a ser imprescindible evitar en tiempos de crisis. Camus intenta ser claro y hablar sin amargura en estos artículos publicados en la revista Combat entre 1944 y 1947: “Ese esfuerzo, por último, exige clarividencia y esa pronta vigilancia que nos avisará de que hay que pensar en el individuo en todas las ocasiones en que regulemos la cuestión social y de que hay que volver al bien común en todas las ocasiones en que el individuo requiera nuestra atención”.

Como portavoz del país, Camus se muestra un periodista que tiene claro dónde está el bien en esta temporada, en un territorio que es un paisaje después de la batalla y habla para la gente, para el pueblo. Y para Camus el país no es la élite, es el más humilde de los ciudadanos y la suma de las almas de los ciudadanos. De ahí ese tono de alocución, casi de mitin político, con el que va exponiendo sus ideas sobre la libertad y la muerte, sobre la rebelión y sobre la revolución. Se nos muestra como un ideólogo de la revuelta que mejorará el mundo, que debe ser obrera y más bien jacobina –“El orden es el pueblo que consiente”, dirá- en el sentido en que el jacobinismo propugnaba el sufragio universal y un Estado fuerte:

“Lo cual equivale a decir que los asuntos de este país deben gestionarlos quienes pagaron y respondieron por él. Lo cual equivale a decir que estamos decididos a suprimir la política para sustituirla por la ética. Eso es lo que llamamos revolución.”

Pensar bien tiene todos los significados posibles en las frases de Camus: pensar siendo bueno, pensar para el bien, pensar con inteligencia y pensar sin olvidarse de expresarnos con claridad: “Basta con que os digáis que a él aportamos todos juntos esa magna fuerza de los oprimidos que es la solidaridad en el sufrimiento. Es esa fuerza la que, a su vez, matará la mentira…”.

Es posible que el libro hubiera ganado en interés, al menos para el lector no especializado, de habernos ofrecido una selección en lugar de los artículos completos, pues algunos nos quedan alejados, como si su publicación estuviera destinada a ciertos historiadores. Pero no dejan de reflejar una época, la más triste, y de ella vamos viendo cómo surge la vehemencia que implica ganas de vivir y ganas de pensar para vivir. Puede faltas actualidad en algunos momentos, pero sobra eternidad en las frases en ocasiones grandilocuentes, en esa búsqueda de lo él llama verdad una y otra vez, una verdad política, una verdad que afecte a los movimientos sociales de los hombres y en la que se llegue a un acuerdo unánime. Son textos candentes que responden a una época en la que las ideologías totalitarias malearon cualquier sentido ético y confundieron la búsqueda de la libertad y de la justicia.

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