«El milagro de Ana Sullivan», de William Gibson, con Anne Bancroft
Por Horacio Otheguy Riveira
El milagro de Ana Sullivan es una obra teatral en tres actos inspirada en hechos reales escrita por William Gibson. Se estrenó en Broadway en 1959 con impactante éxito que refrendó la singularidad del tema y las dificultades de puesta en escena, obligando a las protagonistas a un sobreesfuerzo físico y emocional. La pieza teatral es adaptación del guion de una emisión televisiva de 1957, escrito por Gibson y emitido como episodio de la serie de antología de la CBS Playhouse 90. La historia está inspirada en la autobiografía de Helen Keller (EEUU 1880-1968): The Story of My Life, publicada en 1903.
En 1962 se realizó la película, ganadora de numerosos premios, incluidos dos Oscar, uno para cada una de las protagonistas.
Imagen de la izquierda, programa del estreno en Broadway, 1959, donde junto a Anne Bancroft encabezaban el cartel dos destacados nombres del mundo del teatro, a cargo de los padres de Hellen. Al final del reparto aparece el nombre de Patty Duke, quien acabaría por llenarse de gloria conmoviendo al mundo entero doblemente, por personaje y auténtica juventud de la actriz.
A la derecha, fotografía de una escena de la representación en su tramo final.
Extracto de la reseña sobre la película, publicada en The New York Times en 1962. La firma Bosley Crowther, quien con anterioridad había aplaudido la representación teatral:
«La exhibición absolutamente tremenda e inolvidable de una actuación físicamente poderosa que Anne Bancroft y Patty Duke presentaron en la obra teatral de William Gibson, The Miracle Worker, se repite en la película, ya que los encuentros físicos entre las dos parecen ser más frecuentes y prolongados de lo que eran en la obra y se muestran en primeros planos, que arrojan la pasión y la violencia directamente en su regazo, la brusquedad del drama se vuelve más dominante de lo que era en el escenario (…) los moretones que se producen entre las dos son intensamente significativos del drama y provocan una fuerte respuesta emocional. Pero la intensidad misma de ellos y el hecho de que es difícil ver la diferencia entre la lucha violenta para obligar al niño a obedecer, y la lucha violenta para hacer que ella comprenda las palabras, contribuye a la igualdad, en una agresividad imprescindible para educar a una niña en estado salvaje sobreprotegido por una familia burguesa como un animal sin solución. La fuerza de voluntad y paciencia de Ana Sullivan hacen posible que su reeducación resulte clave. Así, Hellen Keller se convirtió en una mujer sabia que allí por donde pasó dejó enseñanzas nobles y un amplio concepto de justicia. El desempeño de la señorita Bancroft cobra vida y revela a una mujer maravillosa con gran humor y compasión, así como con habilidades atléticas. Y la pequeña señorita Patty Duke, en esos momentos en que frenéticamente jadea su desconcierto y su desesperación a tientas, resulta conmovedora…».
El título original, The Miracle Worker (El hacedor de milagros), conocida en el mundo hispano como El milagro de Anne Sullivan (Algar Editorial) o también El milagro de Ana Sullivan, guarda en el desarrollo del texto una dinámica por entonces insólita, ya que exigía conocimientos del lenguaje de signos para personas sordas, a la par que un dominio muy notable de la expresión corporal en un duelo actoral magistral entre una actriz con experiencia y una niña, ambas enfrentadas por una violencia salvadora: la adaptación de una niña ciega y sordomuda a la de por sí violenta situación de sociabilizarse y dejar de ser alguien sin capacidad alguna, que sólo atiende a su instinto. Su entrenadora, Anne Sullivan, casi ciega tuvo una lucidez que queda patente en la pieza teatral y que en la película, una actriz muy admirada como Bancroft aportó la sabiduría inicial de su estreno en el teatro. Anne Bancroft murió en 2005, con 73 años, víctima de cáncer de útero. En esta sección de Teatro en el cine también fue recordada por Buenas noches, madre. Por su parte, Patty Duke tuvo una intensa vida social, con un éxito muy grande por El milagro…; una triunfo que la llevó a tener su propio programa de televisión, pero que no logró continuidad en el teatro ni en el cine.
Resulta sorprendente el modo en que la evolución extraordinaria de Helen Keller (EEUU 1880-1968): marginó el nombre de Sullivan, a quien se debe todo el primer y esencial aprendizaje de la niña. A pesar del título de la obra y la película, es Hellen la recordada, mientras Ana tiene el rostro de las actrices que la interpretaron, pero poco y nada se sabe de su vida. Nacida en 1866 y fallecida en 1936 en Estados Unidos, es decir a los 70 años, mientras que Keller nos dejó con 87.
Anne Sullivan (foto) había contraído a los cinco años una enfermedad llamada tracoma,1 la cual deterioró progresivamente su vista. El único empleo al que podía optar era como sirvienta, pero no tuvo éxito. Otro residente ciego del asilo le habló de las escuelas para ciegos. Ella solicitó al inspector de la institución que le permitiera inscribirse en la Escuela Perkins para Ciegos en Boston, en donde se le hicieron muchas operaciones para tratar su enfermedad. Su vista mejoró y llegó a ser una estudiante ejemplar, graduándose con honores.
Para ayudar a otras niñas y niños ciegos, Anne aprendió el alfabeto manual y trabajó con una mujer ciega y sorda de la escuela llamada Laura Bridgman. Esta experiencia le serviría para el futuro. Este hecho fue reconocido mundialmente como un gran avance para la integración de las personas sordas y ciegas.
Admirables Tina Sáinz y Nuria Gallardo en la única versión española
El estreno en el espacio “Teatro” el jueves 20 de julio de 1978 en Televisión Española fue un éxito que se saldó con una notable puntuación en el panel de aceptación que se publicaba en la revista “TeleRadio”; nada menos que un 8 sobre 10, situándola esa semana en el puesto 7 de las preferencias de los espectadores por encima de la serie “Starsky y Hutch”, del musical “Aplauso” y de “Informe Semanal”. Esa nota no es un dato baladí, por aquel entonces ya no existía el famoso “Estudio 1”, los dramáticos se agrupaban bajo un título genérico y ni siquiera tenían una periodicidad semanal. Eran tiempos de crisis y se ajustaban los presupuestos al límite, de manera que producir una obra en el plató suponía un gasto mayor que el de comprar un telefilme americano o repetir una película. Además, en plena Transición se estaban cambiando los contenidos y los nuevos jefes de la tele pensaban que los teleteatros ya no interesaban a la audiencia.