NovelaReseñas Novela

‘El beso de la mujer araña’, de Manuel Puig

ANDRÉS G.MUGLIA.

Decir que El beso de la mujer araña es una novela es poco decir. Y no porque el libro exceda por su calidad, que la tiene, el género, sino porque es varias cosas aparte de una novela. A veces esas cosas se combinan bien y confluyen a enriquecer la obra, y otras veces no tanto. El contexto histórico es el de la Argentina en los años ‘70s, durante la dictadura. En principio la acción se desenvuelve en un mismo lugar y con los mismos protagonistas. Una celda y dos reclusos. Este contexto tan estrecho es a propósito para que los dos personajes, que no tienen ni el alivio de una ventana ni el contrapunto de un tercero (todas la referencias a otros personajes las sabemos por su boca) convierten a El beso de la mujer araña en una suerte de obra de teatro, dónde lo que ocurre depende principalmente del diálogo. Y ese diálogo está estructurado de un modo teatral, sin la fatigosas aclaraciones del estilo de “le dijo” o “exclamó”, etc. Quizá por eso la obra fue tan bien adaptada al cine y a las tablas.

Los dos personajes: Molina, un homosexual maduro condenado por corrupción de menores; y Valentín, un joven preso político, entablan una relación que se va estrechando a medida que avanza la obra. ¿Y cómo avanza la obra? Eso es lo original de El beso de la mujer araña, porque la trama evoluciona en varias direcciones y registros. El primero, los mencionados diálogos que hacen pensar en una obra teatral. Lo segundo, incluido en esos diálogos, las películas que Molina le cuenta con todo detalle a Valentín, con la solicitud de una madre que narra un cuento a un niño para que se duerma. Y existe un tercer registro, que desorienta un poco, una suerte de ensayo formado por numerosas y extensas notas a pie de página, dónde Puig analiza desde un punto de vista ¿científico? a la homosexualidad, haciendo profusas referencias a médicos y psicólogos que han escrito sobre el tema.

Y todavía existe un cuarto registro en que Puig desdobla una vez más lo escrito en una serie de textos que se entremezclan con los demás y que registran el fluir de la conciencia, al modo de Joyce, de alguno de los dos personajes.

Esta mixtura de registros y estilos diferentes y no necesariamente implicados entre sí, hacen de la obra un experimento que como tal a veces da buenos resultados y otras no. El ensayo acerca de la homosexualidad, que por la época que Puig escribe El beso de la mujer araña quizá fuera de provecho para ayudar en una lucha que el propio Puig como militante gay llevaba adelante, no se relaciona con el rico contenido dramático de la trama, no agrega ni quita nada. Otra de las preocupaciones o gustos de Puig, que había estudiado cine y trabajado en Europa como asistente de dirección y luego como guionista, es la inclusión de la descripción pormenorizada de películas que hace Molina. En este sentido las narraciones de Molina basadas en otros tantos films son una interpretación nueva, ya no de la realidad, sino de la ficción cinematográfica. Una especie de ficción sobre la ficción, o una fantasía filtrada por la fantasía de Molina, que destaca de cada película lo que a él lo conmueve, que por otro lado puede que no sea lo que le conmueve a Valentín, el único espectador de su interpretación.

¿Estaría pensando Puig en fundar otro género literario basado en la reinterpretación escrita de una película? Quién lo sabe. Lo que sí es seguro es que estos abundantes y extensos pasajes son en El beso de la mujer araña de un importancia fundamental. Porque es a través de las películas y sus “cuentos” dónde Molina comienza a revelarse y a interesar cada vez más a Valentín en él y en su mundo privado; compuesto del subterráneo universo gay de la Buenos Aires de la época, su amor incondicional por su madre enferma o su relación platónica con un mozo de bar heterosexual.

Entremedio de este complejo patchwork dónde se tiene la sensación de que no existe una verdadera trama que avance en el sentido de una novela clásica, sino un clímax que va creciendo hasta hacerse más denso y poético entre estos dos reclusos que viven “como en una isla desierta”; Molina y Valentín entablan una relación cada vez más  cercana,  profundizada por una repentina dolencia de Valentín que cae enfermo, y por la afectuosa asistencia de Molina que lo cuida y lo ayuda hasta límites escatológicos.

Pero… ¿Es del todo desinteresada esta solicitud de Molina por cuidar al joven y desvalido Valentín, que se aferra a su compañero y le manifiesta de todas formas su confianza y gratitud? Gratitud que se desliza hacia la confesión, el afecto y quizás lo que tanto anhela Molina.

Lo que interesa de El beso de la mujer araña es la relación de estos dos hombres que el destino juntó en una celda y que son furiosamente originales y contrapuestos a la hora de entender el mundo. Molina desde su profunda sensibilidad que lo expone constantemente al sufrimiento. Valentín desde su idealismo, su sacrificio y su lucha; que sin embargo, al momento más extremo de su enfermedad, que lo vuelve humano y lo desembaraza de su coraza; se revela un joven temeroso de la muerte, frágil y furioso ante su debilidad de extrañar no a su compañera de lucha, sino a una joven burguesa de la que se separó por no compartir sus ideas revolucionarias.

Despojados de sus secretos, de sus ideales, de sus diferencias, hasta de su antagonismo en cuanto a su sexualidad, los dos personajes reducidos a lo esencial en este escenario minimalista, revelan lo más difícil y profundo de expresar para cualquier escritor que se haya sentado a pensar sobre la condición humana: precisamente su humanidad, que encerrada en cualquier hombre o mujer hace de igual valor a todos nosotros, no importa sexo, edad o condición social. En un punto de la obra Molina y Valentín son uno mismo, o uno es el otro.

A pesar de que en su época la novela causó revuelo por los temas tratados, no existe truculencia ni búsqueda de efecto en la descripción de está relación que se desliza lentamente hacía la intimidad, el cariño y una sexualidad compartida que se vuelve casi inevitable en la lógica que estructura el texto y lo hace evolucionar. Pero es subestimar las intenciones de Puig, reducir El beso de la mujer araña a una historia de amor gay, porque el libro es mucho más que eso.

Ni Molina (Molinita como lo llama a veces su compañero) ni Valentín, habían esperado jamás que esta dolorosa encrucijada del encierro compartido, fuera tan aleccionadora en relación al descubrimiento de lugares desconocidos de su propio yo, tampoco sospechaban que después de su relación tanto uno como el otro ya no volverían a ser los mismos. Juntos o separados su comunión entre rejas los volverían otros, o uno, uno mismo partido en dos, para siempre.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *