‘Di adiós al mañana’, de Horace McCoy
ANDRÉS G.MUGLIA.
Hay muchos caminos que un escritor puede elegir al escribir una novela. Como encrucijadas que se presentan en un mapa, se verá obligado a escoger entre una u otra dirección; lo que, fatalmente, supondrá abandonar algunos destinos posibles para su historia y sus personajes. Decisión es también omisión. Una de las decisiones más frecuentes y definitivas para dar realidad a una obra literaria, es elegir qué grado de inteligencia o cultura tendrá tal o cual personaje. Y esa cota no podrá ser superada por el escritor en ningún punto de la trama sin afectar profundamente la lógica intrínseca de la obra. Es decir, si el autor elige contar la historia del Tío Tom, el Tío Tom no podrá demostrar en toda la historia ser menos ignorante o más agudo de lo que la obra lo obliga a ser, no puede escapar del molde de su personalidad; porque el lector verá allí un significante en más (por decirlo en términos lacanianos) y toda la ficción se vendrá abajo.
Como en general quien se dedica a esa prestidigitación con palabras llamada literatura, es alguien medianamente culto e inteligente (aunque existen honrosos casos en que esto no se verifica); el hacer descender la vara de sus personajes muy por debajo de sus propias posibilidades es un sacrificio muchas veces demasiado grande para su ego. Constreñir potenciales diálogos brillantes por el hecho de que los personajes son estúpidos, ignorantes o toscos, es entregarse completamente a la veracidad. Porque efectivamente el mundo está lleno de gente de toda índole y todos ellos tienen que entrar en una literatura que finja o pretenda un asomo de realismo. Lo opuesto da como resultado obras como El abanico de Lady Windermere de Oscar Wilde, donde todos son capaces de arrojar fuera de su boca y a un ritmo alucinante, frases que al brillante Wilde le habrán llevado sus buenas horas de pulido y corrección. Sin embargo, lo que puede pasar como real (y que tampoco lo es) en un supuesto diálogo entre personas cultas e inteligentes, no encuadra bien cuando el autor elige escribir una novela negra que se desenvuelve entre delincuentes, bajos fondos, lupanares y casinos clandestinos.
Ese es el tour de force al que Horace McCoy parece querer presentarle batalla con el personaje principal de Di adiós al mañana. Porque Ralph Cotter es, además de un delincuente, ladrón y asesino; un protagonista que se desmarca de la tosquedad que el lector le supone a un personaje de estas características, al que a lo sumo le puede consentir una astucia innata. Por el contrario Cotter es un joven brillante, culto, con gran interés y conocimiento por la música de jazz, el baile y los artículos de lujo. La coartada de McCoy para insertar un personaje de estas características en una novela negra es que Cotter es un universitario, miembro de la prestigiosa sociedad Phi Beta Kappa, que sencillamente eligió el camino de la delincuencia como una elección de vida, sin condicionantes de tipo social; el propio personaje lo explica explícitamente en un pasaje de la novela. El delito es para él la forma de conseguir todo aquello material que lo obsesiona y que describe con pelos, señales y sobre todo marcas de fábrica (1).
Este recurso le pone a McCoy sobre su tablero de escritor herramientas que de otro modo le estarían vedadas. Por ejemplo dotar a Cotter de un espesor psicológico y una vida interior que él mismo conoce y analiza constantemente en términos psicoanalíticos. Y hacer que sus nebulosas evocaciones a un pasado que lo inquieta desde el inconsciente, sean consentidas por el lector como una característica plausible de una mente compleja y tortuosa.
Estas tribulaciones de Cotter, que crecen en importancia con el desarrollo de la novela para ser determinantes sobre el final, no hacen que el personaje sea más simpático al lector. Porque los pensamientos e inquietudes de Cotter no son como los del Raskólnikov de Crimen y castigo, martillazos que da la culpa por un crimen que no deja escapar a sus perpetrador. Por el contrario Cotter es un perverso psicótico que no posee ninguna empatía con la gente y que por eso puede asesinarla con completa frialdad, sin sentir jamás remordimiento ni volver sobre ello.
El resto de la novela transcurre por los carriles habituales del género negro hard-boiled, que es más o menos decir lo más negro de lo negro. Violencia explícita, gente mala por doquier, delincuentes sin escrúpulos, policías corruptos, violencia sexual y muchos asesinatos. Pero la complejidad del personaje de Cotter se escapa de ese registro y lo enriquece.
La historia es menos compleja que Cotter. En una primera escena de ritmo rápido y sin mucho preámbulo, McCoy nos pone al protagonista en plena fuga de una cárcel-granja en compañía de Toko, un recluso muy joven. Con una prosa absolutamente visual y cinematográfica el escritor hace una copia bastante fiel de la fuga de Clyde Burrow en 1930, que incluye a una bella mujer vestida de hombre disparando a los guardias con una ametralladora, sugestivamente parecida a Bonnie Parker. Hasta el hecho de que durante la fuga Cotter aprovecha para matar a un recluso que lo acosaba sexualmente, es una copia de la huida real de Clyde. Pero no todo sale bien en la fuga, disparando a los guardias Cotter mata accidentalmente a Toko.
Hollyday, la bella mujer que junto a su cómplice Jinx rescata a Cotter, es la hermana de Toko. Por supuesto Cotter le dice que los disparos de los guardias mataron a Toko, lo que será un cabo suelto que en algún momento le traerá problemas. La banda queda conformada pues con este trío (en todos los sentidos) que por el comienzo de la novela no hace más que intentar huir del pueblo cercano donde recalan tras la fuga, del cual no se da nombre ni referencia. En este escenario el autor falla un poco. Se describe en principio como un pueblo pequeño del interior de los EE.UU. pero la central de policía tiene treinta pisos (¡?) y los suficientes efectivos como para cubrir las exigencias de Nueva York.
Pero algo cambiará la suerte de esta pequeña banda y es el hecho de que tras algunas causalidades que el inteligente Cotter toma a su favor, queda en sus manos el importante inspector de policía Weber, al que empiezan a extorsionar con la ayuda de un abogado corrupto (Mandon). De este modo cambian su idea de irse del pueblo para comenzar a delinquir al amparo de la protección de Weber.
Como condimento de la trama que se vuelve un poco lenta con las idas y vueltas de la extorción a Weber y la preparación de un gran golpe al amparo de su influencia, Cotter conoce a la misteriosa Margarte Dobson, una bella joven que lo atrae y lo trastorna a la vez. Con el correr de su relación a espaldas de Hollyday, descubre que Margaret es la hija de un magnate. Pero cuando quiere escapar de esta relación que acelera sus traumas psicológicos de un modo que no alcanza a comprender, Cotter se da cuenta de que esta vez la huida no será tan fácil.
Violencia, crimen, una acción algo lenta para lo que promete al principio, y un toque de psicología y monólogo interior en el protagonista, que ayudan a desmarcar esta novela del género negro estrictamente concebido y la ponen en otro lugar un poco más complejo y ambicioso.
- -Recordando un poco la obsesión por las marcas de aquel Patrick Bateman, personaje de la novela American Psycho de Bret Easton Ellis, que a principios de los noventas saltó a la fama a gracias ese libro y su posterior adaptación cinematográfica.