«El Kapo» y «A las que amamos», la culpa y el sosiego en Aleksandar Tisma
Por Horacio Otheguy Riveira
El Kapo, en 1987, y A las que amamos en 1990, fueron las últimas obras literarias de Aleksandar Tisma (Novi Sad Volvodina, norte de Serbia, a orillas del Danubio, 1924-2003). El deseo y el amor se entrelazan en una serie de emociones encontradas entre personajes al margen de lo socialmente admitido.
Con una prosa de impecable factura, destacan hombres que poseen a mujeres indefensas, o pagan por sus servicios; hombres que se sienten bien dentro de una miserable condición en la que a la vez se sienten mal y buscan alguna clase de redención; y mujeres con firme personalidad en el horror o la esperanza.
En el singular trayecto de sus tramas, cuando aparece la prostitución, lo hace abarcando un abanico de situaciones necesitadas de caudales y placeres compulsivos.
Siempre a un lado de las coordenadas sociales y sus ancestrales prejuicios, los cuerpos se expresan en un ámbito de sublime intimidad. Si los nativos de América creían que los libros llevaban hojas que hablaban, hoy podemos escuchar y ver las tragedias escritas por Aleksandar Tisma y demorarnos en su infinita capacidad de ternura; en la calidez que desprenden los cuerpos de sus personajes femeninos, frente a una falocracia que busca redimirse desesperadamente.
El Kapo sale en busca de venganza o perdón
En la República Socialista de Croacia, Lamian, un judío que en su juventud sobrevivió en un campo nazi sirviendo de intermediario a los exterminadores, asumiendo el cargo de Kapo, vive solitario en 1983 y sale en busca de la entonces prisionera de la que abusó cuanto quiso. Tantos años después, ansía exponerse a la venganza o al perdón de la única persona que también sobrevivió al espanto. Sólo ella, Helena Lifka, puede «liberarlo de la bruma de las alucinaciones».
En su búsqueda realiza un recorrido invadido por la nostalgia y la culpa, detallando el pasado; cada gesto de entonces se aboca a la necesidad de volver a encontrarse con su víctima de igual a igual, dispuesto a recibir el máximo castigo o el más dulce perdón.
A su lado vivimos con variados sentimientos, pero en ninguna página dejamos de acompañar a quien se sabe culpable de unas circunstancias que le facilitaron el alcance de una mujer que no podía negarse a sus requerimientos, y busca con ansiedad el encuentro definitivo, de igual a igual.
«Quizás había enfermado, y no se había curado jamás, una demente a la que la proximidad del otro sexo le parecía repulsiva, provocando en ella la revuelta, la náusea, gritos y gestos desenfrenados que obligaban a quienes la rodeaban a maniatarla… ¿Una inválida, una lunática, por su culpa?
(…) Si ella hubiera tenido en aquella época un cuchillo, o si hubiera sido capaz de apoderarse del suyo, si hubiera tenido el valor de pagar el asesinato de un Kapo con el confinamiento en el búnker hasta morir en él, si, empujada por el hambre, en lugar de someterse de antemano a él y a sus obsequios alimenticios, en el momento en que la atrajo por primera vez a su regazo, le hubiera hundido el cuchillo en el pecho, él sería ahora un ladrillo más de carne y huesos descompuestos, y no caminaría en pos de nadie, ni miraría a persona alguna, ni experimentaría ningún ardor vengativo ni mareos ni indecisión, pero ella también sería uno de esos ladrillos y no tendría miedo, no se acordaría de aquellos instantes de solemne obligación en los que un movimiento de sumisión o de rechazo resolvía la existencia en el minuto siguiente…».
A las que amamos: un tributo excepcional
Novi Sad, o cualquier ciudad empobrecida por los estragos de la segunda posguerra mundial, constituye el marco de A las que amamos, un turbador relato sobre el mundo de la prostitución que la mirada del autor desvela en sus interioridades y rutinas.
Una novela que explora la dimensión social del deseo, su oscuro poder, encarnado en la imagen de Beba que, mientras medita cómo reconducirá sus relaciones con un antiguo amante, siente que su cuerpo «es mejor y más fuerte, y merecedor de esos seductores materiales que lo ciñen, y está resuelta a conquistar los derechos que corresponden a semejante cuerpo».
En torno a Beba se entrecruzan otras historias en una narración con aire de libro de cuentos, sin perder la fuerza de un ámbito uniforme, cuyo carácter novelístico no impide el reflejo casi documental de sus episodios.
«En casa de Miluska, un sótano por cuyas paredes se filtra una humedad verdosa, alrededor del fogón, en el que borbotea la comida y en una cacerola enorme hierve la ropa blanca, se sientan, encorvadas, las tres patronas: la madre de Miluska, amoratada por la bebida, y su hermana pequeña, delgada y convaleciente desde hace meses a causa de la tisis. Cada una pasó en su momento por el oficio del amor pagado, pero ahora, el envejecimiento y las frivolidades las han vuelto decentes. Están sentadas sin apenas hablar, se limitan a observar a Beba con envidia: en la agilidad y frescura de la joven todas ven su anterior atractivo, así como la posibilidad de compensar los encantos perdidos al menos económicamente.
Beba tiene veinte años y curvas generosas, cara ovalada y blanca, mejillas sonrosadas y la risa modesta de una mujer de provincias. Abandonó la ciudad vecina y al marido inducida por un funcionario bello como un ángel, y se fugó con él… pero al cabo de ocho días él desapareció dejándole recado de que debía regresar por enfermedad de su madre. Beba no podía regresar, así que se quedó llorando. En el bar del hotel, donde a duras penas logró pagar el primer desayuno en solitario, conoció a Katarina y, como se confesó con ella, se puso por completo en sus manos. Dos noches con desconocidos impúdicos, a los que Katarina la empujó, la habían abrasado como una llama, de la que se retiró con alivio al letargo mohoso de la cocina de Miluska. Pero también ahí perdió la paciencia: el piso estaba sucio, las tres mujeres no la dejaban moverse ni que se lavara en paz ni salir a respirar aire puro, de manera que aguardaba la primera ocasión para escaparse de allí…».
Aleksandar Tišma (yugoslavo-serbio, 1924-2003), de madre húngara y padre serbio, estuvo preso durante la Segunda Guerra Mundial en un campo de trabajos forzados. Al finalizar su cautiverio, en 1944, se unió al ejército yugoslavo de liberación. Décadas más tarde, en 1993, su pública oposición a Milosevic lo obligó a buscar refugio en Francia.
Sus obras fueron traducidas a 17 idiomas. Entre otros reconocimientos recibió el Premio NIN a la mejor novela del año (por El uso del hombre , 1977), el Premio Andrić y el Premio estatal austríaco de literatura europea (1995). También tradujo obras de otros autores del alemán y el húngaro al serbio, especialmente la novela Sin destino de Imre Kertész.
Los numerosos reconocimientos literarios que ha recibido el ciclo Ramas entrelazadas —compuesto por El libro de Blam (1972; Acantilado, 2006), El uso del hombre (1976; Acantilado, 2013), Escuela de impiedad (1978), Lealtades y traiciones (1983; Acantilado, 2019) y El Kapo (1987; Acantilado, 2004, Premio Nacional de Traducción 2005)—, que será publicado íntegro en esta editorial, encumbran a Tišma como uno de los mejores escritores europeos. En Acantilado han aparecido también los relatos Sin un grito (1980; Acantilado, 2008) y la novela A las que amamos (1990; Acantilado, 2004).
Magnífica descripción de dos obras y un autor que desconocía. Me apunto los dos títulos para próximas lecturas. Muchas gracias Horacio Otheguy
Gracias a ti por tu atenta lectura, tu potente curiosidad!
tus publicaciones , me son de gran ayuda.Muchas gracias. Un saludo
Muchas gracias. Placer grande.
Nueva suscriptora en tu página!!! me encanta lo que subes.
Feliz que me haces. Un abrazo.