Al habla con G.G. Velasco, autor de ‘Todas las veces que nos dijimos’
REDACCIÓN.
Cuando Selene y Elio se ven obligados a separarse tras haber disfrutado de varias semanas inolvidables juntos en la Florencia de 1998, ambos protagonizan una de esas horas clave, pero lo que ninguno de ellos imagina es que solo será la primera en que se digan adiós, pues el destino aún les tiene reservadas algunas despedidas a contrarreloj más.
G. G. Velasco es licenciado en Periodismo, narrador multiformato y viajero. Todas las veces que nos dijimos adiós es su séptima novela publicada tras la buena acogida de obras como Lo que define a una llama, Dögunljósey o Nadie vendrá a rescatarnos (Finalista del Premio Literario Amazon 2019).
- Afirmas que Todas las veces que nos dijimos adiós es una novela que nace de un beso nunca dado. ¿Está basada, entonces, en hechos reales?
Basada, en efecto, aunque no todo lo que se narra en el libro, como ya avanzo en el propio prólogo, responde a la lógica de lo real. Digamos que la veracidad de los hechos de partida va menguando gradualmente, a medida que se suceden las distintas secciones de la historia, desde una primera parte muy muy fiel a la realidad hasta llegar a la última, que, como tiene lugar en 2028, es ficticia casi en su totalidad. Desde este punto de vista, podríamos considerar Todas las veces que nos dijimos adiós como una obra de autoficción donde parto de acontecimientos que tuvieron lugar hace ya años en el mundo real para construir una obra a mitad de camino entre esos dos mundos, la realidad y la ficción, con el objetivo de narrar algo híbrido y a la vez más complejo y completo que la suma de sus partes.
- Tu obra parte de una despedida entre los dos protagonistas, Selene Ézaro y Elio Quirán, quienes desconocen que ese solo será su primer adiós. ¿Podríamos decir que el destino juega un papel importante en esta historia?
No es solo que el destino juegue un papel importante en esta historia, sino que es el verdadero protagonista del libro. Todos los libros, en realidad, lidian de una forma u otra con el destino. O, para ser más exactos, con el destino en su relación con el tiempo, porque la forma que el destino suele escoger para manifestarse es casi siempre esa, el tiempo. Todo lo que se narra en las páginas de la novela se nutre de ambos conceptos y de sus derivados, como el amor o la muerte. A este respecto, me temo que no invento nada nuevo. Solo lo expongo de una manera un poquito diferente. O esa era al menos la intención…
- Todas las veces que nos dijimos adiós es un drama romántico que pasa por distintas zonas del mundo, como Japón, México, Galicia, Italia o Islandia. ¿Tu pasión por los viajes ha influido a la hora de ubicar ciertos momentos de la historia en estos lugares?
Pues sí. Mi idea de fondo era un poco que la historia del libro fuera un viaje en sí mismo, un viaje, además, en el sentido más amplio de la palabra: geográfico, literario y emocional. No soy de esos escritores a los que le gusta situar sus obras en el lugar donde viven. En gran medida porque me siento mucho más identificado con otras latitudes y porque creo que la propia escritura es una suerte de vía de escape para explorar otros mundos, sean reales o imaginarios, y recorrerlos a fondo con todas las consecuencias. Si no me gustara tanto viajar, de hecho, dificilmente habría escrito un libro como este. O, siendo incluso más drástico, dificilmente me habría puesto nunca a escribir nada.
- ¿Has estado en todos los sitios que mencionas en el libro? ¿Para ti es importante conocer de primera mano los lugares en los que se desarrolla una historia?
Conocer los escenarios donde transcurren las historias que narras es siempre muy recomendable para cualquier escritor, pero, a veces, no es preciso haber pisado in situ ciertos lugares para poder describirlos con propiedad. Como dice Lázaro Umbriel, el protagonista de otra novela mía titulada Dögunljósey: «Con los lugares ocurre como con los idiomas; no siempre es necesario conocerlos para interpretarlos». En el caso de ese libro el país era Islandia, pero la frase es aplicable también al Japón de Todas las veces que nos dijimos adiós, un lugar que todavía no he tenido la oportunidad de visitar pero con el que siento una conexión muy especial, hasta el punto de que chapurreo algo del idioma y conozco muy bien su historia y sus tradiciones gracias a los libros, a las películas, y a mis muchas conversaciones con los nativos del archipiélago. Algunos lectores, no en vano, aseguran que esa es la parte mejor descrita del libro, lo cual me enorgullece bastante por la dificultad extra que supone escribir acerca de un lugar donde nunca has estado.
- Has definido tu novela como una «autoficción sinfónica». ¿Qué importancia tiene la música en la trama?
Pues también mucha. Las canciones que aparecen en el libro no solo me han ayudado mucho a estructurarlo, sino que desempeñan un papel fundamental en términos dramáticos a lo largo de la narración. No se trata simplemente de un acompañamiento musical o de un complemento más o menos resultón para la lectura; al contrario, los temas escogidos cuentan una historia por sí mismos y cada uno de ellos tiene un significado específico dentro la novela. Es decir, que además de un curioso trasfondo sonoro, la música es también un tema con su propia entidad en la narración. O, en otras palabras, una especie de «metaleitmotiv» indisociable de la propia lectura.
- Hablando de música, vemos que también existe una banda sonora de la novela que consta de 60 canciones de diferentes estilos. ¿Qué artistas y géneros musicales encontrarán tus lectores?
Un poco de todo, con mezclas puntuales tan explosivas como los Vengaboys y Johnny Cash o Sigur Rós y José José. Pero el gran peso en este aspecto lo cargan sobre sus hombros cuatro artistas en particular: Pink Floyd, que es mi grupo favorito (y el libro explica muy bien por qué); Franco Battiato, que incluso cuenta con un cameo dentro de la trama; Garbage, una banda igualmente crucial para la historia (con particular énfasis en su vocalista, Shirley Manson, quien también juega un papel clave en los acontecimientos de la novela); y la mexicana Lila Downs. Esta última, por un motivo muy concreto que no puedo detallar pero que seguro que sorprenderá a los lectores.
- Has creado una obra que se desarrolla a lo largo de cuatro décadas. ¿Ha supuesto una dificultad a nivel creativo hacer esos saltos temporales?
¡Y tanto! Pero no solo porque la obra se desarrolle en cuatro décadas, lo cual siempre obliga a tener que hilar muy fino para rellenar ciertos huecos narrativos sin echar por tierra el suspense o la sorpresa, sino también, y muy en especial, porque cada una de las cuatro partes dura exactamente una hora tanto dentro de la trama como fuera de ella. Es decir, los acontecimientos que describo en cada parte y la propia lectura de dicha parte suman sesenta minutos en ambos casos. Un poco como la narrativa en tiempo real de series como 24 pero a la romántica. Ha sido un desafío considerable encajar todos esos bolillos cronológicos sin que chirriara demasiado, la verdad. Los lectores dirán si lo he conseguido o no…
- Tu anterior novela, Nadie vendrá a rescatarnos, quedó finalista del Premio literario Amazon 2019. ¿Qué supuso para ti tal reconocimiento?
Me hizo enormemente feliz por varias razones. La primera, como es lógico, porque no resulta nada fácil que tu novela consiga estar en la terna de finalistas del concurso considerando el altísimo número de novelas que se presentaron y su también elevada calidad general; y la segunda, porque me sirvió de revulsivo para que empezarán a tomarme un poco más en serio dentro del mundillo. Desde el punto de vista de un autoeditado vocacional como yo, este tipo de avales son importantes de cara a poder combatir los numerosos prejuicios que existen respecto a la calidad de nuestras obras, aunque tampoco hacen milagros, claro. A fin de cuentas, con reconocimientos o sin ellos, mucha gente sigue pensando que los escritores autoeditados somos una especie de autores de segunda B, y aunque la realidad demuestre que hay escritores independientes ahí fuera con muchísimo talento, algunas preconcepciones son muy difíciles de cambiar.
- El mundo editorial ha cambiado mucho en los últimos años a raíz de la aparición de plataformas de autopublicación, como la de Amazon, Kindle Direct Publishing (KDP). ¿Qué beneficios consideras que aporta la autopublicación respecto a la publicación tradicional a través de una editorial?
El principal la libertad y el control creativo de tu propio trabajo. Yo publiqué varias veces con editorial antes de lanzarme a esta aventura y las experiencias fueron enormemente desagradables desde todo los puntos de vista. Tanto es así que, a día de hoy, mantengo en secreto la existencia de muchas de esas publicaciones porque en muchos aspectos me avergüenzan. Autopublicarme me permite sortear estos obstáculos y, además, ser responsable exclusivo de mis propios aciertos y errores en lugar de tenerme que tragar sapos que no me corresponden. Eso por no hablar del aspecto económico, que también tiene notables ventajas. Pese a ello, lógicamente, tampoco cierro la puerta a la edición tradicional si la oferta es razonable.
- ¿Actualmente estás trabajando en un nuevo proyecto literario? En caso afirmativo, ¿nos puedes adelantar sobre qué tratará?
Pues sí, estoy comenzando a corregir mi novela más extensa y polémica hasta la fecha, una historia titulada Ninguno veremos el cielo, con un octogenario bastante disfuncional como protagonista, que estoy seguro de que va a levantar muchísimas ampollas y a meterme en unos cuantos jardines de los que desconozco muy bien cómo saldré. No puedo contar mucho más sobre el proyecto porque arruinaría la sorpresa, pero, como digo, estoy seguro de que no va a pasar desapercibido. Es la clase de obra que o bien hunde tu carrera para siempre o bien la impulsa con fuerza. Por suerte, no soy un escritor que le tema al riesgo, así que confío en que la apuesta merezca la pena y no acabe lamentándolo.