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‘Los llanos’, de Federico Falco

DAVID PEREZ VEGA.

Hace unas semanas reseñé la novela corta Cielos de Córdoba, que acababa de aparecer en España en 2020, publicada por la editorial barcelonesa Las Afueras. Originalmente se publicó en la editorial argentina Nudista en 2011. Hasta este momento, de Federico Falco (General Cabrera, Argentina, 1977) yo había leído dos colecciones de cuentos publicadas en España: La hora de los monos (Salto de página, 2014) y Un cementerio perfecto (Demipage, 2016). Decía en la reseña de Cielos de Córdoba que Federico Falco me parecía uno de los más destacados escritores latinoamericanos actuales, pero que no era muy conocido en España porque hasta ahora solo habían aparecido aquí dos colecciones de cuentos en dos editoriales que, además, están actualmente paradas. Los libros de cuentos se leen menos que las novelas y si son de un autor latinoamericano que solo ha publicado libros de cuentos mucho menos. Pero, sin embargo, me alegraba porque iban a aparecer, de pronto y casi de forma simultánea, dos novelas de Falco en España, la de Cielos de Córdoba (en realidad una nouvelle o novela corta) y Los llanos, con la que ha quedado finalista del premio Herralde 2020. El ganador de este año ha sido Luisgé Martín, con la novela Cien noches. Yo de Luisgé Martín he leído dos novelas, La mujer de sombra (2012) y La vida equivocada (2015) y me parece un buen escritor. Estas dos novelas están publicadas por Anagrama, que es la editorial que convoca el premio Herralde; así que, como viene siendo habitual en sus últimas convocatorias, el Herralde es un premio que se encarga de promocionar a los escritores más destacados de la casa en cada momento. De este modo, para mí la sorpresa ha sido que se reconozca la obra de Federico Falco y que su nueva novela aparezca en la flamante Anagrama. Después de la buena impresión de Cielos de Córdoba me apetecía ponerme también con Los llanos, así que se la solicité a la editorial para poder leerla y reseñarla y, muy amablemente, me enviaron el libro, que pude empezar a leer un día antes de que estuviera a la venta.

En Los llanos, Federico Falco ha decidido jugar a la autoficción. No puedo asegurar que el narrador de la novela sea directamente el propio Falco, pero el autor va dejando caer algunas pistas para que el lector avezado pueda establecer algunos paralelismos entre la ficción y su vida. Si bien durante casi todo el libro no conocemos el nombre del narrador, hacia el final nos dirá «Cuando era chico dejaba mensajes en las hojas “escribiéndolas” con las uñas. Cada pellizco entre el filo era el palito de una letra. Un pellizco para el palito vertical de la E, tres pellizcos para los palitos horizontales. FEDE.» (pág. 225). Así que casi al final de la novela sabemos que autor y protagonista comparten el mismo nombre. También conoceremos que tienen una edad similar, ya que en el tiempo narrativo de la historia el protagonista tiene cuarenta y dos años, que es la edad de Falco si suponemos que está escribiendo su novela en 2019. Además el pueblo del que procede el narrador se llama Cabrera, que parece el mismo «General Cabrera» del que procede el autor. El narrador también ha estado trabajando en Buenos Aires como profesor de talleres de escritura y ha publicado libros de cuentos, como el propio autor. Además, el narrador tiene una dolencia, su presión sanguínea es demasiado alta e impropia de su edad, que sé que también sufre Falco. De modo significativo, podemos observar además que la foto de portada, que parece estar tomada en una parcela de la pampa está hecha por el propio escritor.

Cuando empieza la acción narrativa, el protagonista ha dejado la gran ciudad y se ha ido a vivir solo a un pequeño pueblo del interior de Argentina llamado Zapiola. Compruebo en internet que este pueblo existe, que se encuentra a 87 kilómetros de Buenos Aires y que está cerca de otro pueblo, de nombre Lobos, que también aparece en la novela.

El primer capítulo se titula ENERO, y empezaremos a leer un texto muy similar a un diario, en el que el escritor de cuentos dice sentirse agotado para la escritura creativa, pero con fuerzas aún para hacer pequeñas anotaciones sobre su vida cotidiana. El narrador se ha instalado en Zapiola con la intención de cultivar un huerto y disfrutar de la soledad. Las frases son escuetas, pero cargadas de fuerza poética al describir la naturaleza que le rodea. También empezará a evocar los días de la infancia cuando pasaba los fines de semana en un pueblo con sus abuelos, donde también hacía un huerto. Así que, en cierto modo, su vida en Zapiola está planteada como un retorno a la infancia. El lector sabe que el narrador viene huyendo de algo, de un conflicto que ha dejado en la gran ciudad. En este sentido, la construcción de la primera mitad del libro mostrando la vida en un lugar que no es el habitual del protagonista, pero dejando entrever que se está huyendo de un conflicto, me ha recordado a la novela Bahía Blanca del también argentino Martín Kohan.

El narrador le ha dejado Ciro, quien ha sido su pareja durante los últimos siete años, y ha decidido pasar el duelo de la ruptura retirado en el campo. En la página 179 podemos leer: «El tiempo pasa fácil en las películas, en las novelas. Solo se cuentan las acciones importantes, aquellas que hacen avanzar la trama. El resto ‒las dudas, el aburrimiento, los largos días donde nada cambia, la tristeza estancada‒ desaparece a golpe de elipsis, de cortes netos, resúmenes rápidos. (…)

¿Qué hace la gente triste en las películas con todas las horas del día? ¿Qué hacen cuando no está sonando la musiquita?

Es como si en el tiempo del duelo no hubiera narrativa.»

En esta página 179 se encuentra la clave compositiva del libro: Falco nos va a hablar de esos tiempos muertos del duelo, de la tristeza del abandono y los días sin nadie. Aquí no va a haber resúmenes de acontecimientos, y la narración se va a centrar en los sucesos importantes de una trama, sino que, más bien y por el contrario, va a centrarse en el envés de la construcción tradicional de una historia romántica. Por esto, ya he apuntado que Los llanos de Federico Falco es una novela que tiene mucho de diario íntimo y también de poesía. En muchas de sus páginas, las descripciones del campo (los llanos de la pampa son uno de los protagonistas absolutos de este libro) y los recuerdos de la infancia cobran la intensidad de un poema y, de este modo, algunos párrafos de la novela de Falco me han recordado a poemas de Jorge Teillier. Voy a poner de ejemplo un párrafo de la página 74: «Viento sur todo el día. Amaneció así, apenas si calmó un poco a la tarde y todavía sopla ahora, cuando ya se hace de noche. Día fresco, pero con sol. Secó bastante la humedad de ayer. El viento ululando entre los árboles.

Salgo a dar vueltas en bici, hasta el pueblo, por el camino del rectángulo de bosque, y la vuelta por el camino grande. Los ladrilleros desarmando un horno, cargando un camión hasta muy arriba de ladrillos. Atardecer hermoso, grisáceo, ahora sí parece un día de otoño. En el regreso, el viento en contra, la bici pesada. Y sin embargo, esa sensación de libertad, de espacio abierto, del aire en la cara, del viento fresco y el cielo azul plomizo y el sol encendido de naranja. Cansancio agradable. La amplitud de la pampa.»

Hacia la mitad del libro, el narrador hace un viaje a su pueblo natal, Cabrera, para ver a su familia, unos campesinos argentinos descendientes de piamonteses, que huyendo de las guerras cambiaron las montañas por los llanos. Igual que Manuel Puig se evadió de su pueblo de la pampa viendo películas en el cine, nuestro narrador se va a escapar de su pueblo leyendo, sobre todo a partir del momento en el que descubre su homosexualidad. Nuestro narrador es consciente de que algunos de sus amigos, cuando fracasan sentimentalmente, vuelven a su pueblo, a la casa de sus padres, pero él sabe que no puede hacer eso, que su personalidad la creó precisamente apoyado en la idea de huir del pueblo. Es dolorosa la escena en la que, después de la visita a Cabrera, el padre le dice al hijo que vuelva, pero que no se le ocurra hacerlo con un novio, que los vecinos no tienen por qué saber.

Cada capítulo refleja las anotaciones que el narrador hace sobre un mes de su vida en el campo, sobre los avances y desesperaciones de su huerto, que parecen actuar en él como lo haría un impulso creativo.

«La horizontalidad. La pampa como el lugar donde estamos perdidos.» (pág. 137)

«La pampa es un paisaje duro, exigente, para nada bucólico.» (pág. 140)

En gran medida Los llanos es todo un homenaje al paisaje tradicional argentino, a su pampa, donde van a luchar contra su tristeza los cowboys de ciudad, los gauchos de ciudad. Un libro conmovedor y terriblemente bello.

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