Novedad editorial: ‘Veinticinco de hace veinticinco’, de Víctor Colden (Newcastle Ediciones)
Título: Veinticinco de hace veinticinco
Autor: Víctor Colden
Editorial: Newcastle Ediciones
ISBN: 978-84-122551-1-9
PVP: 7 euros
Extensión: 74 páginas
Dimensiones: 16,5 x 12 cm
Distribuye: Librerantes
A mediados de enero, Newcastle Ediciones publica Veinticinco de hace veinticinco, breve relato autobiográfico de Víctor Colden. En 2013, el escritor madrileño sintió el impulso de viajar al lejano 1988 sin saber muy bien el motivo, o sabiéndolo muy bien… El resultado del viaje quedó plasmado en los veinticinco breves textos de este libro, donde el autor reconstruye su vida de veinticinco años atrás: el amor y la amistad, los libros y las canciones, las risas y las lágrimas, los besos, los sueños, las dudas y todos los entusiasmos de cuando uno es muy joven. Veinticinco de hace veinticinco es también una reflexión sobre la importancia del pasado y la perplejidad que produce la fugacidad del tiempo, además de una respuesta a la pregunta de por qué se escribe acerca de lo vivido.
Víctor Colden (Madrid, 1967) es autor de Inventario del paraíso (2019) y Gazeta de la melancolía (2020), publicados por Libros Canto y Cuento. Newcastle Ediciones, pequeña editorial de Murcia, publica memorias, libros de viajes y ensayos literarios. En su catálogo hay títulos de, entre otros, Antonio Moreno, Miguel Ángel Hernández, Patricia Almárcegui y Cristina Morano.
A continuación reproducimos un breve extracto de Veinticinco de hace veinticinco.
«1 de 25
Hace veinticinco años buscaba yo no sé bien qué en el Diccionario de símbolos de Juan Eduardo Cirlot. (Llaves, rosas, laberintos; lámparas, piedras, espadas; bosques, flautas y monedas). Como todos mis libros de aquella época, mi ejemplar lleva en la primera página la fecha en que lo compré —enero del 88— y la inicial de mi nombre. El hombre y sus símbolos, de Jung, me había fascinado, y poco después empecé a leer con entusiasmo Psicología y alquimia, que conseguí, como el diccionario de Cirlot, en la Librería Argentina de enfrente de casa: «La gente hace las cosas más absurdas para sustraerse a su propia alma». Subrayaba y apuntaba cosas en los márgenes con un lápiz bien afilado, pero no lo pude terminar. También leía a Mircea Eliade y me preciaba de pronunciar correctamente su nombre en rumano. (Hace veinticinco años pensaba, con Umbral, que la pedantería se cura con la edad, pero el tiempo me ha demostrado que además de un pedante yo era un gran ingenuo).
No sé muy bien qué buscaba aquel muchacho ingenuo y pedante en Jung, en Eliade, en el diccionario de símbolos de Cirlot. Sospecho que claves, sentido, un poco de luz o de orientación para avanzar a tientas. O para tener la sensación de estar entendiendo algo, y que esa sensación le acompañara un poco en el camino. (Llaves, rosas, laberintos; lámparas, piedras, espadas; bosques, flautas y monedas).
«13 de 25
Hace veinticinco años María Luisa y yo contemplamos la Vía Láctea en un cielo inmenso, una noche de julio, acostados al raso en un campo de labranza entre Frómista y Carrión.
Recorríamos juntos el Camino de Santiago, y como el cura de Frómista había estado un poco antipático, decidimos no quedarnos en su albergue y continuar hacia Carrión de los Condes. Pero en un momento dado nos despistamos y tomamos un camino rural que se internaba entre trigales. Tras avanzar dos horas sin ver nada ni a nadie, con la tarde ya cayendo, comprendimos que estábamos perdidos y que tendríamos que pasar la noche en el campo. Tal y como habíamos hecho unos días antes en un camping de La Rioja, extendimos una capa de agua en el suelo —en este caso, sobre el árido y pedregoso terruño castellano—, pusimos los sacos encima, y ya metidos en ellos nos cubrimos con otra capa de agua, que cosimos por los bordes a la primera con unos imperdibles para protegernos del rocío mañanero.
«Peregrinar es comprender el laberinto como tal y tender a superarlo para llegar al centro», habíamos leído en el Diccionario de símbolos de Cirlot, y el Camino se mostraba con claridad titilante en la inmensidad de aquel cielo nocturno de verano, pero no nos importaba mucho a dónde conducía. Veinticinco años después me sigue gustando vernos ahí, envueltos en el silencio y la oscuridad del campo, cerrándosenos los ojos de sueño mientras mirábamos las estrellas, exhaustos y felices.
«24 de 25
Hace veinticinco años estaba obsesionado con el pasado y pensaba que el pasado era un laberinto del que podría salir cuando quisiera. Respiraba a diario el polvo del pasado traduciendo oscuros textos en latín, navegando entre imprecisas etimologías de los romances primitivos o perdiendo pie en los equívocos pasadizos polvorientos de la literatura y la historia de la Edad Media.
Mis lecturas favoritas de aquellos años (Retorno a Brideshead, En busca del tiempo perdido, Il giardino dei Finzi-Contini…) eran historias que volvían la vista atrás para intentar desentrañar lo que había ocurrido en un tiempo remoto en el que todo parecía haber sido más intenso, y que tal vez encerrara las claves para entender lo de ahora. ¿Cómo es posible que lo que fue ya no sea? ¿Que todo eso haya quedado atrás? Estas preguntas, que remiten al más simple mecanismo, al dato más desnudo de la vida, a mí me turbaban y me sumían en una melancólica perplejidad.
«El pasado es la personalidad», había leído en Azorín, y al mismo tiempo estaba de acuerdo con él y me empeñaba en desmentirlo jugando alegremente a romper amarras con mi pasado o dejándome ganar por el estupor ante la facilidad con la que el pasado se disolvía en la corriente de los días, que me alejaba sin remedio (¿sin remedio?) de lo que había en él, y rehacía mi vida a su antojo.»
Opino que volver al pasado nos ayuda a construir un futuro más fuerte. Aprovechar los aciertos y desechar la carga pesada, eso nos hace la vida más ligera.
Felicidades al autor.