«La senda del cimarrón», de Ana Pérez Cañamares
La senda del cimarrón
Ana Pérez Cañamares
96 páginas
Ya lo dijo Casimiro Parker, 2020
Por Alberto García-Teresa.
En las dos citas que abren La senda del cimarrón de Ana Pérez Cañamares (1968), queda patente la perspectiva de resistencia y vitalismo que plantea la autora como práctica cotidiana: tanto desde una obvia posición de combate (la deserción del ejército a la que alaba un anónimo partisano antifascistas en la primera cita) como la búsqueda de la subversión vitalista en la mecánica y cruel inercia de la sociedad industrial (la exhortación a construir grietas para sobrevivir en el infierno diario de Ítalo Calvino en la segunda). La bisagra que permite la interiorización del conflicto sociopolítico y la búsqueda y difusión de los modos para encararlo desde la alegría ha constituido siempre el puntal de la obra de esta autora.
El cimarrón nos refiere al animal domesticado que ha huido de regreso a la naturaleza. También al esclavo de Estados Unidos que escapaba al campo. A ese enfoque responde la peripecia biográfica que origina este conjunto de poemas: la autora abandona la gran ciudad para irse a vivir a una pequeña localidad de la sierra. Así, debemos entender ese libro como un paso adelante para resolver las disonancias de una vida digna que desea ser vivida ya, y no postergada.
De ahí la abundancia (en especial, en el primer tramo del volumen) de composiciones donde se recoge la contemplación serena de la naturaleza, que esconden una mecánica sanadora, de revitalización. También arraigan al “yo” al momento presente para apreciarlo con plenitud. La vinculación con la naturaleza se manifiesta especialmente en el contacto con los otros animales, que le recuerdan nuestro componente mamífero y la filiación natural de nuestra existencia. La mirada atenta y asombrada por la maravilla ante esa naturaleza cercana mueve estas piezas, siempre con una voz resuelta que desprende sosiego y oxigenación. Su insistencia en la belleza del misterio de los mecanismos de la vida natural resulta una reafirmación de la humildad. De hecho, de ese paseo, Cañamares extrae conclusiones que apuntalan una filosofía para una vida consciente, respetuosa y sencilla.
La segunda parte de la obra se centra en lo humano, en la desobediencia civil, en la resistencia de los colectivos oprimidos: mujeres, trabajadores, represaliados. Las metáforas con el mundo natural continúan estando presentes, pero el foco se desplaza al conflicto sociopolítico. Cañamares apela a la sonoridad, a construir una identidad desde la resistencia, fuera de las lógicas de la dominación, en la que, de nuevo, sea la vida (su reproducción, su cuidado y su disfrute) el centro. De este modo, se identifica con todas las víctimas (porque, no olvidemos, “yo soy cualquiera”, como nos especificó la autora ya hace años). El “yo” se sacude la sumisión y se pronuncia desde el “nosotras” para afirmar la tenacidad de su resolución rebelde: “solo me arrodillaba ante las plantas”. La reclamación de la justicia y de la reparación de los humillados y de las víctimas asimismo cobra un peso importante, en especial desde el punto de vista de la memoria. En esos poemas, se proclama igualmente una forma de vida que se desentiende de los convencionalismos mercantilistas y jerárquicos de nuestra sociedad. Así, la poesía de Ana Pérez Cañamares vuelve a ser un lugar donde la aspiración y el deseo se conjugan en presente en una apuesta por la aventura y la intensidad en el vivir: “Volar es justo y necesario / si en el pecho os dejáis crecer un cielo”.
La última sección del volumen se centra más en la biografía. Se centra, en primer lugar, en la enfermedad que sufre la autora (fibromialgia) y, nuevamente, como en tantos de sus poemarios anteriores, mira a su genealogía, a su familia, para encontrar las raíces de su posición en el mundo. En esas páginas, ahonda en cómo la enfermedad le afecta en relación con el entorno; en cómo, en última instancia, no deja de ser un desajuste entre el cuerpo y las exigencias del contexto. Asimismo, se registran piezas que versan sobre la propia poesía y la escritura como acto de resistencia vitalista. En todas ellas, en cualquier caso, persiste la proclamación que explora y que explicita una filosofía y una forma de vida que abandona el utilitarismo, el cortoplacismo y los parámetros de la dominación y el odio a favor del gozo respetuoso, la dignidad y el crecimiento personal.
Cañamares sigue trabajando de manera deslumbrante la concisión y contundencia de sus versos sin perder de vista la composición y la estructura del poema. Las gradaciones y los desarrollos fluidos, con léxico cotidiano, que conducen hasta finales redondos continúan siendo característicos. Del mismo modo, igualmente lo son la dicción precisa y una resonancia evocadora amarrada a la superación de la cotidianeidad (o a los modos cotidianos de empobrecimiento psicológico y moral).
Por todo ello, Cañamares ha conseguido un poemario espléndido, lleno de tensión, líneas de fuga, versos deslumbrantes y estimulantes posibilidades para replantearse cómo mirar, respirar y vivir en nuestro tiempo.