Jugando al teatro con «Las criadas» de Jean Genet
Por Mariano Velasco
Si una nace en desgracia, vivirá en desgracia y morirá desgraciada. Es la lectura más pesimista que se desprende de “Las Criadas” de Jean Genet, esta cruda obra que ha vuelto a la cartelera madrileña en el Teatro Bellas Artes de Madrid. Por mucho que le demos vueltas y más vueltas, como hacen los personajes de las criadas sobre una plataforma circular, no hay salida posible.
Puede que resulte difícil entender y admitir tan pesimista postura sin partir de la desarraigada vida del propio Genet, abandonado por su madre, ladrón, adicto a la drogas, chapero y que, como era de esperar, acabó con sus huesos en la cárcel. ¡Como para andarse con alegrías y optimismos!
Pero aun así, cabe la posibilidad de darle una vuelta más de tuerca al oscuro asunto que nos propone “Las criadas” en esta brillante versión que ha versionado y traducido Paco Bezerra y que ha dirigido Luis Luque. Y es reparar en el atisbo de esperanza que queda en eso que las criadas llaman “la ceremonia” y que no es otra cosa que el recurso a la imaginación como escape de la realidad. O, lo que viene a ser lo mismo: el teatro.
No resulta aventurado proponer pues una lectura de “Las Criadas” como homenaje al teatro y a lo que de literario tiene la mentira, teniendo en cuenta lo que pudo suponer de liberación para su autor la escritura de este texto que rezuma desarraigo y desasosiego, de escape de ese mundo marginal en el que Genet se desenvolvió en gran parte su vida y del que tal vez no hubiera manera de salir ni no es recurriendo a la imaginación, a la literatura y al teatro.
Desde su arranque, en “Las Criadas” se nos propone tal juego de imaginación mediante lo que los franceses llaman “mise en abyme” (puesta en abismo), que no es más que el recurso del teatro dentro del teatro. Sumidas en tal juego es cuando las hermanas Claire y Solange logran expresar todo lo que les gustaría decirle a la Señora a la cara y nunca serán capaces de hacerlo, porque fuera de tal ensoñación no les queda más remedio que repetir que “la señora es buena”.
La dificultad narrativa de todo este entramado la salvan con creces, cada cual a su manera, Ana Torrent (Claire), Alicia Borrachero (Solange) y Jorge Calvo (la Señora). La primera con la pausa necesaria, la segunda con el nervio apropiado y el tercero superando el reto de darle el punto justo y apropiado al personaje femenino que interpreta, como el propio Genet deseaba.
Exitosamente, el resultado final acaba siendo el equilibrio, sin duda uno de los puntos fuertes de este montaje. Equilibrio al que contribuye también la estructura circular que envuelve con mimo a ese otro entramado de muñecas rusas, y que da vueltas sobre sí misma para atapar a los personajes y no dejarles escapar por mucho que lo intenten, de la misma sutil e incomprensible manera que les sucedería a aquellos personajes que años más tarde encerró Buñuel en la casa de “El Ángel Exterminador”.
En el mismo sentido parecen apuntar la sobria escenografía y el inmaculado rojo sobre blanco de vestuario y decorados, y por último la evidencia final de que, pese al jueguecito, sigue sin haber salida y que todo tiene que acabar de la única manera posible.