Libros para 2021
Por Jesús Cárdenas.
A finales de año hacemos balance. Lejos de elaborar rankings o listados de, recomendaremos, a poco de finalizar 2020, un puñado de magníficos libros de poemas que no debieran pasar desapercibidos para los lectores, y, que, por distintos motivos, se nos hace imposible dar, por el momento, una mirada crítica más amplia.
Baste referirse a los poetas que han publicado a lo largo del año en que supimos de un virus desconocido hasta entonces, momento en que se alzaron voces como las de Basilio Sánchez, Vicente Gallego, Eloy Sánchez Rosillo, Lorenzo Oliván, Chantal Maillard, José Manuel Benítez Ariza, Ramón Andrés, Laura Giordani, Javier Lostalé, Federico Gallego Ripoll, Raquel Vázquez, Agustín Calvo Galán, Ángela Álvarez Sáez, Jordi Doce, Trinidad Gan, Diego Poveda, Carlos Javier Morales, Pilar Adón, Heberto de Sysmo o Alfonso Brezmes.
En este artículo nombramos títulos para lectores del año venidero. 2020 nos dejó sugestivas publicaciones poéticas que destacamos en unas breves y sintéticas notas, para que no se olviden, para que no nos falten. Nuestra más excelsa consideración, además de agradecimiento, hacia sus autores.
Juan Álvarez (Alcalá de Guadaíra, 1974) nos entrega Égloga (Término), un libro tan manriqueño como preñado de excelentes versos. Baste el comienzo para saberlo: «En un tiempo sin tiempo, / ni laureles ni mármoles. // […] ¿De dónde vienes, dime, adónde vas, / desmadejado río sin poetas? // ¿Desde qué alto, límpido hontanar, / puro, como palabra revelada, / desatas tus guedejas de plata primeriza?».
Marina Tapia (Granada, 1961) asegura en Jardín imposible (Ayto. Baena) que el amor se halla sujeto a la naturaleza, asombro y exploración interior: «Y llegará ese tiempo en el que todo se vuelva expectación, / y mudaré el impulso y el soporte, / la forma de mirar al firmamento. / Y dejaré de ser espectadora de tramas moribundas, / ancladas en raíces sin razón».
Ismael Velázquez Juárez (México, 1960), traza en Poemas idiotas (Liliputienses) un camino de exploración tan escéptico como necesario en poemas, en apariencia sencillos, así: «cuando me acuesto / y cierro los ojos / pueden suceder / varias cosas / una es / que tú vuelvas / y yo no me dé cuenta».
César Rodríguez de Sepúlveda (Madrid, 1968) canta el sentido de la existencia en Luz del instante (Ommpress) donde la palabra es un extraordinario escudo: «La música replica / a la muerte. Y al tiempo que oscurece, suavemente, / empieza el balanceo de los cuerpos, / cede / un poco la opresión, alguien / hace una broma, / se sirve whisky en vasos / de papel».
Rafael Morales Barba (Madrid, 1958) escribe en Aquitania (La Discreta) sobre la condición transitoria del ser hilvanando recuerdos y conmemoraciones: «Contigo, / por la orilla del tiempo / y el paisaje tardío. // Cae la tarde / embriagada y sin canto en los árboles / borrando las voces. Tañen / las penúltimas nubes / silenciosas / lo inmenso».
Isabel Tejada (Jaén, 1973) sorprende en Trabajos verticales (Ediciones Franz) por la fusión entre lo íntimo y lo contemplado: «me voy / cruzo el puente / hoyo / -ahora lo sé- / de las sutiles emboscados hacia lo bueno / y lo fuerte / mi énfasis / mi alma despertada / devuelta donde no hay lugar / apenas viva».
Francisco García Marquina (Madrid, 1937) en No sé qué buen color (Lastura) intensifica una relación profunda del ser en el cosmos, así: «Creo en nosotros dos, creo en nosotros miles / fundado en la firmeza de una duda de espesor infinito / que me lleva a saberlo a ciencia cierta. // A mitad del camino / he apostado la vida a tan osado artículo de fe».
Pilar Blanco Díaz (Bembibre, afincada en Alicante) mantiene en vilo al lector en el cántico Yo escribo la noche (Chamán Ediciones), donde las palabras tensan y desgarran: «Tuve que irme a vivir a otro lenguaje, / que infiltrarme en la piel de otro alfabeto, / que perder mi apellido / y arrancarme el ayer como quien tala un árbol, / como quien mata a un niño y todos sus pudieras, / al joven y sus luegos diferidos, / al adulto y su ahora, / y su adiós y su nunca y su desgarro».
Pureza Canelo (Moraleja, Cáceres, 1946) en Palabra naturaleza (Fundación Ortega Muñoz) consigna una expresión poética singular tanto en el cauce corto como en el largo: «Oración al nadie: si esto fue destino, ¿cómo será más / allá del deshacer? // No es bueno escribir y llorar. Nublas cielo y tierra».
Alejandro Palomas (Barcelona, 1967) en Una flor (Letraversal) ofrece una posible respuesta con gran sutileza: «Importa el espacio. / Importa lo pequeño. / Importa el aire que separa una sílaba de la anterior. / Y respirar. / […] Importa habitar un poema como si el poema fuera / una casa que hace bien y refugia bien».
José Luis Morante (El Bohodón, Ávila, 1956), con prólogo de Antonio Jiménez Millán, nos brinda en Ahora que es tarde (La Garúa) una cartografía poética digna de releer, tan honesta como depurada: «Los días que amanecen casi negros / requieren otra luz; / callados se preguntan / en qué lugar / camina el horizonte. / la distancia es ahora / el esqueleto gris de lo posible».
Francisco Muñoz Soler (Málaga, 1957) compila sus poemas a lo largo de cuatro décadas bajo el título Soler (Caligrama), una entrega tan comunicativa como esencial: «en estos tiempos la humanidad / no quiere entender / que cada uno de nosotros / trasladamos los únicos límites / que no deben ser traspasados // y si invitamos al prójimo / a instalarse en nuestro espacio, / será siempre transitorio».
Daniel Cotta (Málaga, 1974) proyecta desde el espacio exterior un temblor que nos atraviesa en Alpinistas de Marte (Pre-Textos): «Ahora brillaremos / el tiempo que nos quede, / hasta estallar, hasta encender la noche / en un último beso, / el beso incandescente que seguirá sonando, / fundiéndonos, fundando, fecundando / tras haber vuelto a casa a despertar».
Óscar Díaz (Langreo, Asturias, 1997) revisa bajo el título En el principio era América (Siltolá) conocimientos de tradición grecolatina impregnados de sentimiento y buen hacer poético: «Por fin vendrá contigo / la luz, amada y maldecida, hermosa / como ciencia acabada. / Así te encontraré en la larga noche, / bella como el cruce fortuito entre dos rectas».
Joaquín Campos (Málaga, 1974) en Demasiado humano (Sr. Scott) practica una poesía que contempla la vida sin pelos en la lengua como una llamada a la acción: «La tarde se apaga. / El buffet abre sus puertas / para que por última vez / te deslices entre la nada / y sus suburbios. / El autobús os llevará / al aeropuerto / donde sin ser detenidos / volveréis a Europa».
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Una lista de libros muy interesante y útil. Definitivamente elegiré algunos para mí también para leer. Gracias.
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