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Los libros de la isla desierta: ‘Historia’, de Heródoto de Halicarnaso

ÓSCAR HERNÁNDEZ-CAMPANO. Twitter: @oscarhercam

Alguien podría pensar que elegir nada menos que Historia de Heródoto de Halicarnaso para cerrar las reseñas de Los libros de la isla desierta este 2020 tiene algo de transcendente. Tal vez sea así, un broche histórico a un año que ya forma parte de los anales de la historia por lo distópico y revulsivo que ha sido (y lo que falta). O quizá, hayan sido los siempre traviesos dioses del Olimpo quienes, en un ejercicio más de su inevitable patronazgo sobre nuestra suerte, han querido que hablemos de este magno libro para cerrar el, sin duda, annus horribilis de nuestras vidas.

Heródoto de Halicarnaso (484-425 aeC) es considerado el primer historiador y padre de esta ciencia social. No fue exactamente el primero (él mismo cita a su contemporáneo Hecateo), aunque fue el que escribió unas historias con afán explicativo e historiográfico. Es, además, una de las primeras obras griegas en prosa conservadas y fuente de fuentes de la historia. Heródoto fue un viajero incansable que recorrió lo largo y ancho del mundo conocido en su época. Así, visitando las tierras del Oriente Próximo, Egipto, Libia (refiriéndose con este nombre al norte del continente africano), todo el Hélade, el este de Europa e Italia, nuestro intrépido autor recopiló historias sobre las gestas y hazañas de los imperios que luchaban en la antigüedad: Persia, Egipto y Grecia.

Heródoto nos narra, en un estilo ecléctico que conjuga las fórmulas y epítetos homéricos con un lenguaje sencillo y directo, adornado con anécdotas, digresiones o explicaciones de carácter antropológico y mitológico, el origen del Imperio Persa, sus conquistas y evolución desde Ciro el Grande hasta Jerjes y sus descendientes; el Egipto faraónico, siempre exótico y misterioso, aunque ya en declive y sometido al persa; y el difícil equilibrio griego, con las infinitas disputas entre las diferentes ciudades-estado (las polis griegas), micromundo en el que sobresalían dos potencias que, años después, se enfrentarían en las Guerras del Peloponeso: Atenas y Esparta.

Sin embargo, la Historia de Heródoto nos cuenta otras guerras, unas luchas épicas en las que la mitología y la religión antigua se entremezcla con los hechos en un todo que trasciende la realidad y sume al lector en la incertidumbre sobre si los olímpicos realmente intervinieron en los episodios narrados por el viejo de Halicarnaso. El crecimiento imparable del Imperio Persa y su inevitable enfrentamiento con las polis griegas centra gran parte del texto reseñado. Las Guerras Médicas (490-449 aeC) y sus hitos épicos de las batallas de Maratón, Salamina, las Termópilas, Micala y Platea, entre otros momentos memorables, son descritos con detalle de reportero de guerra por un Heródoto que arrastra al lector a aquellos escenarios de leyenda con una prosa extraordinaria.

El libro, escrito en rollos de papiros en un primer momento, fue organizado y dividido siglos después en nueve libros titulados con el nombre de las nueve musas de las artes: Clío, Euterpe, Talía, Melpómene, Terpsícore, Erato, Polimnia, Urania y Calíope.

Heródoto es un referente entre los historiadores, como es obvio, pero también entre quienes acuden a los maestros de ese pasado glorioso, inicio de la civilización, para buscar citas o inspiración. La lectura de su Historia transporta al lector a un tiempo ajeno, diferente y familiar. Somos hijos de aquellos pueblos que batallaron por un pedazo de tierra, por un puñado de islas o por unas millas de costa; pueblos enemigos y feroces que ofrecían libaciones al mismo grupo de divinidades, aunque con nombres diferentes, en templos parecidos repartidos por aquella geografía exótica, cálida y añorada. Heródoto constató esos denominadores comunes que, con mil variaciones, han atravesado océanos de tiempo hasta alcanzarnos. Ese mundo es la base de nuestra civilización. Lo que vino después floreció sobre el suelo fértil que nutrieron los pueblos que Heródoto describió. La lectura de esta Historia resulta obligada para cualquiera que desee conocer sus orígenes. Su relectura, constituirá un placer que reservo para la isla desierta. Me despido esperando que los olímpicos a los que miraban los coetáneos de Heródoto nos regalen un propicio 2021.

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