Sed, de Alfonso Brezmes

Por Isabel Marina.

EL REINO DE LA SED ES INFINITO

La vida es un viaje no exento de riesgos, en el que es posible perderse y no encontrar el camino. Alfonso Brezmes (Madrid, 1966), en Sed, nos propone comprender algunas claves sobre nosotros mismos, que nos orienten como una brújula en los territorios desconocidos. No en vano las distintas secciones de este libro tienen por título indicaciones geográficas: Norte, Sur, Este, Oeste.

Desde el primer momento, el poeta nos hace ver que será sincero con nosotros: “Dejé mi corazón en cualquier parte / y ahora voy por el mundo / -ya lo veis- a pecho descubierto” (“Descorazonada”, página 13). También nos explica, desde lo vivido, que el pasado y el futuro están ligados, pues el pasado contiene la premonición del porvenir: “Si miras por el retrovisor / puedes ver cómo el ayer / va directo hacia el futuro” (“Retrovisor”, página 16).

Si hay algo que define al ser humano es la sed. El anhelo, el deseo de llegar, es una cualidad/realidad que nos conforma. Aunque, como dice Brezmes, nadie sepa la forma exacta de su sed.

Nuestro viaje nunca es en línea recta. Está lleno de aventura y deseos, como el que inspira al héroe del poema “Ítaca”, de Cavafis. Si hay un poema que aborde nuestro anhelo humano de forma magistral es este. No es casualidad que el poeta lo mencione, en los versos de la página 19, con este bellísimo final: “Ítaca -ya lo sabemos- / se desvanece al llegar” (“Los puntos invisibles”, página 19).

Transitar por la vida y cumplir años supone siempre haber conocido la época gloriosa de la juventud. El poeta nos exhorta, como tantos otros desde los latinos, a aprovechar el momento, a coger las rosas, pero no se queda ahí. Brezmes une los conceptos de belleza y dolor, el dolor por lo perdido, la juventud, y la belleza, como en el hermoso “Que no te cuenten” (página 21).

El dolor forma parte inseparable de la vida, pues no existe la belleza pura exenta de sufrimiento. Es necesario no separarlas para llegar a conclusiones verdaderas, para que la poesía llegue a conectar con lo más hondo y auténtico: “Mi apuesta -me repito- es a la luz / que logra introducirse en lo dañado, / pues sólo allí, debajo de la herida /, brilla oscura -hecha añicos- la verdad” (“La apuesta”, página 25).

El poeta continúa en “Sur”, sección II del libro, con su tono meditativo y filosófico. El anhelo, como decíamos, nos define. Es una sed que nunca, mientras vivamos, lograremos aplacar, porque la vida humana está llena de sueños imposibles. Y nos habita una esencia que no es de este mundo, un mirar siempre hacia las estrellas: “Mi mitad humana sentada / en este despacho gris, /mi mitad divina / trotando salvaje en tu cuarto” (“Desdoblamiento”, página 34).

Desde la introspección sobre sí mismo, sobre los que es importante, Brezmes da un mensaje válido para todos. Y es hermosa su forma de decirlo. Hoy es cuanto tenemos y lo tenemos todo. Mañana nos iremos, nosotros también: “y todo será nada en mi equipaje / y nada es todo cuanto dejaré” (“Equipaje”, página 41).

La levedad de nuestro paso por el mundo inspira al poeta versos donde muestra su capacidad de síntesis, que recuerda a Quevedo: “Ahora ya podemos mirar: vivir fue solo esta fotografía” (“La caja negra”, página 58).

La sección IV, Oeste, inaugura un tono metafísico, con poemas meditativos en forma de oración: “Venga a nosotros la sed, / como viene el dolor al mundo/ para salvarlo” (“Venga a nosotros”, página 63).

También reflexiona Brezmes sobre el sentido de la poesía. Nos dice claramente que la función de la poesía es nombrar lo innombrable, aquello que las palabras intentan aprehender y queda en el aire, como un perfume, tras el poema: “Ayer había aquí un poema, / pero ahora ya no está: / en su lugar está tu ausencia, / que es distinta en cada uno/ de quienes lo leyeron. / Ese -y no este- es el poema” (“Poética”, página 66).

Escribir es llegar a lo más hondo de nosotros mismos, a una nueva consciencia: “Escribo porque estoy dormido / y no sé otra forma de volver”. (“Hacia mí”, página 67).

Es bellísimo este libro de poemas dedicado a nuestra sed, a nuestro anhelo, que está ligado directamente con el misterio, con todo lo que no hemos sido y nos define, nos eleva a la altura de unas estrellas siempre inalcanzables: “Todo lo que no he sido me conforma, / dibuja los contornos de mi ser. / Tengo la estatura de un hombre, / pero el reino de mi anhelo es infinito. (“Otro mundo”, página 75).

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