La historia del temible usurero Francisco Torquemada por Pérez Galdós y Pedro Casablanc

Por Horacio Otheguy Riveira

Un encuentro no por esperado menos sorprendente. Tras subir viejas escaleras de una casona de Madrid de finales del XIX, se reunieron Benito Pérez Galdós y el actor-director de gran bagaje hispanofrancés, Pedro Casablanc, y pusieron sobre la mesa una versión teatral inédita de un cuarteto novelístico.

Bajo el título de Torquemada, cuatro novelas que se publicaron entre 1889 y 1895, de pronto en una inédita concepción escénica escrita por Ignacio García May, teórico del teatro, docente, autor de obras tan valiosas como Los vivos y los muertos, quien a su vez adaptó a Kipling en inolvidable versión de El hombre que pudo reinar o reinventó el Drácula de Bram Stoker.

Pero en el vetusto salón por donde pasó el usurero Francisco Torquemada, aquella tarde solo concurrieron Galdós y el actor, en torno a los folios compuestos por García May. Estaban muy emocionados por tratarse de la primera cita con las palabras literarias reelaboradas para el teatro. Casablanc no pudo con su genio y se levantó varias veces mostrándole al maestro por dónde irían sus expresiones corporales y apuntes de voces… Llegó un momento de tan alta intensidad que la habitación se fue expandiendo para dar lugar a la puesta en escena, al talento del iluminador, de la diseñadora de vestuario, del músico… Tantos elementos que confluirían en un espectáculo con un actor desdoblándose en muchos personajes. Todo fluyó de tal manera en aquel encuentro que don Benito optó por hacer mutis —cual glorioso espíritu travieso— y dejó al artista ensimismado en su tarea…

Ante esta obra maestra titulada Torquemada se impone una advertencia para los espectadores que creen que se trata de un monólogo, género teatral excesivamente transitado en los últimos años. No es el caso. Si bien Casablanc monologó con gran éxito en otras ocasiones, también de forma muy original (por ejemplo, en Hacia la alegría, de Olivier Py) en esta ocasión no hay tal sino un espectáculo con sorprendente dominio de cuatro obras breves, en ningún caso un soliloquio, pues el único intérprete compone suficiente cantidad de personajes ante otro imaginario que le escucha (tal vez un periodista o un investigador judicial… finalmente el propio espectador), en busca de las últimas palabras de Francisco Torquemada, supuesto descendiente del terrorífico inquisidor dominico del siglo XV.

Lo cierto es que, con una puesta en escena de serena intensidad, pero firme pulso teatral, Juan Carlos Pérez de la Fuente y Pedro Casablanc nos ofrecen un recorrido por el espíritu de la gran literatura del XIX, gracias al encomiable trabajo de adaptación del dramaturgo Ignacio García May, quien convirtió las 805 páginas de la cuatro novelas en una pieza teatral de hora y media que respeta el riquísimo lenguaje galdosiano y su amplia mirada sobre la panorámica social de su época (todas las clases representadas cual compañero de ruta de genios franceses como Víctor Hugo, Emilio Zola o Balzac), permitiéndose libertades que enriquecen el original.

A poco de empezar, ya nos encaramos con la trama y su revés, el rostro y la máscara de una búsqueda que logrará sucesivos encuentros formidables:

«El Actor: Me pide usted que le hable de Torquemada, el Cerdo, y de las palabras que pronunció en su lecho de muerte… Pero eso tiene un precio. Aprendí de ese monstruo a no regalar ni un suspiro.

(Mira el fajo de billetes, lo coge, lo cuenta. Luego se lo guarda en el escote. Enseguida sabremos que el personaje que habla es una mujer).

Suficiente. De acuerdo, entonces. Voy a contar cómo fue al quemadero el inhumano que tantas vidas felices consumió en llamas. Que a unos traspasó los hígados con un hierro candente, a otros puso en cazuela, y a los demás achicharró por partes, a fuego lento, con rebuscada y metódica saña. Voy a contar cómo vino el fiero verdugo a ser víctima; cómo los odios que provocó se le volvieron lástima y las nubes de maldiciones arrojaron sobre él lluvia de piedad. Caso patético y ejemplar, digno de contarse, aviso de condenados y escarmiento de inquisidores. Aquí en el barrio se le conocía como Torquemada el Peor, porque decían que comparado con éste, su antepasado, aquel que pasaba a los herejes por la parrilla, era un bendito. Para mí siempre ha sido Torquemada el Cerdo, porque su abuelo castraba cochinos, y de eso heredó él la costumbre de andar hozando en la mugre…».

Cada recorrido del actor por el escenario va acompañado por las enigmáticas —o rotundas— luces de José Manuel Guerra, mientras la música de Tuti Fernández circula con un irónico aire de tiovivo, espíritu saltimbanqui que da un cariz siempre diferente, enriquecido, a la seriedad con que Casablanc avanza circunspecto hacia el maniquí o el perchero correspondiente para convertirse en anciana resentida, en poderoso venido a menos, en exquisita señorita dispuesta a negociar como sea, en cínico misionero, y en todos los que estos incluyen sin necesidad de complementos, solo con pocos gestos y la voz adecuada.

Total, un compacto ámbito de obras teatrales breves que cada una vale por sí misma, pero que a su vez necesitan engarzarse. Todo dirigido por Pérez de la Fuente con algo que en los últimos años le caracteriza: un sentido del ritmo al borde del musical, de un teatro-danza donde, de momento, solo vemos la coreografía de un actor que modela los movimientos de su cuerpo y los matices de su voz con diáfana precisión.

Nunca fue Galdós maniqueo, aunque muy claro en sus propuestas ideológicas contrarias a la monarquía eclesiástica imperante, y vivamente preocupado por la creciente miseria del país. Todo eso y aún más está presente en este trabajo impecable, emocionante, divertido y a la vez amargo por cuando tiene de contemporáneo, de actualidad con su perfecta visión de lo que depararían las circunstancias socioeconómicas de la sociedad española, con preciso reflejo en la Europa grande que acabaría enfrentada a una nueva guerra mundial, años después de su fallecimiento en 1920, y una guerra civil entretanto:

Hubo un día en que Madrid dejó de reírse de Torquemada. Las especies infamantes callaron para siempre. En su lugar aparecieron de inmediato las adulaciones. Había dejado de ser usurero para convertirse en financiero, que es el mismo oficio en versión decorosa. Había dejado de ser Torquemada el Peor para transformarse en Don Francisco.

 

«Me resulta incómodo hablarle de Francisco Torquemada… Acostumbrado a vérselas con todos esos menesterosos de los arrabales, el usurero se quedó atónito al descubrir que la gente a la que ahora pretendía cobrar era muy distinta. Naturalmente, estamos hablando de mi familia, los Águilas. Nosotros, señor, no somos cualquier cosa. En un tiempo fuimos dueños de casi toda la huerta de Valencia, de fábricas en Cataluña, minas en Bilbao… Pero incluso a los mejores les sobrevienen, a veces, circunstancias catastróficas».

«Me llamo Cruz del Águila, y creo que nadie ha entendido nunca a Francisco Torquemada como yo. Es cierto que en un primer encuentro provocaba el rechazo: con su cráneo pelado y perpetuamente húmedo de sudor, aquella barba rala y descuidada, que más que cabello humano representaba la cerda de un jabalí; la ropa sucia y el olor a rancio que emanaba de todo su cuerpo, parecía la caricatura del avaro que se mostraba en los teatrillos o en los dibujos de los periódicos. Sin embargo… Nunca es completo el mal,
como no es completo el bien…»

Autor: Ignacio García May
Basado en la tetralogía novelística: Torquemada en la hoguera, Torquemada en la Cruz, Torquemada en el Purgatorio y Torquemada y San Pedro, de Benito Pérez Galdós

Intérprete: Pedro Casablanc (el actor, la tía Roma, Valentinito, los Águila -Rafael, Cruz y Fidela-, misionero Gamborena, Francisco Torquemada)

Dirección y escenografía: Juan Carlos Pérez de la Fuente

Diseño de iluminación: José Manuel Guerra
Diseño de vestuario: Almudena Rodríguez Huertas
Composición musical: Tuti Fernández
Ayudante de dirección: Micaela Quesada
Ayudante de escenografía y cartel: Alberto Valle (Hawork Studio)
Producción y gerencia en gira: Cristian Bofill
Director técnico: Juan Luis López
Técnico de iluminación: Nizar Allibhoy
Técnico de sonido: Francisco Atiénzar
Técnico de maquinaria: Fernando Gómez
Sastrería: José Miguel Laspalas
Diseño de producción: Pérez de la Fuente Producciones

Realizaciones
Escenografía: Scnik
Vestuario: Sastrería Cornejo
Gasas: Jesús Acevedo (Sfumato)
Impresión digital: Hawork Studio

Agradecimientos: Teatro del Colegio Mayor Elías Ahuja

Una producción de la Comunidad de Madrid

TEATROS DEL CANAL. SALA NEGRA. HASTA EL LUNES 4 DE ENERO 2021

El vestíbulo de los Teatros del Canal es el escenario de una exposición que conmemora un doble centenario: el de la muerte de Pérez Galdós y el de la fundación de la sastrería Cornejo. Se ha titulado: Cornejo, el sastre de Galdós porque se han seleccionado piezas de vestuario de distintas producciones teatrales o televisivas sobre obras del dramaturgo canario. Se han agrupado en cinco escenarios que recrean el despacho de don Benito, un taller de la sastrería, el vestuario de Fortunata y Jacinta, el camerino de una actriz, el del montaje 2 de mayo y un carro de cómicos ambulantes. También se incluyen los dibujos, los figurines, de algunos de los profesionales que han trabajado con Cornejo. (Texto y foto, gentileza de Antonio Castro).

 

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