Una cita impostergable con José-Miguel Vila y su pasión por el teatro «En primera fila»
Por Horacio Otheguy Riveira
José-Miguel Vila ama el teatro desde la adolescencia. Pasan los años, pero el rumor de secreta melodía permanece; como el aroma de los teatros antiguos con su inevitable telón, aquella rutina ha impregnado los encuentros del espectador que indaga, del periodista que siempre quiere saber más, y del espectador enamorado de las vidas ajenas que, en el escenario, respirando al mismo ritmo que quienes están en la butaca, con su poco de ansiedad, de tensión, de poesía… representan episodios de vidas lejanas. Tan lejos, tan cerca. En la vida de los otros, la propia, ya que los entusiastas espectadores de teatro son como los buenos lectores: gente en busca de verdades, de preguntas, de respuestas que en cuanto se expresan vuelven a convertirse en preguntas.
Periodista de formación, José-Miguel Vila ha ejercido su profesión en diferentes medios durante más de 30 años. Ha trabajado y colaborado en agencias de prensa, periódicos, gabinetes de prensa, direcciones de comunicación, revistas y medios audiovisuales. Desde 2011 publica una columna periódica de opinión en www.diariocrítico.com, y desde 2014 hace también crítica teatral en esas mismas páginas electrónicas.
También ha publicado otras obras, como Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013) y Ucrania frente a Putin (2015).
En su libro Teatro a ciegas (2017) dejó constancia de su particular condición física y su dedicación:
Soy periodista desde hace ya casi cuatro décadas, me quedé ciego cinco años después de licenciarme en la rama de Periodismo en la complutense Facultad de Ciencias de la Información y, aunque hube de separarme de la actividad profesional los dos o tres años siguientes, no he dejado de ejercer el periodismo desde entonces y hasta el mismo momento de mi jubilación en el año 2014. En realidad, y para ser exactos, periodismo sigo haciendo, pero como alguno de los más importantes investigadores jubilados del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), lo hago ad honorem, es decir -y en traducción libérrima- porque quiero, porque me da la gana y porque lo necesito, aunque sea sin remuneración alguna a cambio. Mi sustento y el de los míos provienen de la paga mensual a la que me he hecho acreedor después de 40 años de cotizaciones, y de algunos ahorros guardados, de lo poco o mucho que hemos ganado.
Aquel libro fue prologado afectuosamente por Alberto Conejero, quien también tiene su entrevista en estas páginas, junto a numerosas personalidades del teatro:
— ¿Qué pregunta te haces a ti mismo con frecuencia y aún no has encontrado la respuesta?
— ¿Estaré haciendo todo lo que puedo por ser un buen hombre? Esta es la pregunta que me persigue.
Junto al autor y director de Todas las noches de un día, Ushuaia y La geometría del trigo (foto), desfilan En primera fila, mujeres y hombres que han entregado su vida al teatro con todas las dificultades que conlleva «en un país que arrastra tantísimos problemas por resolver». A veces con buenas circunstancias económicas, producciones de alto vuelo, pero en general con mucho viento en contra con tal de consolidar los preciosos momentos en que el mundo se detiene y palpitan las emociones de artistas y espectadores al mismo tiempo, aunque con diferente cadencia: la que cada uno aporta desde su soledad compartida…
En sus páginas, casi todos los ámbitos del teatro son retratados entre dramaturgos, directores, escenógrafos, diseñadores de vestuario, iluminadores, sonidistas… en un auténtico carrusel lleno de brío y de color, donde José-Miguel se explaya en el historial de cada uno, indaga en sus particulares trayectorias, y luego juega con un cuestionario compartido por todos. Así, giran estas mujeres y hombre de teatro para que nos detengamos un día sí y otro también como si fueran vehículos de un feliz tiovivo, ya que el libro rinde sentido homenaje al arte de Talía, desde la luminosa ceguera de un hombre de letras, de un investigador, de un amante de cuanto sucede en escena.
Juan Mayorga, Laila Ripoll, Lola Blasco, Lucía Carballal, Israel Elejalde, Carlota Ferrer, Alfredo Sanzol, Juanjo Llorens, Carmen Conesa, Nuria Gallardo, Ernesto Arias, Los Viyuela González, Curt Allen Wilmer… son algunos de los glosados y entrevistados en una obra destinada a ser libro de cabecera, para visitarla en cualquier momento, especialmente en un ambiente de serenidad, a un lado de los días bulliciosos que tanto aturden en estos tiempos, con permiso para saltar de un personaje a otro y en el camino recordar lo que se aplaudió con vigor, o aquello que no gustó…
Se levanta el telón y página a página, a este cronista le da por pensar en que estaría bien, muy bien, un libro de José-Miguel Vila en torno a la ceguera en la historia del teatro, desde muy lejos en tratamientos de intensa apertura filosófica y poética incomparable, desde Sófocles a Shakespeare, con parada posterior en Maeterlinck, Valle Inclán, Pérez Galdós, Buero Vallejo o, por ejemplo, Las mariposas son libres, de Leonard Gershe, uno de los últimos grandes éxitos sobre el tema, con película en 1972, cuyo título y trama se inspiró en una frase de Casa desolada, de Charles Dickens, Yo sólo pido ser libre. Las mariposas son libres. La humanidad seguramente no negará a Harold Skimpole lo que concede a las mariposas…
Pero esta sería otra historia. De momento, liberemos los caramelos de su molesto envoltorio, apaguemos los móviles y café mediante o copa bien cargada, saboreemos las palabras con que un intenso amor al teatro le rinde homenaje.