NovelaReseñas Novela

Raymond Chandler, el hombre epistolar o el simple arte de escribir

ANDRÉS G. MUGLIA.

Existen muchas formas de conocer a un escritor. La más simple es por su obra. Pero también surgen otros caminos, aledaños, asimétricos a la mera labor literaria, para quienes quieren indagar curiosamente un poco más allá. Para estos inquisidores la correspondencia personal de un artista, sus cartas, pueden llegar a revelar muchas cosas: sus métodos personales de creación, detalles de su vida privada, amistades, relaciones profesionales, aficiones y, por qué  no, algunas miserias.

Muchos artistas, no sólo escritores, hacen del epistolar un género en sí mismo; un medio a través del cual se expresan en forma más espontánea, sin mediatizar por el efecto de una crítica o espectador supuesto. De este modo, leer su correspondencia personal es asomarse un poco a su pensamiento, sus sentimientos y un universo privado que parece completar su obra. Descubrir a un artista a través esas anotaciones, algunas frívolas, otras de orden íntimo, que éste hace al destinatario de sus mensajes: amigos, amantes, parientes, jefes; puede llegar a ser revelador, estimulante y hasta gracioso.

Raymond Chandler fue novelista, cuentista, ensayista, articulista y guionista cinematográfico. En fin, casi todas las formas en que puede pronunciarse la palabra escritor. Se destacó por sus novelas policiales negras, donde es una referencia obligada del género no solo para la literatura, sino para el cine; en que textos como El sueño eterno tuvieron una trascendencia que excede por mucho lo literario. Fundando estereotipos como el del detective Philip Marlowe, encarnado por Humphrey Bogart en la pantalla grande, que echaron bases para la caracterización de este tipo de personajes cinematográficos de ahí en más.

Entre toda su actividad literaria Chandler se hizo el tiempo para sostener una prolífica correspondencia. El simple arte de escribir es un libro basado en algunas de las cartas del escritor. Cabe señalar que esta colección jamás fue pensada por el autor para ser publicada. En esos escritos muestra todo su genio en libertad, el cual no tiene clemencia para con los demás ni para consigo mismo a la hora de los retratos. Comenta igual de mordaz su contexto: la industria de la literatura de best sellers, la del cine, el ambiente de los EE.UU. en su época, sus personajes; nada escapa a su mirada aguda.

Agobiado por un insomnio tenaz que lo acompañó toda la vida, Chandler dedicaba las noches a dictar su correspondencia a una grabadora, mientras observaba la costa del Pacífico por el amplio ventanal de su casa La Joya; una típica postal americana. Esta costumbre dejó a sus fanáticos una colección de innumerables cartas: a sus editores, a sus amistades, a otros escritores; en las que normalmente, luego de resuelto el motivo por el cual desea enviar la esquela, se dedica a divagar sobre los más diversos e insólitos temas. En esos pasajes el autor hace gala de su aguda inteligencia, su humor cercano al monólogo y al stand up, su cinismo cruel que dirige la mirada sin compasión al mundo que lo rodea. De paso y entre el variopinto universo del que habla, nos comunica sus costumbres de escritor. Los «escritos para escritores» también son hoy en día un subgénero muy popular.

¿Son las cartas de Chandler mejores que su prosa destinada a la imprenta? Es difícil afirmar eso, pero sí se puede decir que son otra cosa. Y esa cosa es algo vibrante y rebosante de talento, en tanto que sus novelas parecen constreñidas a decir lo que la trama, los personajes y las situaciones que Chandler se esfuerza por representar las obliga.

Transcribo algunos pasajes memorables. Al leerlos es inevitable imaginarse a Chandler a oscuras, reclinado en su sillón, mirando la costa del Pacífico constelada de estrellas con un vaso de trago largo en la mano repleto de Bourbon. 

Sobre la inspiración:

«Lo importante es que haya un espacio de tiempo, digamos cuatro horas al día, en que un escritor profesional no haga nada más que escribir. No tiene que escribir, y si no se siente en condiciones no debería intentarlo. Puede mirar por la ventana o ponerse de cabeza o retorcerse en el piso. Pero no puede hacer ninguna otra cosa positiva, como leer, escribir cartas, mirar revistas o firmar cheques. Escribir o nada. Es el mismo principio que sirve para mantener el orden en una escuela. Si se puede hacer comportar a los alumnos, aprenderán algo sólo para no aburrirse. A mí me funciona. Dos reglas simples: a, no es obligatorio escribir; b, no se puede hacer otra cosa. El resto viene solo.»

Acerca de la publicación de un resumen de uno de sus libros. Los americanos acostumbraban a publicar resúmenes cortos (digamos la extensión de un cuento) de las novelas más populares; una costumbre que resulta absolutamente incomprensible.

«La bastardeada anécdota que aparece bajo mi nombre en Cosmopolitan (que sus ganancias sean las más grande de la historia) contiene palabras y frases que no escribí, diálogo que no pronunciaría, y lagunas que son comparables a la amnesia en la luna de miel. Es el cadáver de un libro, al que le ha hecho una autopsia un ladrón de cementerios borracho y lo ha vuelto a coser un marinero con delirium tremens.»

El simple arte de escribir es uno de esos libros que siempre tengo a mano cuando no tengo nada nuevo que leer. Y siempre que lo releo me saca una sonrisa por lo agudo y bien escrito. Además, leyendo esa prosa espontánea y casi de libre fluir de la conciencia, a uno le entran ganas de ponerse a escribir.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *