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‘La arena entre los dedos’, de Chantal Maillard

La arena entre los dedos

Chantal Maillard

Pre-textos

Valencia, 2020

640 páginas

 

Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca

En algunas obras el autor es lo escrito y lo escrito es una representación desnuda de lo que configura al autor. Mantener un diario, en su más amplia concepción, un cuaderno que se rellena día a día, favorece conocer de primera mano a la persona. Si hay sinceridad, el diario gana en potencia, aunque se trate, como en el caso de los que componen los cuadernos de Chantal Maillard, de una potencia poética, una escritura cuya finalidad es el camino hacia un pensamiento ético. Maillard se inscribe en la ruta de la búsqueda de la belleza mientras mantiene vivas sus intenciones de afrontar el miedo, gran enemigo de la humanidad, y el dolor. El verbo que se impone es liberar: “Pues no me olvido de los fosos y levanto el puente levadizo creyó así defenderme. Lo que hago, en cambio, es convertirme en víctima de mi propia creación, de mis propias acciones (…). La historia del dolor comienza ahí donde termina la de la libertad”. Su poesía, esa que se aplica no sólo a los textos, va inundando un libro que es más sentimiento que razón, más emociones que observación: “No me engañes, no busco la memoria del deseo sino la paz del origen, esa luz que sostiene a la niña en sus infiernos y traza el puente por el que pasará, sonriente, sobre los escombros”.

El volumen lo componen cuatro dietarios que vagan entre la itinerancia y el reposo, con una intención diletante que se asemeja a la enredadera creciendo alrededor de un árbol. Los argumentos están tejidos por hilos, según sus palabras, que mantienen tensa a la conciencia, esa parte preocupada por dar cuenta de sí, esa parte consciente o que quiere ser consciente. ¿Pero en qué consisten esos argumentos? Hay temas centrales, ejes, troncos, sobre los que trepamos, a los que Maillard llama husos, que son los que marcan la tónica o sonoridad: en Filosofía en los días críticos es la pasión; en Diarios indios pretende ser la observación del viajero; en Husos, notas al margen es el duelo; en Bélgica es la añoranza, el trabajo de la memoria si es que esa forma de sentir es trabajo. En realidad, en todos ellos se nos habla de la memoria como viaje y del viaje como memoria. En buena medida, el espíritu que los recorre es el mismo que reflejara Cavafis en su famoso poema sobre Ítaca: Ítaca te ha conquistado con un hermoso viaje y el viaje es la sustancia de la que está hecha la costumbre de vivir: interesa el trayecto y el punto de partida, el motivo, la ilusión. Detenernos para darnos cuenta de ello es algo que facilitará la literatura, tal vez, y tal vez como en su mejor versión de diario.

Maillard convierte la escritura en meditación: la observación, el observador y lo observado se unifican. Permite que todos los pensamientos surquen, pero se queda con la consistencia de lo esencial, con algo que uno se atrevería a llamar espíritu: para tratarse de un trabajo intelectual, se impone una sospechosa bonhomía. La escritura es sencilla en el tono y la sintaxis, pero en ocasiones densa. La lectura del volumen requiere tiempo de sosiego y muy poca prisa: es mejor que nos acompañe durante días, semanas. Al fin y al cabo, nos enfrentamos a estados de ánimo y eso supone demorarse a la hora de ir reconociendo. Maillard nos habla de alientos, de los límites y la finitud de la otra sustancia de la que estamos hechos, la que no es ni carne ni sangre: “Aun así, asumo el hecho de que ninguna forma -musical, literaria u otra- abarca la estructura de mi alma, o mi estructura a secas (¿por qué esta maldita costumbre de hallarle soporte a todo?)”. De este cariz es el núcleo de esa práctica de observación, que para ella se transforma en método: “Que la razón atienda, pues, a las cosas de intendencia y deje a la intuición los asuntos subterráneos”.

“La acción correcta”, dice en el prólogo, “o la acción libre, es aquella que se realiza sin condicionamientos, y esto no ocurrirá mientras sigamos identificándonos con cada uno de nuestros actos mentales. Cuando las imágenes mentales se acumulan, la velocidad del proceso aumenta. A mayor velocidad de proceso, menor libertad”. Es posible que esta expresión se parezca bastante a una definición de sabiduría.

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