Sole (2019), de Carlo Sironi – Crítica
Por José Luis Muñoz.
Finiquitada la etapa del oro del cinema italiano, una de las cinematografías más importantes de Europa, esos tiempos gloriosos y gozosos en los que campaban Roberto Rossellini, Federico Felllini y Michelangelo Antonioni, con una forma de hacer películas diametralmente opuesta el uno del otro, y luego esa otra de cine social con Pier Paolo Pasolini, Bernardo Bertolucci, Damiano Damiani, Marco Bellocchio, Ettore Scola, Elio Petri y un largo etcétera, cineastas tan notables como incisivos, el cine que se hace en la bota europea comienza a revitalizarse en un continente que no está para muchas fiestas artísticas. Valores consolidados como Paolo Sorrentino (La gran belleza, Silvio, La juventud), Mateo Garrone (Gomorra) y Asia Argento, a los que habría que añadir Carlo Sironi (Roma, 1983), el director de esta opera prima Sole, están revitalizando un cine que había entrado en un bucle de decadencia.
Ermanno (Claudio Segaluscio) es un joven desarraigado y taciturno de la periferia urbana que roba motos y coches y parece no tener futuro. Su vida cambia cuando se cruza con Lena (Sandra Drzymalska), una joven polaca y vientre de alquiler, que llega a Italia para vender a su bebé al tío de Ermanno, y la misión de ese muchacho será vigilarla para que cumpla el trato. Cuando llega el momento de la transacción les envuelven las dudas a ambos.
Sole es una película que tiene magia en su sencillez expositiva. Aunque el espectador no acaba de conocer a los dos personajes principales de la función, que no alardean de dotes comunicativas precisamente, acaba empatizando con ellos conforme avanza la historia y va derritiéndose esa capa de hielo que los cubre. El impertérrito e inexpresivo Ermanno se va humanizando a medida que conoce a Lena y se encariña de lo que lleva en su vientre hasta el punto de ilusionarse con esa paternidad impostada que servirá para dar visos de legalidad a la adopción de la criatura por su tío.
Por momentos, por la frialdad de las interpretaciones, por la fotografía gélida y los escenarios feístas y desoladores por los que se pasea la cámara, el paisaje de la desesperanza para unos muchachos que tienen toda la vida por delante pero carecen de ganas de vivirla porque ya se sienten derrotados en su inicio, Sole podría ser un film de Michelangelo Antonioni con personajes desclasados, está más cerca del maestro milanés que del meridional Fellini.
Sole termina siendo una radiografía extraordinaria y realista de esos dos seres abocados a la nada más absoluta que resucitan con su encuentro y se complementan para tener un futuro. Es una película de sutilezas, miradas y gestos inaprensibles, huérfana de palabras, rodada con una economía de medios extraordinaria que termina con un rayo de esperanza tras un final desolador. Ternura hecha imagen es lo que consigue este director primerizo con una obra extraordinariamente madura.