El taxista asesino, de Miguel Ángel de Rus
No es necesario decir que tras más de una decena de libros ya publicados el escritor y editor Miguel Ángel de Rus ha encontrado una voz propia que le caracteriza. Ya constaté este detalle con la lectura de su libro de relatos anterior: 36 maneras de quitarse el sombrero. Una deliciosa antología en la que con ironía y desparpajo analizaba, desde la ficción, el mundo en que vivimos. Y ahora llega El taxista asesino, una antología de cuentos que se podría considerar una continuación de aquel libro anterior, con el que comparte asuntos y estilo.
De Rus, a través de relatos cortos, que a veces funcionan como escenarios en prosa para representar sus propios esperpentos, disecciona la sociedad, la cultura, la sexualidad y el mundo del arte, sin dejar títere con cabeza. De Rus demuestra una vez más un ojo clínico para desentrañar y analizar el mundo en que vivimos. Pero lo interesante de la literatura de De Rus es que a pesar de la carga social y crítica que contiene no deja de ser eso: pura literatura. Historias divertidas, rebosantes de imaginación, que consiguen sacarnos una carcajada sin renunciar a la reflexión.
Los personajes de esta antología viven siempre situaciones límite o están abocados al más estrepitoso fracaso. Se ven envueltos en dilemas en los que deben tomar una drástica decisión. Esta tensión se puede ejemplificar perfectamente en relatos como “Setenta
balcones”, donde un hombre pacífico se ve obligado a valerse de la violencia ante una situación extrema. Estas tensiones (¿qué buena narración no nos somete a un juego de tensiones?) tienen también su correlato en el campo simbólico. De Rus establece una confrontación constante entre el mundo del arte y la banalidad; el bien y el mal; el amor y la sexualidad; la moralidad caduca de nuestras sociedades uniformadas y un pensamiento provocador que nos obliga a replantearnos temas controvertidos como la inmigración ilegal o el feminismo; cultura y censura; la realidad y los sueños. Lo que nos demuestra que Miguel Ángel de Rus como a un autor bifronte: que mira al pasado con nostalgia romántica, pero que se aviene a afrontar el futuro con pesimismo y mucha mala leche.
También se percibe estos relatos la conjugación (quizá involuntaria) de muy diversos géneros. Relatos de factura costumbrista conviven con la ciencia ficción; relatos de corte ensayístico en los que el autor expone sus teorías sobre la engañifa del arte contemporáneo suceden a historias truculentas de violencia gratuita. Pero todos se sostienen con una estética homogénea, marcada por la contundente voz del narrador y el estilo fresco de su prosa.
Lo que más hay que valorar de estas divertidas, intensas, irónicas y socarronas historias es que nunca están vacías (a pesar de su aparente sencillez). Son textos con dobles o triples lecturas que nos invitan a la reflexión y a contemplar el paisaje moral y cultural de nuestro mundo de un modo distinto, porque la voz en off del autor siempre ajusta las cuentas con sus criaturas. Pero no olvidemos que estamos ante un trabajo de ficción pura y cualquier parecido con la realidad debería tomarse con cautela. El autor madrileño juega siempre al despiste y logra con acierto mezclar fantasía con ficción, intercalando la presencia de personajes reales con ficticios y situaciones al límite de lo plausible. ¿Se imaginan el mundo entero atento a una cámara accediendo al interior de una famosa vagina? ¿O que el presidente del gobierno utilice un muñeco de cartón para que lo suplante? A través de la grotesca distorsión de la realidad, nos ofrece de Rus el fresco de un mundo en decadencia en el que lo real no es más que la coartada para literaturizar el mundo. Para criticarlo y a la vez embellecerlo. Un mundo tan extraño y disparatado que, gracias a la destreza y el pulso firme con los que Miguel Ángel de Rus construye cada relato, nos parecerá un teatro del absurdo, un vodevil, un esperpento. Un libro divertido, irónico y desenfadado.
Si no habéis leído a este autor no sabéis lo que os estáis perdiendo.