Escape Room: la máquina de la verdad
Por Mariano Velasco
No está bien desearle a nadie que le pase lo que les pasa a los personajes de la obra de teatro Escape Room, que se representa en el Teatro Fígaro de Madrid, pero el caso es que se lo pasa uno bien desde fuera viéndoles pasarlo tan mal en uno de esos juegos de moda tan aparentemente inofensivos. Y digo aparentemente porque claro, cuando te metes tú solito en un lío de estos, en un Escape Room, sabiendo que en la calle de al lado se ha cometido un asesinato, y según entras te habla por una pantalla un asesino nazi, encuentras cuerpos descuartizados y no sé cuántas burradas más… es para irse preocupando y para ponerse uno un pelín tenso, no me digan que no.
Aunque al final, créanme, resulta que todo eso es lo de menos, que se trata de bobadas en comparación con lo que se les viene encima a los chicos del Escape Room este cuando tengan que enfrentarse a lo verdaderamente terrorífico: a las verdades inconfesables que cada uno de ellos lleva bien dentro.
Sobre esta idea gira el interesante juego teatral que nos propone esta simpática obra creada y dirigida por Joel Joan y Héctor Claramunt. Y aunque se trate de un planteamiento a primera vista como muy trascendente y serio, con esto de las verdades, en realidad se hace todo con mucha guasa de por medio, dando como resultado una obra muy entretenida y divertida y sin grandes pretensiones, aunque pueda llegar a parecer lo contrario.
Con una puesta en escena muy lograda, y que recrea a la perfección tanto el exterior (en una introducción tal vez demasiado extensa) como el interior de la casa del Escape, queda bien claro desde el principio que el peso de la obra va a recaer en unos personajes muy llamativos y acertados, entre los cuales es el de Antonio Molero, un tal Edu, el que toma las riendas como maestro de ceremonias pese a su aparente timidez, y quien mete a los demás en el lío, a pesar de su manifiesta tendencia a huir de todo conflicto como alma que lleva el diablo.
Y lo hace con la excusa de presentarles a su novia Marina (Marina San José), quien, al contrario que su novio, no parece tener ni timidez ni miedo alguno a los conflictos, y que se nos presenta como la “roja” del grupo y, sin duda, la más espabilada y desentonada con respecto al resto.
Luego está el contrapunto de la parejita ¿perfecta?: Ray (Leo Rivera), el chulito del equipo, un tipo más bien creidito y aparentemente seguro de sí mismo que se irá desinflando a medida que avanza la obra, porque no le va a quedar otra, y Viky, una actriz mona venida a menos (si es que alguna vez fue a más) que deja bien claro desde el principio que ella, de profunda, nada de nada, un personaje con el que Kira Miró acierta al potenciar su lado más cómico.
Pues con todos estos ingredientes sobre el escenario, y cuando todo parece apuntar a que la historia va a girar en torno a sucesos macabros, asesinatos, descuartizamientos incluso, la trama resulta ser lo suficientemente hábil como para llevarnos poco a poco hacia otros derroteros, sacando a la luz asuntillos más personales que son los que van a sembrar el verdadero terror entre los protagonistas, entre alusiones socarronas a la actualidad política y a otras cuestiones sentimentales muy del ámbito de la pareja.
Llegados a este punto, disfruten del espectáculo y, si en algún momento se asustan o, lo que viene a ser lo mismo, se dan por aludidos… No lo duden: ¡escapen! ¡Antes de que sea demasiado tarde!
Escrita y dirigida por Joel Joan y Hèctor Claramunt
Escenografía: Joan Sabaté
Iluminación: Ignasi Camprodón
Vestuario: María Bueno
Sonido: Albert Manera
Producción de vídeo: Miguel Angel Raio
Ayudante de dirección: Victoria Dal Vera
Construcción de escenografía: READEST
Fotos y cartel: David Ruano
Diseño gráfico: Hawork Estudio
Distribución: Alicia Álvarez (Distribución en Gira)
Gerente: Alfonso Montón
Jefatura técnica: David González
Producción: Andrés Belmonte
Producción ejecutiva Nicolás Belmonte
Teatro Fígaro de Madrid (Calle Doctor Cortezo, 5)