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Gibbon Everest

JOSÉ DE MARÍA ROMERO BAREA.

La mejor historiografía subordina su inteligencia a las disciplinas del estudio para criticar el pensamiento único, aportando la luz necesaria para resistir al pesimismo de un futuro en manos de generaciones pendientes de las redes sociales, sin atender a nada que no sea el brillo cegador de las pantallas. Sostiene el académico Richard Crockatt que solo el esclarecedor conocimiento de algunos historiadores logra calmar nuestra insaciable sed de sabiduría. Sobrevive a su autor, el británico Edward Gibbon (1737 – 1794), la obra magna The History of the Decline and Fall of the Roman Empire (Historia de la decadencia y caída del Imperio romano). Publicada entre 1776 y 1788, aborda temas tan pertinentes como las luchas del pueblo contra la ignorancia y la codicia de unos pocos.

En opinión del erudito de The Fifty Years ‘War: 1941-1991 (1995), este relato del colapso de toda una cultura supone “un puente entre el mundo antiguo y el moderno”, un recuento de las ruinas “del Imperio Romano desde el cenit de su influencia, en el II siglo a. de C., un instante de paz sin precedentes, que jamás se ha vuelto a repetir, hasta la Caída de Constantinopla en 1453”. Aquellas decadencias, de alguna manera, anticipan el caos en el que nos encontramos. En lugar de una ciencia de lo racional, una extensa investigación incurre en colecciones de archivos, proporciona relatos articulados de las controversias biobibliográficas en las que prevalece la memoria del miembro de la Royal Society.

“La inestabilidad en la cima del poder se reflejaba en una sociedad donde el conflicto civil se ha convertido en un mal endémico”. A la luz del registro documental, nuestras certezas resultan, a la larga, entes falibles. En lugar del progreso, son las guerras las que prevalecen, los genocidios que se burlan del optimismo liberal. “El imperio estaba de continuo asolado por las luchas internas y los ataques externos”, concluye el artículo “Para escalar el Everest de Gibbon”. Despliega el escritor georgiano, según el catedrático de la Universidad East Anglia, hechos decisivos para desarrollar las cambiantes superestructuras. Sus simpatías están con la libertad moral, sus víctimas y oponentes al statu quo, “las hordas bárbaras que fueron sinónimo de destrucción iconoclasta y, gracias a su nómada existencia, configuran lo que hoy conocemos como civilización europea”.

Cultiva este “legítimo representante de la Ilustración, profundamente inglés al tiempo que cosmopolita, pleno de urbana confianza e indeleble curiosidad mundana”, su interés en la resistencia organizada; muestra “este apóstol de la razón, concienzudo y afilado analista de la sinrazón” su capacidad para diseñar conceptos de encuadre para clasificar los detalles rebeldes de la historia. Logra el Miembro del Parlamento de Gran Bretaña (1774-1784), según el editor de British Documents on Foreign Affairs, una de las metas de la erudición: extraer metales preciosos de las minas de materiales inéditos, y producir con ellos una interpretación que desafíe cualquier totalitarismo. Contra las políticas fracturadas del yo, las elecciones de identidad que ofrece el artículo para la revista inglesa Slightly Foxed, de invierno de 2020, la fe en la visión cegadora de un “libro Everest que hay que escalar (…) para acceder a la vista panorámica que nos ofrece”.

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