Mirar es el más puro de los gestos
JOSÉ DE MARÍA ROMERO BAREA.
La frecuentación de la lírica nos ha reafirmado en la superstición de que todo está conectado, que nuestra supervivencia nos mantiene separados de los acontecimientos, enfrentados a la escasez a través de la competencia: “Sólo podemos especular”, afirma el poema que da título a la colección, “acerca del arte del guante, ese huérfano que equivoca la dulce mano femenina: cómo le afectarán los ciegos y apurados pasos de la tarde” [mi traducción, al igual que las restantes]. Nuestras conexiones son meros avatares involucrados en escaramuzas de sentido, en combates de significado: “Se encrespan hacia los tejados las ramas desnudas, como dedos que temblaran de ira, dispuestos a estrangular a alguien”. Puntuado por el ruido o su ausencia, el crítico y poeta letón Artis Ostups (1988) no ignora las crueldades, pero trata de no ser rehén de ellas.
“Cruel el carrusel”, denuncia la composición “Monstruosidades”, “que nos arroja fuera del decorado”. Arde en su compromiso con el mutismo, hace las paces con las imperfecciones en las que incurrimos al desplegar los labios: “La existencia es una amalgama de constelaciones”, afirma en “Viajante de comercio”, “apenas unidas por unas cuantas esperanzas vanas”. En el poemario en prosa Gestos (Žesti, Neputns, Rīga, 2016; Gestures, traducción al inglés a cargo de Jade Will, que tomamos como referencia; Nueva York: Ugly Duckling Presse, 2018), el doctor en Literatura Comparada por la Universidad de Tartu eleva su poético despojamiento al límite, lo sitúa en la frontera entre todo y nada, “ese momento que parecía nuestro, pero pertenecía a otra vida, aquella que, sin previo aviso, se enrolló sobre sí misma, como un lazo en el golpe de viento” (“Calle Hanza”).
Se jacta de la presencia la soledad en compañía, la generosidad intercambia cartas con la realidad. El editor de la revista en línea Punctum convierte prisiones sin esfuerzo en liberaciones irredentas. Quieto, paradójicamente, hace que todo se mueva: “Ni un ápice de la antigua piel bronceada sobrevive”, enuncia en “Cartas a Susette”, “si acaso reflejos de un eclipse”. Sentimientos presentidos despegan en la clarificadora fuerza del desconcierto. Subyace tácitamente el vate de Camarada nieve (Biedrs Sniegs, 2010), aflora en lo no concebido, anhela lo nombrado en “tres siluetas diluidas por la lluvia esperando al tranvía [que] miden el pulso de todo un continente con el silencio de sus calles” (“Bratislava”).
Las “Tres [últimas] fotografías” exploran los rituales del duelo, amplifican la pérdida, nos conectan con el dolor de los demás, conscientes de que “mirar, es bien sabido, es el más puro de los gestos”. Las imágenes intemporales invocan el teatro del tiempo, codificado para superar agitaciones, sometido a los rituales de la quietud, “al emerger de las profundidades del silencio – una palabra, que brota de sí misma como una flor solitaria – mientras forcejea para iluminar su origen”. La importancia de nombrar se traduce en “rostros que nos observan, atrapados en fotos”, un autodefinido hogar, que se expande con cada nuevo nombre, “una mirada tan clara que tememos sostenerla”.
A través de la existencia, accedemos a la esencia de los pensamientos, nos dejamos arrastrar por ella: “Uno quisiera ser ese flâneur sin rumbo entre la multitud vespertina”, reconoce, en el prólogo, el poeta y crítico letón Kārlis Vērdiņš (1979), “pero termina encontrándose con conocidos, se sienta en el bar de siempre, para hablar sobre otros conocidos”. Un nudo en la garganta conduce a la accesibilidad que no se esconde bajo los términos: se revela a través de ellos, en la sobreexposición de una lucha que nos enfrenta a la escena pastoral desatendida. Leer al Premio Normunds Naumanis 2016 significa emerger, trascendernos, experimentaros a merced de la carga de misterio que nos atraviesa. Ceder a estos Gestos significa ser recompensado con la serenidad, perspicacia, revelación de una tranquilidad que jamás encontraremos en la superficie.