‘Los días del Cáucaso’, de Banine
Los días del Cáucaso
Banine
Traducción de Regina López Muñoz
Siruela
Madrid, 2020
311 páginas
Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca
Los movimientos del corazón, que son otra forma de conocimiento, concentran una sustancia en la que se pueden aunar muchos tóxicos, pero en la que nos gustaría comprobar que nada el regaliz, la arena de la playa, el primer beso, la bicicleta y la música de la verbena del pueblo. Sobre esa consistencia, la de la nostalgia, se puede escribir con las diferentes versiones de los sabores de la memoria, desde la que nos está matando por no poder bañarnos de nuevo en el mismo río, a la que no nos impide envejecer sin dejar de sonreír. De este segundo calado son estas hermosas memorias de Banine (Bakú, 1905 – París, 1992) que nos demuestra cómo debe intrincarse el recuerdo con los latidos del corazón. Banine cierra los ojos para rememorar sus días en el Cáucaso, antes de la invasión bolchevique, en un ambiente que nos resulta de lo más enigmático: es de alta burguesía al tiempo que se respetan las normas musulmanas. Y si nos resulta enigmático es por lo poco frecuente, por la escasez de este tipo de testimonios contemporáneos, que a nuestros ojos conservan un aire exótico al tiempo que no podemos evitar identificarnos con los protagonistas.
El libro es un retrato de un país y su gente, escrito con un lirismo a caballo entre lo asiático, propio de un Oriente próximo, y lo europeo, pues los sentimientos que conmueven a los protagonistas son muy semejantes a las que podemos leer en las novelas francesas del siglo XIX. Banine nos habla de una infancia feliz y de una juventud también feliz, pero en la que no se pueden eludir los escollos que salen al paso en esas etapas, que no son tanto las razones sociales como las del amor: por las personas y por las figuras ideales, por alguien de otro sexo y por aquellos a los que te gustaría semejarte o igualarte. Se va desplegando así el texto en un lirismo sensato, de los que no engañan a nadie: Banine ha venido para relatarnos que su paso por el mundo ha sido grato y no esconde las intenciones. A eso se le suele atribuir el adjetivo sincero, por mucho que alguien trate de tacharlo de ingenuidad. El ingenuo, en cualquier caso, ya lo sabían los clásicos griegos, es un hombre libre. Y la libertad se va enlazando con la felicidad en un tiempo en el que serán seres simbiontes. De eso trata este libro que nos lleva a reflexionar acerca de la literatura de la memoria: existen las versiones de nuestra infancia, que suelen tener consistencia más bien encantadora, frente a las versiones de nuestro pasado inmediato, como en los diarios, en los que la memoria trabaja contra el contexto -bastan los ejemplos de Pavese, de Renard, de Gide-. Que cualquier tiempo pasado fue mejor quiere decir que nuestra supervivencia, y eso incluye al amor por quien fuimos, está por encima de cualquier otro atributo que se impone en esto que llamamos, de nuevo, realidad, y que tanto nos cuesta definir.