“El abismo del hombre”, de Elí Urbina
Por Miguel Ángel Real.
El abismo del hombre (Buenos Aires Poetry, 2020) es el segundo poemario del autor peruano Elí Urbina, fundador y director de la revista de poesía Santa Rabia (www.santarabiamagazine.com). Desde los epígrafes iniciales, de Ryszard Kapuscinski y Werner Aspenström, entramos en un mundo de hondo pesimismo, en el que la esperanza viene negada por la realidad misma: “La luz ha de llegar de nuevo, / pero ahora, en lo real, tan solo la lluvia / cubre la calle como negro alpiste.” Se vislumbra que una de las razones de esta negrura es el recuerdo doloroso del ser amado, que un presente turbio no consigue iluminar.
En efecto, el presente es un momento lleno de desasosiego. El escenario es la calle, en la que un hombre resignado no puede hallar alivio: el campo léxico es explícito en el poema “Bajo la negra noche”: caos, ruido, miseria y angustia. El yo poético es a veces un paseante que nos presenta un relato casi iniciático de búsqueda para intentar remontar “por completo / el peso de mi vida”. Si el silencio le procura cierto alivio, éste se ve rápidamente aniquilado por versos en los que los hipérbatos crean una tensión eficaz: “Ya desciende la sombra / inquisitiva de la muerte”.
El poeta se muestra lúcido en todo momento: a pesar de ser consciente de la fugacidad del amor, continúa buscándolo. Pero el sentimiento amoroso parece solo existir en el recuerdo y en los sueños. Esa dialéctica se resuelve en un pesimismo evidente, cuando se es consciente de que todo parece destinado al olvido.
El dolor y la soledad se trasladan rápidamente a los objetos que nos rodean, creando posopopeyas que nos revelan una simbiosis con el mundo y sus señales que nos hacen pensar en ocasiones en la poesía nerudiana: “La lengua de la luna / se arrastra por el suelo”. Subyace también una profunda culpabilidad de la que poco a poco vamos descubriendo el origen: se trata de un sentimiento influenciado por nuestra cultura judeocristiana y que se funda en la visión de la carne como un elemento carente de moral. En efecto, lejos de adquirir connotaciones eróticas que podrían ser fuente de emoción y de placer inocuo, el deseo se ve frenado por una ética impuesta, que en su hipocresía provoca nuestro sufrimiento.
A medida que avanzamos en la lectura, queda claro que ese paseo al que aludíamos nos lleva hacia el abismo que da título al poemario. Todo parece una sucesión de sombras y de engaños, puesto que parece imposible poder contemplar cabalmente el mundo, “un simulacro desolado” en el que reina “el dominio absoluto del ojo por la imagen”. El poema al que pertenecen estos versos, que se denomina muy lógicamente “Trampantojo”, parece marcar un punto sin retorno hacia la desesperación: las sombras reinan en la segunda parte, en la que la memoria es “el escondrijo del mal”. La realidad no es sino un eco que corresponde en parte a la teoría platónica de la caverna, cuya luz proyecta formas inmundas en el paisaje. Hay también referencias al universo de Calderón de la Barca, en versos como “cada punto del sueño / es un incesante ahora”. De este modo, al poeta solo le queda aguardar la muerte, rodeado de odio y ruinas. Un nuevo epígrafe, esta vez de Dane Zajc, no puede ser más claro: “En ningún lugar hay salvación para el hombre”.
Desde el punto de vista estilístico, el interés del libro reside en la elaboración de poemas compuestos en su mayor parte por heptasílabos. Esta exigencia de construcción aspira a buscar un equilibrio “clásico” como posible remedio a la cacofonía del presente. Elí Urbina consigue crear así unos versos sugerentes, nerviosos y llenos de fuerza, que encuentran una conclusión interesante en los dos últimos poemas, en los que encontramos de nuevo una referencia a Neruda, y, más precisamente, a la composición de “Veinte poemas de amor y una canción desesperada”. El último poema del libro del poeta chileno estaba escrito, como los del escritor peruano (en su mayor parte), en dísticos alejandrinos. El tono pesimista de ambos y la amplitud de la expresión y de las imágenes, llenas de una dimensión telúrica, sirven en los dos libros de brillante colofón: más precisamente, tenemos la impresión de que en “El abismo del hombre” los heptasílabos del resto del libro se ven aquí doblados, creando un eco que multiplica hasta el infinito el dolor frente a la existencia, y que no podemos dejar de escuchar durante una caída irremediable.