Wordswoorth en Tintern Abbey
Por Antonio Costa Gómez.
Yo paseaba por las ruinas de la abadía de Tintern, en una esquina de Gales, me arrebataban los arcos góticos flotando y las columnas solitarias entre los bosques. Todo el deseo y toda la pasión en soledad se mostraban en aquellas ruinas visionarias. Si alguien me dice: qué pena que sean ruinas, no estoy de acuerdo, aquello perdería todo su encanto si estuviera perfecto y acabado, están apasionantes así, en su desgarramiento y su gesto, cerca del río, levantando toda la pasión rota hacia el cosmos. Aquellos arcos hacen nacer el romanticismo en visiones sueltas, en clamores separados y solitarios.
Me asombra que William Wordswoorth estuviera dos veces allí, y que se sintiera entusiasmado, pero solo hable de la naturaleza, de las orillas del río Wye ciertamente espléndidas y misteriosas, y no cite para nada la abadía, solo la ponga en el título. Y, en realidad, seguro que fue la abadía la que le produjo todo el entusiasmo, porque paisajes como aquél tan deliciosos los hay también en otros sitios, pero un clamor tan hondo como el de aquellas ventanas apuntadas en el aire, una pasión como la de aquellas columnatas silenciosas en el vacío, no se encuentran en otra parte.
Wordswoorth escribió allí el poema final de las Baladas líricas, que representan el Romanticismo, por tanto la abadía de Tintern inspiró el romanticismo mundial (no fue la erupción de un volcán en el Pacífico que lanzó nieblas sobre todo el planeta, como sugiere William Ospina). Cuesta trabajo llegar allí, hay que ir a Monmouth donde escribieron sobre el rey Arturo por primera vez, luego ir en otro autobús a Tintern, pero vale tanto la pena, como leer los versos de Wordswoorth: «Y alimentar los altos pensamientos, /de modo tal que ni las malas lenguas/ ni juicios imprudentes ni sarcasmos / egoístas, ni hipócritas saludos, / ni el triste curso de la vida diaria / prevalezca jamás contra nosotros».