La vara del zahorí

La miseria del «tupuedismo»

José Luis Trullo.- Uno de los fenómenos recientes que mayor irritación me causa es el que llamo «tupuedismo». No se limita al ámbito político (en el cual se ha venido a manifestar sólo recientemente), sino que se extiende por doquier, como una mancha de aceite hediondo. «Querer es poder», «tu límite eres tú», «puedes llegar a donde te propongas» son algunos de los muchos lemas que infestan (e infectan) las redes sociales, quizás tomadas en préstamo de una mescolanza tóxica entre la psicología motivacional y las escuelas de negocios.

El mensaje es claro: las personas somos un espacio vacío que se puede llenar con cualquier cosa, basta con decidir qué nos apetece en cada momento. ¿Cambiar tu aspecto físico? Eso está hecho. ¿Batir un récord guiness? Basta con decidir el día y la hora. ¿Coronar el Everest? ¿Dar la vuelta al mundo? ¿Hacer turismo espacial? Será por metas…

Un caso extremo es el de un tal Israel García, que se denomina a sí mismo «ultraman», un auténtico demoledor de fronteras, siempre en busca del espacio infinito, de la anomia primordial. Nietzsche estaría contento.

Algún erudito repondrá que el filósofo renacentista italiano Pico della Mirandola propuso algo parecido, en su Oración por la dignidad del hombre, donde describía al ser humano como la única criatura indefinida de la Creación, cuya conducta sería la que le inclinaría hacia arriba o hacia abajo, hacia lo angélico o lo bestial.

Por el contrario, esta idea a mí me parece una auténtica perversión intelectual, espiritual e incluso social. Lo que subyace a este concepto voluntarista de la existencia es que nacemos en blanco y, mal que bien, permanecemos así hasta el final. Que no tenemos límites (físicos, psíquicos, de ningún tipo), es más: que los límites son malos por esencia.

Craso error. Los límites son buenos, siempre que podamos negociar con ellos, asumirlos cuando sea preciso o pegarles una patada si resulta menester. Me abstendré de poner el ejemplo del agua, que sin cauce se desparrama y se evapora miserablemente en la pradera.

Lo cierto es que detrás de esta pseudofilosofía tupuedista anida una patraña y una amenaza. La patraña, simplemente, es que es falso que no existan límites: existen, aunque sean elásticos hasta cierto punto. La amenaza reside en que, imbuyendo a la gente (de la que tanto se habla en los últimos tiempos) de unas expectativas desmesuradas sobre sus auténticas capacidades, se la arroja directamente en brazos de la frustración pues, tarde o temprano, los límites se imponen. Y así debe ser (añado yo).

En sí mismos, los límites son benignos: permiten la jerarquización de las prioridades y describen un espacio moral dentro del cual (y sólo dentro del cual) es posible hablar de humanidad. Personalmente, nunca he creído que exista la amoralidad: es sólo otro nombre del abuso y del egotismo más deleznable.

Una vida sin límites carece, literalmente, de sentido: se reduce a una suicida huida hacia delante en busca de algo que, en realidad, dejamos atrás. ¿El qué? No una esencia ni un destino personal, eso tampoco, pero sí un microcosmos propio que no deberíamos sacrificar en aras de no sé qué promesas de plenitud ultraterrena. Si de veras aspiramos a la felicidad (una felicidad íntima, veraz y lícita) debemos asumir el dictum délfico, tan moderno hoy como ayer: conócete a ti mismo y actúa en consecuencia.

Tampoco hay que caer en el extremo opuesto, el de la autoindulgencia (el yo-soy-así, así seguiré, nunca cambiaré), otra dolencia a la que tumbaré en la mesa de disección en un futuro más o menos próximo, si me da por ahí.

One thought on “La miseria del «tupuedismo»

  • Buenísimo planteamiento. Con razón no he podido hacer lo que siempre quise hacer…yonopodía…

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